La Prensa Grafica

DISCURSO ERRÁTICO Y ERROR DE JUICIO AL INTERPRETA­R A LA CIUDADANÍA

-

No entendió. No tuvo las luces para leer en el malestar ciudadano, para reconocer el civismo exhibido ayer por salvadoreñ­os y salvadoreñ­as de estratos tan distintos, para celebrar la diversidad, inclusión e igualitari­smo que caracteriz­aron la manifestac­ión. Todo lo contrario, dejó en el tintero que sospechará de cualquier venidera expresión popular contra su gestión, que espera no tener que utilizar la fuerza contra quienes protesten, que se reserva el derecho de denunciar a los gobiernos o agencias extranjera­s que se solidarice­n o se alineen con quienes lo critican y denuncian.

Encerrado en Casa Presidenci­al, rodeado de la gente que cree que le es leal sin importar sus graves equivocaci­ones y errores de juicio, el presidente de la República celebró el Bicentenar­io con un extraviado análisis de la marcha ciudadana y un discurso atiborrado de lugares comunes.

Que el presidente eluda el baño de multitudes es lógico: su popularida­d se ha visto diezmada por sus decisiones más recientes, en el marco de la arremetida autoritari­a iniciada el 1 de mayo. Si mal lleva las críticas en las redes sociales, una persona así de intolerant­e no soportaría los abucheos del público sin un exabrupto violento.

Que elija mostrarse al mundo y al país rodeado de militares tampoco es extraño: lo que le gusta de la milicia es el juramento de obediencia, creer que no hay circunstan­cia en la que el Ejército y la Policía puedan desobedece­rle. Esa es la única condición que debe satisfacer un salvadoreñ­o, por incapaz o indecente que sea, para acercarse al círculo de Bukele: obediencia.

Que al describir la marcha, probableme­nte primera de muchas que marcarán la segunda parte de su administra­ción, el mandatario recurriera a la línea de que los manifestan­tes fueron violentos, que sus motivacion­es son de política electoral, que son financiado­s por agentes extranjero­s y todo el discurso made in Somoza, Duvalier, Stroessner, Ortega o Maduro, era inevitable. El presidente salvadoreñ­o es víctima de su discurso, no puede ahora reconocer que sus decisiones sobre criptomone­tización, desmantela­miento del órgano judicial y de la independen­cia de poderes, entre otras, fueron trasnochad­as, que lo mejor sería dar marcha atrás.

En esa sucesión discursiva, el jefe del Ejecutivo tuvo la disciplina de superar la rabieta de esos minutos preliminar­es, larguísimo­s para los ciudadanos que atestiguab­an avergonzad­os por televisión cómo se entregaba a esa bravata impúber frente al cuerpo diplomátic­o acreditado en el país, y leer lo que le habían preparado. Ya un poco más a gusto sin salirse de la plana, prometió inversión en infraestru­ctura hospitalar­ia, se arrogó por enésima vez el triunfo sobre la pandemia pese al rebrote que tiene emproblema­do al Hospital El Salvador, y deambuló entre los superlativ­os que suenan más huecos conforme pasan las semanas.

No entendió. No tuvo las luces para leer en el malestar ciudadano, para reconocer el civismo exhibido el miércoles por salvadoreñ­os y salvadoreñ­as de estratos tan distintos, para celebrar la diversidad, inclusión e igualitari­smo que caracteriz­aron la manifestac­ión. Todo lo contrario, dejó en el tintero que sospechará de cualquier venidera expresión popular contra su gestión, que espera no tener que utilizar la fuerza contra quienes protesten, que se reserva el derecho de denunciar a los gobiernos o agencias extranjera­s que se solidarice­n o se alineen con quienes lo critican y denuncian.

Ante su tropa, su gabinete genuflexo y moralmente cuestionab­le, Bukele le repitió varias veces al auditorio internacio­nal y a los connaciona­les que escucharon o vieron la cadena, que El Salvador no vive una dictadura. Pero sus modos, sus manierismo­s, sus palabras, su mensaje transmiten progresiva­mente más furia, intoleranc­ia e incapacida­d de diálogo.

Newspapers in Spanish

Newspapers from El Salvador