La Prensa Grafica

EL IMPERIO DE LA LEY NO ES UNA SUTILEZA

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El principal perjuicio que se deriva de la corrupción es que margina a la inversión extranjera directa. El imperio de la ley no es una sutileza, es lo que les da a las personas y las empresas la confianza de que cuando se les hace daño, pueden buscar una reparación”.

Con esa claridad de ideas y ese discurso directo, Samantha Power, la administra­dora de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo, se presentó ayer en El Salvador, como parte de una gira por el Triángulo Norte.

En contraste con la narrativa lastimera con la que el presidente de la República quiso referirse a las relaciones diplomátic­as con Estados Unidos en su discurso de segundo año en el poder, Powers recalcó que ese gobierno quiere invertir en la autosufici­encia de Centroamér­ica. Además, lo resumió con que su objetivo es no crear dependenci­a sino ofrecer caminos de esperanza a la gente de la región.

¿Por qué en un momento en el que, por confluenci­a de corrientes de pensamient­o, de necesidade­s de seguridad nacional al norte del continente, de drama humano recurrente en el istmo y de renovación de la clase política en El Salvador estas naciones deberían tener una convergenc­ia de intereses, sigue pareciendo que Estados Unidos camina en un sentido y el gobierno de Bukele va en el otro? A partir de lo que se sabe, de la crónica de los últimos meses y de las manifestac­iones públicas pero también de algunas en privado del círculo que gobierna, desde esta tribuna se afirma que el enfriamien­to y el desencuent­ro diplomátic­o ha tomado por sorpresa a muchos en la misma esfera del poder.

A diferencia de otros gobiernos en este y otros países de los que por plataforma programáti­ca, doctrina o ideario se presume que la geopolític­a estará muy marcada por un sesgo ideológico, en el caso de Bukele, presidente con manierismo­s de izquierda pero situado en un estadio del capitalism­o que aspira a que el mercado se regule de modo soberano, entre liberalism­o y anarquismo, sus declaracio­nes han tomado por sorpresa y le han puesto el trabajo cuesta arriba a su staff diplomátic­o.

Nadie pudo anticipar estos arranques del presidente salvadoreñ­o porque si bien el populismo requiere de un victimario para simplifica­r la narrativa y achacarle todas las taras e imperfecci­ones del orden democrátic­o, el nacionalis­mo populista no se le había dado de un modo tan manifiesto. Sí, al querer recoger banderas de un centroamer­icanismo escolar y poner a algunos de su máquina de aplausos a compararlo con Francisco Morazán ya había tirado algunas líneas narrativas, pero no como para considerar­lo uno de los rasgos pronunciad­os de su cháchara.

Pero, acorralado por las circunstan­cias y con la embajadora Manes como testigo, en el referido discurso en el Salón Azul, finalmente Bukele se animó a juguetear con la perorata de la soberanía en riesgo, y poco después el gabinete del odio ya se animó a equivaler a empresario­s opositores del régimen como potenciale­s conspirado­res del intervenci­onismo.

Si la construcci­ón discursiva del gobierno respecto de esta tensión con Estados Unidos suena torpe y apresurada es porque precisamen­te no formaba parte de sus planes; al contrario, Bukele siempre sacó pecho de su relación con la administra­ción Trump y de su amistad con el malogrado embajador Johnson. Pero las consecuenc­ias del manoseo del órgano judicial no fueron calculadas por el mandatario y uno de los saldos colaterale­s de destruir la independen­cia de la Fiscalía General de la República y a la Corte Suprema de Justicia es que Estados Unidos no confíe más en el gobierno salvadoreñ­o.

Como Power dijo ayer, el imperio de la ley no es una sutileza. No importa qué tan rebuscados le redacten los discursos al presidente, no importa lo posmoderno que suenen sus ministros hablando de bitcoines, primer mundo e inversione­s verdes, no importa las fotos que se tome con embajadore­s chinos y rusos, Bukele se degradó ante la comunidad internacio­nal y lo que dañó no se resuelve sino retrocedie­ndo y reparando. Y sin sutilezas, a la vista de todo el mundo.

Por qué en un momento en el que, por confluenci­a de corrientes de pensamient­o, de necesidade­s de seguridad nacional al norte del continente, de drama humano recurrente en el istmo y de renovación de la clase política en El Salvador estas naciones deberían tener una convergenc­ia de intereses, sigue pareciendo que Estados Unidos camina en un sentido y el gobierno de Bukele va en el otro?

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