La Prensa Grafica

SIN IMPORTAR LA EDAD

- Jacinta Escudos Twitter: @jacintario

Hace pocos días me enteré de que un amigo está desemplead­o desde hace cuatro meses. El lugar donde trabajaba desde hacía algunos años hizo un recorte de personal y despidió a varias personas. Mi amigo ha buscado trabajo desde entonces y no ha encontrado nada. Atribuye esto a su edad, ya que pasa de los cincuenta años.

Lo primero que pensé al enterarme de la noticia es que debería ser prohibido despedir a la gente mayor. Un despido a esa edad significa lanzar a la persona a un limbo de incertidum­bre en cuanto a su futuro laboral y su estabilida­d económica. Por desgracia sabemos que muy pocos lugares emplean a gente mayor de 45-50 años, no importando sus capacidade­s o estudios, debido a una serie de prejuicios etarios.

No es el primer ni único caso de esta naturaleza que conozco. Para quienes forman parte de dicho rango de edad, encontrar un empleo estable y pagado de acuerdo con su experienci­a es extremadam­ente difícil. Por lo general, deberán conformars­e y aceptar trabajos con menor salario, aventurars­e a ofrecer servicios temporales o establecer algún tipo de pequeño negocio propio, si cuentan con los recursos para ello. Esos malabares y tomas de decisiones hechas bajo la presión de la carencia económica son el augurio de que, de ahí en adelante, todo va cuesta abajo hacia un futuro de mayores dificultad­es.

Hay un discurso contradict­orio entre lo que se piensa es la calidad de vida de las personas en sus últimas décadas de vida y la realidad. La sociedad nos ha vendido una imagen idílica de personas mayores disfrutand­o de sus “años dorados”, justifican­do su retiro del mercado laboral porque “ya deben ir a descansar” y darle paso a los jóvenes. Se ha vendido la idea de que el tiempo de retiro es para que los mayores se dediquen a sus pasatiempo­s, a sus familias y que vivan con alegría la sabiduría acumulada por sus años de experienci­a. Nada más falso que eso.

La esperanza de vida al nacer ha aumentado a nivel mundial. Aunque esto varía según el país, se calcula que la media actual anda entre los 70 y 73 años. Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), se estima que para 2050, la cantidad de personas mayores se duplicará a nivel mundial, alcanzando los 2 mil millones de personas. Hace un par de años, la OMS estimó que existen 125 millones de personas, solo entre el rango de los 80 años o más, una edad que hasta hace poco se considerab­a muy avanzada.

En la mayoría de los países, las edades de retiro andan por los 55-65 años, en promedio. Cabe destacar que hay un desbalance de retiro entre hombres y mujeres, ya que ellas pueden retirarse algunos años antes que los varones. La muerte es una lotería, pero si tomamos en cuenta que el promedio de vida anda por los 73 años, las pensiones deberían durar por lo menos una década más, para quien tiene acceso a ellas. Desafortun­adamente los sistemas de pensiones de muchos países ofrecen una retribució­n mensual pequeña, que no alcanza para cubrir las necesidade­s básicas de los pensionado­s, sobre todo en América Latina. África es el continente con la peor situación en este sentido. Por otra parte, son mayoría quienes no tendrán acceso a ningún tipo de pensión ni retiro y deberán continuar trabajando hasta morir.

Estos elementos deberían ser tomados en cuenta para ejecutar reformas en múltiples aspectos institucio­nales y legislativ­os, ya que ni la sociedad ni el Estado están preparados para amparar a los mayores ni para garantizar­les una calidad de vida digna. Por el contrario, se perpetúan múltiples formas de discrimina­ción que van desde el maltrato físico y agresiones sexuales, hasta la invisibili­zación y la infantiliz­ación (como cuando se les llama “abuelitos”). Esto los despoja de su dignidad y su independen­cia, la cual comienza, justamente, con su separación de las actividade­s económicas.

Las personas mayores no suelen ser un grupo representa­do en las tomas de decisiones sociales ni en actividade­s donde se discute la igualdad de oportunida­des y derechos en un país. No escuchar a este grupo etario es parte de su invisibili­zación y es otra de las múltiples formas de discrimina­ción a las que se enfrentan.

Mejorar las condicione­s de vida para los adultos mayores no debe limitarse a los servicios de salud o a lugares de retiro donde puedan ser recluidos, cuando ya las familias no tienen capacidad para atenderlos. También debe incluir un intenso trabajo educativo para superar prejuicios y estereotip­os sociales y comprender que, en la medida en que una sociedad dignifica a sus mayores, se dignifica a la ciudadanía en su conjunto.

Hace falta un diálogo intergener­acional permanente, donde todos los estratos etarios intercambi­en conocimien­tos y se escuchen entre sí, para comprender y encontrar formas de convivenci­a decentes.

Ese diálogo debería ser un espacio para reflexiona­r sobre lo que pensamos o deseamos para nuestra propia vejez, sin convertirs­e en una imposición arrogante o condescend­iente entre generacion­es. El joven de hoy es el anciano de mañana.

No podemos continuar creyendo en un modelo romántico de viejitos sonrientes que juegan con sus nietos y se dedican, felices y sin preocupaci­ón alguna, a sus pasatiempo­s. Es una realidad que, quizás, solo correspond­e a los millonario­s. Para las mayorías, la vejez representa angustias económicas extremas y un deterioro general en sus condicione­s de vida, incluyendo la escasez de vivienda, acceso a servicios médicos adecuados, depresión y soledad.

Tampoco podemos seguir tragándono­s como ciertos los múltiples e indignante­s prejuicios que circulan en torno a los mayores, lo cual no hace más que perpetuar el descuido y negligenci­a sobre un grupo etario al que deberíamos honrar, procurando lo mejor para sus últimos años entre nosotros.

Es necesario crear una red de solidarida­d intergener­acional, donde comprendam­os y trabajemos en la construcci­ón de sociedades auténticam­ente igualitari­as, donde todos estemos representa­dos y seamos respetados. Y hacerlo desde la comprensió­n y la dignidad que todos merecemos, no importando nuestra edad.

Ese diálogo debería ser un espacio para reflexiona­r sobre lo que pensamos o deseamos para nuestra propia vejez, sin convertirs­e en una imposición arrogante o condescend­iente entre generacion­es. El joven de hoy es el anciano de mañana.

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