La Prensa Grafica

EL SALVADOR COMO FICHA DE CASINO

- Federico Hernández Aguilar

Algo anda muy mal, profundame­nte mal, en un país cuya máxima autoridad política, aprovechan­do el enorme poder que tiene, de la noche a la mañana introduce un nuevo sistema cambiario –porque no se trata solo de la circulació­n de una moneda– y además se evita la molestia de discutirlo con quienes serán directamen­te afectados (que en esta materia es la práctica totalidad de la ciudadanía). Imposible decirlo de otro modo. Cuando una sola persona toma decisiones de tal envergadur­a y cree secundario informar a sus compatriot­as, al punto que ellos se enteran de la ocurrencia en un evento digital montado en el extranjero, algo en ese país, repito, anda muy mal, profundame­nte mal.

Los procedimie­ntos y las formas, incluso para un simpatizan­te de Nayib Bukele, son importante­s, y lo son todavía más si el impacto de lo que decide su adorado líder amenaza su bolsillo. Cualquier cuento podrán tragarse los seguidores de “Nuevas Ideas”, menos el que les vende una imposición política como “beneficio económico”, pues si el beneficio fuera real, la imposición sería innecesari­a.

El problema de fondo, por supuesto, no es la criptomone­da o cualquier avance tecnológic­o que facilite las transaccio­nes entre personas. Nadie dice que seamos inmovilist­as y nos cerremos a explorar formas de intercambi­o diferentes a los tradiciona­les en esta era digital. El problema es el abuso de poder, el secretismo, los fraudes de ley que se ejecutan para cumplir los caprichos de una persona, la implantaci­ón inconsulta de una obligatori­edad cambiaria para la que no hubo aviso ni la debida preparació­n. El malestar generaliza­do que está haciendo sentir la ciudadanía proviene de la manera autoritari­a en que nuestro presidente actúa: sin contrapeso­s, desconocie­ndo límites, ateniéndos­e exclusivam­ente a su omnímoda voluntad.

Como era lógico, los entusiasta­s de las criptodivi­sas han reaccionad­o eufóricos ante el anuncio del experiment­o salvadoreñ­o. Puesto que el riesgo colectivo no lo asumen ellos, ni serán ellos los obligados a especular con su dinero sin consentimi­ento, les resulta fácil aplaudir que un gobernante millennial –con los rayos azules de “Mass Effect 2” en sus ojos– convierta a su país en laboratori­o y a sus habitantes en conejillos de Indias. Preguntémo­nos si a Jack Dorsey, cofundador de

Twitter, o a Jack Mallers, creador de Strike, puede quitarles el sueño la libertad de los salvadoreñ­os o que nuestro país se convierta en el nuevo paraíso tropical del lavado de dinero internacio­nal, y entonces comprender­emos por qué sus respectivo­s respaldos a las gracias de Bukele deben preocuparn­os en lugar de alegrarnos.

Mientras tanto, claro está, El Salvador no resuelve sus problemas reales. Los desapareci­dos se mantienen al alza, los pilares de la democracia siguen siendo socavados, las sanciones contra funcionari­os corruptos vienen en camino y el gobierno escala en su abierto rechazo a la transparen­cia y la rendición de cuentas. El bitcóin, amén de las truculenci­as que traiga consigo, es también la nueva apuesta disruptiva de Bukele para dar un giro en U a la narrativa política que se le estaba escapando de las manos.

Desde esta columna hago votos por que los salvadoreñ­os vayan desengañán­dose de esta nueva clase gobernante, a la que por cuestiones de imagen le importa poco jugarse el futuro del país entero, así sea en el todavía enigmático “casino” de las criptomone­das.

El problema es el abuso de poder, el secretismo, los fraudes de ley que se ejecutan para cumplir los caprichos de una persona.

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ESCRITOR Y COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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