LOS SALVADOREÑOS TENEMOS QUE IR APRENDIENDO A RECONOCER CONCIENZUDAMENTE NUESTRA REALIDAD, PARA NO SEGUIR EN LAS MISMAS
Prácticamente a lo largo de todo nuestro proceso evolutivo, los salvadoreños hemos ido dejando áreas y niveles de la vida nacional sin las readecuaciones y las correcciones estructurales y procedimentales que la realidad exige para que dicho proceso tenga la consistencia y la actualidad que el devenir hace indispensables. Esa es una actitud tradicionalmente descuidada, que nos ha hecho pagar costos históricos de gran magnitud, como se ve ahora con más elocuencia que nunca. Bien dice la sabiduría popular que dejar estar las cosas sin aplicarles los tratamientos adecuados es la peor apuesta que puede hacer una sociedad, con independencia del relieve que tenga en el mapamundi. Hoy lo empezamos a ver y a constatar cuando los hechos nos lo restriegan en los ojos y las consecuencias nos acosan sin cesar.
Hay que tomar plena conciencia ordenadora de que puntos como la legalidad y la democratización no son opciones, sino imperativos, ya que si no hay un imperio de la ley que se funde en principios bien fundamentados ni arraigo de libertades en el día a día es imposible garantizar que el desempeño de los procesos de vida colectiva se desenvuelva dentro de un marco de vida sana y responsabilizada de sí misma. Aquí no es cuestión de temas formales, sino continuidad de experiencias eminentemente prácticas. Por consiguiente, todo esto tiene que ir envuelto en la voluntad compartida de hacer las cosas como se debe, sin ninguna excusa sostenible para no hacerlo así. Es la misma fuerza de la realidad la que nos ubica en ese plano de exigencias plenas.
Y como no hemos querido entender por las buenas, el fenómeno real ya se ve que está dispuesto a encarrilarnos por las malas. Y como esta es una misión que no cesa, preparémonos para asumir todas las disciplinas necesarias para el eficiente desempeño de la responsabilidad en marcha, que es ni más ni menos que el propósito firme de hacer que el país vaya avanzando en la clara ruta del progreso puesto constantemente al día. Así como la desidia culposa fue ganando tanto terreno en las distintas etapas del pasado, aun el más reciente, hay que asegurar que el buen manejo del quehacer nacional se vuelva norma directa de vida de aquí en adelante. Hay muchas cosas que deben ser reconsideradas y reconstruidas, y la primera de ellas es el compromiso de ser salvadoreños en el exacto sentido de la palabra; es decir, con la disposición de funcionar en clave de país, poniendo por encima lo que a la nación le conviene, aunque los intereses particulares o de grupo quieran imponerse como ha sido lastimosamente lo común. El esfuerzo, pues, tiene que ser encaminado, sin excepciones ni desvíos, hacia lo que los salvadoreños necesitamos y requerimos para movernos en la vía de una modernización que sea de fondo y no de apariencia.
Ahora bien, para que el país se modernice sin atajos ni reservas primero hay que hacerlo en el desempeño colectivo, estructural e institucional, teniendo en cuenta que nada de esto puede lograrse con golpes de efecto, iniciativas improvisadas o impulsos circunstanciales. Es preciso irse moviendo hacia eso dentro de los límites justamente calculados, para no dejar ningún cabo suelto. El punto vital para alcanzar tales objetivos consiste en tener inspiración, decisión y constancia, todo ello de la manera más ordenada.
Aquí no hay vuelta de hoja: o hacemos lo debido e indicado por la misma fuerza de los hechos o quedamos expuestos, cada día en forma más riesgosa, a que los hechos nos continúen sometiendo a su voluntad sin control. Es indispensable, pues, y perentorio, decidirse a gobernar todas nuestras formas de conducta y de vida dentro de los márgenes estrictos del comportamiento definido por las normas del esquema plural en todos los sentidos.
Es imperioso, entonces, sofocar toda tentación encaminada a concentrar el poder, de cualquier tipo que sea; y tal concentración donde más perjuicios y daños produce es en las áreas políticas y socioeconómicas. Lo peor sería, al respecto, que se pusiera en riesgo extremo al sistema por estar jugando con el fuego de las obsesiones concentradoras.
Por todas las experiencias acumuladas prácticamente desde siempre, debería haber una conciencia firmemente arraigada de que esto es así, para evitar, en el momento oportuno, cualquier desvarío emocional que pretenda seguirnos manteniendo en la línea equivocada. Reafirmémoslo cuantas veces se pueda.
Por fortuna, ha ido apareciendo en el país una presencia ciudadana de nuevo estilo, que se caracteriza por el autocontrol y por la visión de largo alcance, lo cual es el mejor seguro de vida de nuestro régimen de libertades.
Es imperioso, entonces, sofocar toda tentación encaminada a concentrar el poder, de cualquier tipo que sea; y tal concentración donde más perjuicios y daños produce es en las áreas políticas y socioeconómicas.