La Prensa Grafica

LA PIEDAD CRISTIANA EN LO CORRIENTE

- Rutilio Silvestri rsilvestri­r@gmail.com

La palabra piedad como uno de los dones del Espíritu Santo se refiere a nuestra relación con Dios, el trato de un hijo con su Padre Dios, lleno de confianza, amor y sencillez.

Que le refiere todos sus problemas, sus alegrías y preocupaci­ones. Que acude a Él en cualquier momento, porque sabe que su Padre le escucha y está pronto a ayudarle en todo momento y en cualquier necesidad.

Por otro lado, la piedad, como don del Espíritu Santo, se refiere más bien a nuestra relación con Dios, al auténtico espíritu religioso de confianza filial, que nos permite rezar y darle culto con amor y sencillez, como un hijo que habla con su padre.

Es el trato de intimidad, de cariño, de comprensió­n, de ayuda, de un amigo con su amigo. Que no niega a dar una mano a aquel que la requiera, que está pronto a darle lo que necesite, sin buscar recompensa de ningún género.

La palabra piedad es sinónimo de amistad con Dios, esa amistad en la que nos introdujo Jesús, y que cambia nuestra vida y nos llena el alma de alegría y de paz.

El don de Piedad, don del Espíritu Santo, nos hace vivir como verdaderos hijos de Dios, nos lleva también a amar al prójimo y a reconocer en él a un hermano. A convivir en armonía con todas las personas, a ayudar a los necesitado­s, a ejercer la solidarida­d con todo el mundo, especialme­nte con los que nos rodean.

La piedad incluye la capacidad de alegrarnos con quien está alegre y de llorar con quien llora, de acercarnos a quien se encuentra solo o angustiado, de corregir al que yerra, de consolar al afligido, de atender y socorrer a quien pasa necesidad.

Todo esto es la solidarida­d bien vivida; la verdadera solidarida­d: el ponerse en el lugar del prójimo, en sus necesidade­s y en sus alegrías, en sus dolores y problemas que pueda padecer. Es saber acudir inmediatam­ente a las necesidade­s del amigo y de cualquier persona que lo necesite.

Pidamos al Señor que este don de su

Espíritu venza nuestros miedos y nuestras dudas, y nos convierta en testigos valerosos del Evangelio.

Pidámosle que se derrita nuestro corazón ante las necesidade­s de los demás y que sepamos correr a auxiliarle­s en todo momento, como lo haría Jesucristo, sintiéndon­os servidores de ese gran Señor de los cielos y la tierra, dueño de todas las almas, que nos enseñó con su vida y ejemplo quién es verdaderam­ente nuestro prójimo y cómo debemos ayudarle.

Desde luego, en esta ayuda, lo primero y principal es su alma, antes que las necesidade­s materiales, pero, por supuesto, en esas necesidade­s materiales también hemos de tratar de llevarles el bálsamo que sana y conforta.

Pidámosle al Espíritu Santo que nos ilumine en todo momento, para saber descubrir en qué debemos colaborar con los demás para acercarles al Señor en todo momento y ayudarles solucionar sus problemas más urgentes.

Pidámosle también a la Virgen Santísima, Esposa del Espíritu Santo, Madre de Dios y Madre Nuestra, que nos consiga del Señor que aprendamos a vivir la solidarida­d con los demás en la vida corriente, donde ellos nos necesitan, aunque no lo pidan.

Como don del Espíritu Santo, se refiere más bien a nuestra relación con Dios, al auténtico espíritu religioso de confianza filial, que nos permite rezar y darle culto con amor y sencillez.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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