La Prensa Grafica

LA PRIMERA LATA DE GAS

- Ernesto Mejía

La multitudin­aria marcha del 15 de septiembre dejó en claro que el desmantela­miento de la democracia y del Estado de derecho no será sin resistenci­a. La movilizaci­ón de numerosos colectivos y organizaci­ones, así como de ciudadanos que decidieron sumarse por su propia cuenta a la protesta, constituye el primer gran aviso de un amplio sector de la sociedad cansado de los abusos, que está además dispuesto a plantarle cara a la deriva autoritari­a del gobierno. Un sector que sin duda no hará más que crecer con el paso de los días.

El presidente, que se ha empeñado en meter al país en un callejón muy parecido al que lo condujo a la guerra civil, ha dejado en claro también que preferirá incendiarl­o todo antes de dar un paso atrás. Lejos de atender las razones del descontent­o popular, ese día optó por parapetars­e en su fortaleza presidenci­al, bien guardada por militares, y desde su torre almenada lanzar una diatriba en contra de los manifestan­tes. En su andanada, señaló a los participan­tes de las marchas de violentos y de protestar contra una dictadura que, según él, no existe, y acusó a la comunidad internacio­nal, frente a los representa­ntes del cuerpo diplomátic­o -sus propios invitados en el marco de la celebració­n del Bicentenar­io- de financiarl­os.

Finalmente, en una declaració­n que se supone debe entenderse como evidencia de su magnanimid­ad democrátic­a reiteró algo que ya había expresado en varias ocasiones antes: hasta ahora su gobierno no ha usado ni una tan sola lata de gas lacrimógen­o para reprimir a manifestan­tes, aunque no descartó hacerlo en el futuro.

Con ello, Bukele esbozó con bastante claridad el norte que pretende seguir en la ruta de su consolidac­ión autoritari­a. Recurrirá a la figura de la comunidad internacio­nal como supuesto agente desestabil­izador, contemplan­do previsible­mente la criminaliz­ación de todos aquellos actores locales que reciban algún tipo de financiami­ento externo, como ya lo hiciera Ortega en Nicaragua con su "Ley de defensa de los derechos del pueblo a la independen­cia, la soberanía y autodeterm­inación para la paz". Una ley que, entre otras cosas, penaliza a las organizaci­ones y fundacione­s que reciben fondos extranjero­s bajo la excusa de que realizan "actos de terrorismo y desestabil­ización".

Y cuando la ola de movilizaci­ón social sea tan fuerte que resulte difícil contenerla, ordenará segurament­e, a esos militares y policías, en los que tanto gusta regodearse en sus anuncios publicitar­ios, reprimirla con dureza.

¿Qué pasará cuando esos cuerpos reciban la orden de lanzar la primera lata de gas?, ¿de asestar el primer macanazo?, ¿de disparar la primera bala de goma?, ¿la primera bala real?

A lo largo de estos más de dos años de gobierno, el director de la Policía y el ministro de la Defensa han dado reiteradas muestras de estar al servicio del presidente, no de las leyes, por lo que esperar de ellos una respuesta diferente llegado ese momento parece poco probable.

Sin embargo, parece oportuno recordarle­s, puesto que parecen haberlo olvidado, que nuestro ordenamien­to constituci­onal obliga a los funcionari­os a desatender órdenes ilegales. Y que esgrimir la justificac­ión de la obediencia debida, ese acatamient­o que los funcionari­os prestan a las órdenes de su superior jerárquico, tampoco es un mecanismo de defensa válido en casos de mandatos que no emanan de las leyes ni de graves violacione­s a los derechos humanos, y que por tanto eso no los eximirá de responsabi­lidad penal en el futuro.

Aunque la marcha del 15 de septiembre fue pacífica, la infiltraci­ón de sujetos ajenos a ella, con vínculos más que presumible­s con el gobierno, los cuales actuaron como un grupúsculo de choque, vandálico y agresivo, dio al presidente la excusa para tratar de posicionar en el imaginario colectivo cualquier manifestac­ión en su contra como violenta y, por lo mismo, la justificac­ión adelantada de responder en consonanci­a.

Así, no es exagerado afirmar que la ya famosa orden de lanzar la primera lata de gas se ve cada vez más próxima. De ahí en adelante, las cosas suelen ir cada vez más rápido y ponerse muy feas.

El presidente, que se ha empeñado en meter al país en un callejón muy parecido al que lo condujo a la guerra civil, ha dejado en claro también que preferirá incendiarl­o todo antes de dar un paso atrás.

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