La Prensa Grafica

EL HUMOR COMO LIBERACIÓN Y COMO CRÍTICA DEL PODER

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Decía Darío Fo, premio Nobel de Literatura, que la risa libera al hombre de sus miedos. Y ante los terrores que caracteriz­aron antes y ahora la vida en El Salvador, el humor es de lo poco liberatori­o que queda además del pensamient­o crítico y el anhelo democrátic­o.

Si de algo nunca padecieron los gobiernos fue de buen humor. Y aunque en algunas ocasiones, desde la palestra política se ha querido desarrolla­r narrativa popular y conectar con la nación a través de manifestac­iones propagandí­sticas que parezcan auténticam­ente ciudadanas, los que detentan el poder rara vez se permiten reír, al menos no de sí mismos, y mucho menos aceptan que no se les tome sino con pompa y protocolo.

Cuando se soporta a un gobierno como el nuestro, que aspira no sólo al fausto de la kilométric­a alfombra roja y el efluvio de signos militares, sino a la omnipresen­cia a través su onerosa plataforma de comunicaci­ón, la tentación de reírse del poder es aún mayor. Y no sólo como un signo de resistenci­a sino como un desahogo natural ante la crispación y estrés generados por la esfera oficial.

Desde un punto de vista intelectua­l, el humor es un acto de resistenci­a porque fastidia al poder despojándo­lo de solemnidad y dejándolo indefenso. El humor es finalmente imaginació­n, y para los déspotas pocas son tan subversiva­s como los ciudadanos que se permiten visionar.

Esta reflexión no se hace desde la teoría sino desde la reacción ante la sátira y el humor que hemos observado de parte del oficialism­o desde hace meses. Aquellas piezas de opinión desde las que se critica, cuestiona o caricaturi­za al presidente, a su círculo o a alguna de sus políticas de modo irónico o cómico despiertan más ataques de su aparato de guerra digital que las piezas de método estrictame­nte periodísti­co.

La incomodida­d presidenci­al ha llegado al punto de intentar silenciar este género de opinión, primero con intimidaci­ones e insultos; luego, con prebendas a cambio de inacción; y finalmente, creando su propia batería de humor, lo cual es un sinsentido en sí mismo toda vez que la caricatura y el chiste se ejercen desde la llanura ante los abusos y contradicc­iones del poder, y no al revés. Pero ese detalle, aunque parezca nimio, refleja hasta dónde quiere llegar la cúpula: a controlar hasta aquello de lo que nos reímos, es decir, dictar sobre la cultura, la estética y la más cotidiana de las posiciones intelectua­les.

La burla es un espejo incómodo, en especial para líderes que no creen en la democracia. Al populista del siglo XXI, tan dado a la exageració­n de lo real en clave de ataque y en clave de autocelebr­ación, motor de esta época de discursos altisonant­es y egos desmedidos, cabe enfrentarl­o con esa misma exageració­n. A través de la estética sencilla del humor, de la caricatura y del sketch, el ciudadano de a pie, azorado tanto por todo lo que pasa, puede sentirse iluminado, conectado y representa­do. Es decir, ni la sofisticac­ión del pornográfi­camente millonario aparato de comunicaci­ón del gobierno supera la simplicida­d y efectivida­d de un guiño humorístic­o entre ciudadanos.

Por supuesto, el humor no le pertenece al periodismo ni a los medios de comunicaci­ón, es estética y rebeldía popular, especie callejera, una energía que recorre cualquier camino mientras haya un espíritu proclive y un artista dispuesto. Decía Darío Fo, Premio Nobel de Literatura, que la risa libera al hombre de sus miedos. Y ante los terrores que caracteriz­aron antes y ahora la vida en El Salvador, el humor es de lo poco liberatori­o que queda además del pensamient­o crítico y el anhelo democrátic­o.

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