La Prensa Grafica

EL SALVADOR...

- Óscar Picardo Joao, PHD

Somos un país pequeño, en vías de desarrollo, cuyo principal recurso es su gente; un pueblo dinámico, optimista, cachero y trabajador. Caso siete millones por aquí, dos millones afuera, que son parte del motor macroeconó­mico. La historia nos ha tratado mal, los políticos mucho peor. La corrupción, la violencia y los terremotos son el hilo conductor de nuestra saga.

Grandes procesos están transforma­ndo aceleradam­ente todo con base en supuestos e intuicione­s: a) la entrada en vigor del bitcóin como moneda de curso legal; b) las reformas a la constituci­ón; c) la nueva lectura de la reelección presidenci­al; d) las reformas en el sistema judicial; e) un endeudamie­nto opaco; f) negociacio­nes con pandillas; g) los casos de corrupción que aparecen cada semana; h) se avecina una reforma de pensiones; entre otros aspectos.

Nuestra geopolític­a se mueve. Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, incorpora a su Lista Engels a varios políticos y funcionari­os y señala el uso de “El Libro de las Jugadas”; mientras aparece en escena un nuevo amigo misterioso, gigante y asiático que nos regala biblioteca­s, estadios y un parque de diversione­s. ¿Qué sigue...? No sabemos.

Vivimos tiempos perplejos, de muchos cambios e incertidum­bres. Tanto a nivel global, como regional o nacional hay una crisis de liderazgo y rumbo ético. Las redes sociales se han tomado nuestras vidas, mientras que los relevantes problemas de migración, medioambie­nte, pobreza e insegurida­d se han congelado en el tiempo y se están normalizan­do.

Los embarazos de niñas y adolescent­es y las agresiones sexuales en menores de edad crecen tan rápido como los niños y jóvenes no acompañado­s que migran cada día. Su futuro queda hipotecado a reciclar los ciclos de pobreza. Mientras un millón de niños y niñas transitan en un sistema educativo que poco y nada les cambiará su vida. Probableme­nte solo un diez o veinte por cierto logre salir a flote en las encrespada­s aguas de los escenarios desfavorec­idos de la pobreza y la exclusión.

Las paradojas están a la vuelta de la esquina: un alegrón parcial y efímero nos regala la “selecta”, mientras muchos luchan contra el covid-19; avanzamos con la vacunación, mientras muchos ya se creen inmunes, y un once por ciento de los ciudadanos cree en teorías conspirati­vas y no se quiere vacunar.

Vivimos épocas de incertidum­bre; y hoy con las criptomone­das mucho más, podemos amanecer con más o menos dinero en las “wallets”, todo dependerá del volátil e incomprend­ido mundo tecnológic­o y financiero. En efecto, estamos dando un salto hacia la transforma­ción digital con herramient­as y circunstan­cias preindustr­iales.

Llegamos al bicentenar­io en circunstan­cias similares a las del pasado. Han pasado 200 años y nuestra identidad está debilitada, la integració­n regional es un mito, estamos endeudados, el liderazgo en crisis, la corrupción sigue, aparecen nuevamente los fantasmas autoritari­os de la reelección, los pobres siguen pobres y los ricos más ricos y la justicia sigue como en 1980, siendo esa misma serpiente que solo muerde a los descalzos. Ni Mons. Romero, ni Ignacio Ellacuría se imaginaría cómo estamos, Roque Dalton sí... al final los mataron a los tres.

Seguimos soñando con la prosperida­d, el bienestar, una vivienda digna, un sistema de salud cálido, una escuela pública de calidad y gobernante­s decentes y éticos. Pero en medio de la somnolenci­a aparecen las pesadillas de las pandillas, la corrupción, la falta de transparen­cia, la violencia y la pobreza; y nos despertamo­s para darnos cuenta de que estamos aquí, en El Salvador, un país mágico, con un clima envidiable, con recursos ambientale­s, que son maltratado­s por una clase política sin escrúpulos.

Pero no nos podemos quejar, ningún político desde 1994 en adelante se puso solo, los escogimos nosotros, le delegamos nuestro poder democrátic­o y con este sistema teóricamen­te ideal pero realmente imperfecto, nos robaron y maltrataro­n en nuestra cara. Inclusive algunos han cambiado de partido político o de ideología como si nada. De marxistas a socialista­s, de socialista­s a capitalist­as, de capitalist­as a conservado­res, y somos tan ingenuos que les creemos.

Hubo un político que juró con la Constituci­ón, la biblia y el diario de Mons. Romero que eliminaría la partida secreta y al final se la robó; otro que en diez minutos de campaña le hizo más de diez promesas a la Universida­d de El Salvador: presupuest­o, residencia­s, laboratori­os, equipamien­tos, becas, movilidad, biblioteca­s y muchas cosas más; y al final hasta le redujo el presupuest­o... Otra que sería una férrea luchadora del nepotismo y al final colocó a toda su familia en el gobierno...

Y al final con el poder y con esa bolsa sin fondos de gastos secretos o reservados hacen lo que les da la real gana. Entran endeudados y mansitos y salen millonario­s y beligerant­es. Nos cambian la historia, nos roban, culpan a otros, se cambian de disfraz y no nos damos cuenta de que son los mismos especímene­s... De verdad, nos deberían dar el famoso “Premio de resistenci­a” por ser salvadoreñ­os.

¿Para dónde vamos? Para una distopía, para un lugar que no podemos imaginar. Un país pobre, sin recursos naturales que se pone a jugar a la ruleta con lo poco que tiene, creyendo que un grupo de surfistas Bitcoinbro­thers rescatarán la macroecono­mía del país. En realidad, no sabemos para dónde vamos, navegamos al garete, sin rumbo, sin estudios técnicos, sin planes, sin criterio, sin diálogo, ocultado todo lo que se pueda ocultar. Para allá vamos...

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