¿SEÑOREAD?
La orden de “señoread” fue dada por Dios desde el Génesis. La palabra hebrea original es y significa “reinen”. Su indicación fue de señoread sobre todo excepto sobre otros hombres. ¿Por qué? Porque el reino de los hombres le pertenece solo a Dios y Él otorga el poder a quien Él quiere. Así, el enseñoramiento sobre otros hombres es desobediencia y, por lo tanto, aborrecido por Dios.
Nos enseñoreamos de otros hombres cuando dejamos de reconocerlos a imagen y semejanza de Dios, convirtiéndolos en simples instrumentos para realizar nuestros deseos o alcanzar nuestras metas económicas, sociales o políticas. Esta actitud es narrada en el Génesis a través de Nimrod, quien vivió en la región de Babel –que significa confusión– y fundó la ciudad de Sinar. Nimrod, no bastándole con ser el primer poderoso de la tierra, tergiversó la verdad de Dios y decidió enseñorearse de otros hombres con el propósito de hacerse un nombre. Así inició la construcción de la torre de Babel, expresión de su vanidad.
Otra forma de enseñorearnos acontece cuando asumimos posiciones autoritarias para realizar nuestros proyectos, olvidando que Dios estableció principios para una gobernanza ordenada y sabia. Esto sucedió a Belsasar, rey de Babilonia, a quien Dios le hizo ver su corazón ensoberbecido y su espíritu endurecido a causa de su orgullo, y cómo esto lo llevó a ser despojado de su gloria. También le recuerda cómo la mente de su padre, Nabucodonosor, se hizo semejante a la de las bestias y vivió en el campo alimentándose de hierba como los animales. Esto, hasta que se humilló y reconoció que Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres y otorga el poder a quien Él quiere.
Es evidente que utilizar a los demás para alcanzar nuestras vanidades, gobernar irrespetando las leyes o tomar decisiones marginando a otros no son actitudes del Reino de
Dios; sin embargo, esto es lo que ha prevalecido y sigue prevaleciendo en nuestro país, ya la primera actitud está dando sus frutos y las dos últimas darán pronto los suyos. Recordemos que una buena gobernanza pasa por reconocer lo bueno que ya se ha hecho, por respetar las leyes que ya han sido ratificadas, y por tomar decisiones consensuadas, es decir, escuchando el consejo de otros: “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad” (Prov. 11.14).
En este sentido, el panorama en nuestro país parece confuso y desesperanzador, por lo que considero oportuno escuchar la posición de Gamaliel, uno de los principales de la sinagoga judía quien, dirigiéndose a sus colegas fariseos que deliberaban sobre encarcelar o matar a los discípulos de Jesús, expresa: “Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá, mas si es de Dios, no la podréis destruir, no sea que tal vez seamos hallados luchando contra Dios” (He. 5.38-39).
Mientras tanto, deberíamos enfocarnos en entender el origen de lo que vivimos actualmente en nuestro país, e identificar en qué medida los vicios del presente son el resultado de los vicios del pasado. Pero, además, deberíamos poder reconocer la gran oportunidad que tenemos delante de nosotros de eliminar todos los vicios, presentes y pasados, y decidirnos a reconstruir una nueva sociedad sustentada en la verdad, la justicia y todos los principios que Dios estableció para vivir en paz.
Una buena gobernanza pasa por reconocer lo bueno que ya se ha hecho, por respetar las leyes que ya han sido ratificadas, y por tomar decisiones consensuadas.