EL SALVADOR...
Somos un país pequeño, en vías de desarrollo, cuyo principal recurso es su gente; un pueblo dinámico, optimista, cachero y trabajador. Caso siete millones por aquí, dos millones afuera, que son parte del motor macroeconómico. La historia nos ha tratado mal, los políticos mucho peor. La corrupción, la violencia y los terremotos son el hilo conductor de nuestra saga.
Grandes procesos están transformando aceleradamente todo con base en supuestos e intuiciones: a) la entrada en vigor del bitcóin como moneda de curso legal; b) las reformas a la constitución; c) la nueva lectura de la reelección presidencial; d) las reformas en el sistema judicial; e) un endeudamiento opaco; f) negociaciones con pandillas; g) los casos de corrupción que aparecen cada semana; h) se avecina una reforma de pensiones; entre otros aspectos.
Nuestra geopolítica se mueve. Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, incorpora a su Lista Engels a varios políticos y funcionarios y señala el uso de “El Libro de las Jugadas”; mientras aparece en escena un nuevo amigo misterioso, gigante y asiático que nos regala bibliotecas, estadios y un parque de diversiones. ¿Qué sigue...? No sabemos.
Vivimos tiempos perplejos, de muchos cambios e incertidumbres. Tanto a nivel global, como regional o nacional hay una crisis de liderazgo y rumbo ético. Las redes sociales se han tomado nuestras vidas, mientras que los relevantes problemas de migración, medioambiente, pobreza e inseguridad se han congelado en el tiempo y se están normalizando.
Los embarazos de niñas y adolescentes y las agresiones sexuales en menores de edad crecen tan rápido como los niños y jóvenes no acompañados que migran cada día. Su futuro queda hipotecado a reciclar los ciclos de pobreza. Mientras un millón de niños y niñas transitan en un sistema educativo que poco y nada les cambiará su vida. Probablemente solo un diez o veinte por cierto logre salir a flote en las encrespadas aguas de los escenarios desfavorecidos de la pobreza y la exclusión.
Las paradojas están a la vuelta de la esquina: un alegrón parcial y efímero nos regala la “selecta”, mientras muchos luchan contra el covid-19; avanzamos con la vacunación, mientras muchos ya se creen inmunes, y un once por ciento de los ciudadanos cree en teorías conspirativas y no se quiere vacunar.
Vivimos épocas de incertidumbre; y hoy con las criptomonedas mucho más, podemos amanecer con más o menos dinero en las “wallets”, todo dependerá del volátil e incomprendido mundo tecnológico y financiero. En efecto, estamos dando un salto hacia la transformación digital con herramientas y circunstancias preindustriales.
Llegamos al bicentenario en circunstancias similares a las del pasado. Han pasado 200 años y nuestra identidad está debilitada, la integración regional es un mito, estamos endeudados, el liderazgo en crisis, la corrupción sigue, aparecen nuevamente los fantasmas autoritarios de la reelección, los pobres siguen pobres y los ricos más ricos y la justicia sigue como en 1980, siendo esa misma serpiente que solo muerde a los descalzos. Ni Mons. Romero, ni Ignacio Ellacuría se imaginaría cómo estamos, Roque Dalton sí... al final los mataron a los tres.
Seguimos soñando con la prosperidad, el bienestar, una vivienda digna, un sistema de salud cálido, una escuela pública de calidad y gobernantes decentes y éticos. Pero en medio de la somnolencia aparecen las pesadillas de las pandillas, la corrupción, la falta de transparencia, la violencia y la pobreza; y nos despertamos para darnos cuenta de que estamos aquí, en El Salvador, un país mágico, con un clima envidiable, con recursos ambientales, que son maltratados por una clase política sin escrúpulos.
Pero no nos podemos quejar, ningún político desde 1994 en adelante se puso solo, los escogimos nosotros, le delegamos nuestro poder democrático y con este sistema teóricamente ideal pero realmente imperfecto, nos robaron y maltrataron en nuestra cara. Inclusive algunos han cambiado de partido político o de ideología como si nada. De marxistas a socialistas, de socialistas a capitalistas, de capitalistas a conservadores, y somos tan ingenuos que les creemos.
Hubo un político que juró con la Constitución, la biblia y el diario de Mons. Romero que eliminaría la partida secreta y al final se la robó; otro que en diez minutos de campaña le hizo más de diez promesas a la Universidad de El Salvador: presupuesto, residencias, laboratorios, equipamientos, becas, movilidad, bibliotecas y muchas cosas más; y al final hasta le redujo el presupuesto... Otra que sería una férrea luchadora del nepotismo y al final colocó a toda su familia en el gobierno...
Y al final con el poder y con esa bolsa sin fondos de gastos secretos o reservados hacen lo que les da la real gana. Entran endeudados y mansitos y salen millonarios y beligerantes. Nos cambian la historia, nos roban, culpan a otros, se cambian de disfraz y no nos damos cuenta de que son los mismos especímenes... De verdad, nos deberían dar el famoso “Premio de resistencia” por ser salvadoreños.
¿Para dónde vamos? Para una distopía, para un lugar que no podemos imaginar. Un país pobre, sin recursos naturales que se pone a jugar a la ruleta con lo poco que tiene, creyendo que un grupo de surfistas Bitcoinbrothers rescatarán la macroeconomía del país. En realidad, no sabemos para dónde vamos, navegamos al garete, sin rumbo, sin estudios técnicos, sin planes, sin criterio, sin diálogo, ocultado todo lo que se pueda ocultar. Para allá vamos...