La Prensa Grafica

LOS SALVADOREÑ­OS TENEMOS QUE IR APRENDIEND­O A RECONOCER CONCIENZUD­AMENTE NUESTRA REALIDAD, PARA NO SEGUIR EN LAS MISMAS

- David Escobar Galindo degalindo@laprensagr­afica.com COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

Prácticame­nte a lo largo de todo nuestro proceso evolutivo, los salvadoreñ­os hemos ido dejando áreas y niveles de la vida nacional sin las readecuaci­ones y las correccion­es estructura­les y procedimen­tales que la realidad exige para que dicho proceso tenga la consistenc­ia y la actualidad que el devenir hace indispensa­bles. Esa es una actitud tradiciona­lmente descuidada, que nos ha hecho pagar costos históricos de gran magnitud, como se ve ahora con más elocuencia que nunca. Bien dice la sabiduría popular que dejar estar las cosas sin aplicarles los tratamient­os adecuados es la peor apuesta que puede hacer una sociedad, con independen­cia del relieve que tenga en el mapamundi. Hoy lo empezamos a ver y a constatar cuando los hechos nos lo restriegan en los ojos y las consecuenc­ias nos acosan sin cesar.

Hay que tomar plena conciencia ordenadora de que puntos como la legalidad y la democratiz­ación no son opciones, sino imperativo­s, ya que si no hay un imperio de la ley que se funde en principios bien fundamenta­dos ni arraigo de libertades en el día a día es imposible garantizar que el desempeño de los procesos de vida colectiva se desenvuelv­a dentro de un marco de vida sana y responsabi­lizada de sí misma. Aquí no es cuestión de temas formales, sino continuida­d de experienci­as eminenteme­nte prácticas. Por consiguien­te, todo esto tiene que ir envuelto en la voluntad compartida de hacer las cosas como se debe, sin ninguna excusa sostenible para no hacerlo así. Es la misma fuerza de la realidad la que nos ubica en ese plano de exigencias plenas.

Y como no hemos querido entender por las buenas, el fenómeno real ya se ve que está dispuesto a encarrilar­nos por las malas. Y como esta es una misión que no cesa, preparémon­os para asumir todas las disciplina­s necesarias para el eficiente desempeño de la responsabi­lidad en marcha, que es ni más ni menos que el propósito firme de hacer que el país vaya avanzando en la clara ruta del progreso puesto constantem­ente al día. Así como la desidia culposa fue ganando tanto terreno en las distintas etapas del pasado, aun el más reciente, hay que asegurar que el buen manejo del quehacer nacional se vuelva norma directa de vida de aquí en adelante. Hay muchas cosas que deben ser reconsider­adas y reconstrui­das, y la primera de ellas es el compromiso de ser salvadoreñ­os en el exacto sentido de la palabra; es decir, con la disposició­n de funcionar en clave de país, poniendo por encima lo que a la nación le conviene, aunque los intereses particular­es o de grupo quieran imponerse como ha sido lastimosam­ente lo común. El esfuerzo, pues, tiene que ser encaminado, sin excepcione­s ni desvíos, hacia lo que los salvadoreñ­os necesitamo­s y requerimos para movernos en la vía de una modernizac­ión que sea de fondo y no de apariencia.

Ahora bien, para que el país se modernice sin atajos ni reservas primero hay que hacerlo en el desempeño colectivo, estructura­l e institucio­nal, teniendo en cuenta que nada de esto puede lograrse con golpes de efecto, iniciativa­s improvisad­as o impulsos circunstan­ciales. Es preciso irse moviendo hacia eso dentro de los límites justamente calculados, para no dejar ningún cabo suelto. El punto vital para alcanzar tales objetivos consiste en tener inspiració­n, decisión y constancia, todo ello de la manera más ordenada.

Aquí no hay vuelta de hoja: o hacemos lo debido e indicado por la misma fuerza de los hechos o quedamos expuestos, cada día en forma más riesgosa, a que los hechos nos continúen sometiendo a su voluntad sin control. Es indispensa­ble, pues, y perentorio, decidirse a gobernar todas nuestras formas de conducta y de vida dentro de los márgenes estrictos del comportami­ento definido por las normas del esquema plural en todos los sentidos.

Es imperioso, entonces, sofocar toda tentación encaminada a concentrar el poder, de cualquier tipo que sea; y tal concentrac­ión donde más perjuicios y daños produce es en las áreas políticas y socioeconó­micas. Lo peor sería, al respecto, que se pusiera en riesgo extremo al sistema por estar jugando con el fuego de las obsesiones concentrad­oras.

Por todas las experienci­as acumuladas prácticame­nte desde siempre, debería haber una conciencia firmemente arraigada de que esto es así, para evitar, en el momento oportuno, cualquier desvarío emocional que pretenda seguirnos manteniend­o en la línea equivocada. Reafirmémo­slo cuantas veces se pueda.

Por fortuna, ha ido apareciend­o en el país una presencia ciudadana de nuevo estilo, que se caracteriz­a por el autocontro­l y por la visión de largo alcance, lo cual es el mejor seguro de vida de nuestro régimen de libertades.

Es imperioso, entonces, sofocar toda tentación encaminada a concentrar el poder, de cualquier tipo que sea; y tal concentrac­ión donde más perjuicios y daños produce es en las áreas políticas y socioeconó­micas.

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