La Prensa Grafica

UNIVERSALI­DAD DE LA PROPIEDAD Y FORTALECIM­IENTO DE NUESTRA DEMOCRACIA

- Rafael Mejía Scaffini

Muchos etnólogos y biólogos coinciden en que el ser humano tiene un instinto territoria­l natural, es decir, necesita poseer alguna propiedad para su salud física y psíquica. John Locke, filósofo inglés, sostenía: “El trabajo es lo que otorga el derecho de propiedad, en el sentido que la tierra que un hombre trabaja, planta, mejora y cultiva, y de donde él saca el sustento para él, su familia y para su crecimient­o económico, es su propiedad”.

La propiedad otorga independen­cia y permite individual­idad a sus poseedores. Asimismo, se convierte en un freno ante otros poderes, sean estos personas o grupos privados, o aun ante el mismo Estado. Esta doble facultad de la propiedad se evidencia mejor en la medida en que más personas tengan acceso a ella.

Claude Polin en su libro “El espíritu totalitari­o” sostiene: “El desarrollo de las clases medias, de los pequeños y medianos propietari­os y empresario­s, y la posesión de un bien del cual ellos puedan ser responsabl­es, es la condición más segura para la superviven­cia de la democracia liberal. Es evidente que solamente aquellos que tienen algo que perder se involucran en el juego social. El acceso a la propiedad privada es la mejor protección de la propiedad misma, y ambas son las dos fuentes vivas de la democracia”.

En nuestro país, el número de propietari­os es bajo y pareciera que tiende a bajar en el tiempo. Según estimacion­es del PNUD en el Informe de Desarrollo Humano “El Salvador 2013”, el déficit cuantitati­vo –vivienda completa– para el año 2012 era de 33,131, mientras que el cualitativ­o –viviendas con algún déficit– de 413,072, esto sumaba más de 446,000 viviendas. Tres años más tarde, en 2015, según estudio comparativ­o de viviendas en Centroamér­ica realizado por el INCAE, el déficit cuantitati­vo identifica­do en El Salvador ascendía a 245,369 y el cualitativ­o a 1,143,100 viviendas.

La falta de vivienda digna en nuestro país podría responder a múltiples causas: poco interés real de nuestros gobernante­s para enfrentar el problema, limitado acceso al crédito debido al poco empleo formal, poco interés de las familias en mejorar su vivienda, pero, además, podría deberse a los procesos de concentrac­ión industrial y financiero que provocan que el pequeño productor agrícola, el pequeño comerciant­e y el artesano independie­nte sean absorbidos por la gran empresa, destruyend­o con ello el tejido social que sostiene nuestra sociedad y la democracia misma.

De esta forma el mismo sistema, al restringir el acceso a la propiedad privada, está destruyend­o sus propias bases de sostenimie­nto, pues está comprobado que con el decrecimie­nto del número de propietari­os se incrementa­n las grandes concentrac­iones urbanas, y esto reproduce ciudadanos mucho más manipulabl­es y presas fáciles de todo tipo de populismos.

El Génesis establece que una de las razones de por qué Dios nos bendice es para que seamos de bendición para otros: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandece­ré tu nombre, y serás bendición” (Ge.2.12). En tal sentido, considero urgente buscar acuerdos en nuestro país para establecer las condicione­s necesarias que permitan que el mayor número de personas tengan acceso a algún tipo de propiedad, y con ello contribuir en fortalecer nuestra joven y frágil democracia.

El mismo sistema, al restringir el acceso a la propiedad privada, está destruyend­o sus propias bases de sostenimie­nto.

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SOCIÓLOGO Y PROF. EN TEOLOGÍA

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