LA PROCLAMA DE LA FUERZA ARMADA
Este 15 de octubre marca los 42 años de uno de los hechos más importantes en la historia del país. Es bueno recordarlo y conmemorarlo para reconocer el valor que tuvo para terminar el largo periodo de regímenes autoritarios que tuvimos desde que nos iniciamos como República.
Nos referimos al golpe de Estado que el 15 de octubre de 1979 hicieron los militares jóvenes para derrocar al último gobierno militar que en ese momento presidía el general Carlos Humberto Romero. Ese hecho trascendental fue la culminación de un proceso en el que grandes capas dentro de la Fuerza Armada vinieron tomando conciencia de que habían sido instrumentos de grupos hegemónicos que ocupaban la fuerza para dominar, bloquear y oprimir cualquier forma de manifestación popular que se hiciera para expresar legítimas aspiraciones ciudadanas. Los militares decidieron cambiar para que el Ejército no volviera a ser un cuerpo cómplice de ningún poder, ni autoridad, y se pusiera al servicio de todos los salvadoreños sin hacer ninguna distinción, y se convirtiera en una institución profesional, prestigiosa y respetada. Reconocer la necesidad de ese cambio requirió elevadas dosis de nobleza, humildad y gallardía.
Este aniversario es propicio para repasar y recordar los conceptos de la Proclama que pronunciaron los militares porque contiene los elementos que reflejaban los puntos que en ese momento se consideró necesario tratar y resolver bajo una nueva conducción del país. Textualmente señalaron que “la Fuerza Armada estaba compenetrada del clamor del pueblo salvadoreño contra un gobierno que 1) había violado los derechos humanos del conglomerado; 2) había fomentado y tolerado la corrupción en la administración pública y de justicia; 3) había creado un verdadero desastre económico y social; y 4) había desprestigiado profundamente al país y a la noble institución armada”.
El golpe significó el inicio de un proceso que, como siempre sucede, enfrentó muchísimas dificultades porque había mucha impaciencia y aprehensión entre los grupos dominantes tradicionales y los sectores que tenían años de venir demandando un cambio, y proponiendo instaurar un régimen democrático. Se decidió iniciar ese camino. Después de muchos tropiezos se encomendó dirigirlo al Ing. José Napoleón Duarte, líder del
Partido Demócrata Cristiano, que tenía una auténtica vocación democrática, y contaba con el prestigio y respaldo de la comunidad internacional. Lamentablemente se había acumulado en el país mucha frustración y desconfianza, y tuvimos que sufrir y luchar en medio de una guerra para que todos llegáramos a aceptar y reconocer que el sistema democrático era el camino para entendernos y unirnos para trazar unidos una ruta para implementar nuevos modelos de desarrollo.
Terminamos la guerra firmando en 1992 un Acuerdo de Paz que estableció la ruta a seguir para impulsar y consolidar el proceso democrático que habíamos iniciado antes del conflicto. La Fuerza Armada volvió a desempeñar un papel crucial tanto en las negociaciones como en la implementación de los Acuerdos, porque en ellos se estableció que el Ejército dejara de desempeñar funciones de seguridad pública, por lo cual se abolieron todos los cuerpos de seguridad que conformaban la estructura con la que los militares vigilaban, sojuzgaban y reprimían a la ciudadanía, y se formó la Policía Nacional Civil para que fuera la única institución encargada de velar por la seguridad ciudadana.
El resultado de todo ese proceso fue haber convertido a la Fuerza Armada en la institución más respetada y de mayor prestigio en el país.
Por eso es que este aniversario es bueno que sea recordado y reconocido por las altas autoridades del país, y por todos los ciudadanos para que las nuevas generaciones de salvadoreños y oficiales de la institución castrense lo tengan siempre presente en su visión para sentirse orgullosos de lo que su institución ha significado para el país, y cuidarla para no volver al pasado. Por eso es bueno recordar la historia. Pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla dice el adagio popular. Las armas nunca deben ser instrumento de represión, opresión e intimidación ciudadana; deben servir para defender la República cuando esté en peligro.
Las armas nunca deben ser instrumento de represión, opresión e intimidación ciudadana; deben servir para defender la República cuando esté en peligro.