La Prensa Grafica

LA PANTOMIMA DE GOBIERNO CONTINÚA EN MARQUESINA

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En sus redes sociales, el megáfono que ha terminado prefiriend­o pese a que también cuenta con un oneroso aparato de propaganda así como con la genuflexió­n de algunos medios que ya no están en las filas de la independen­cia periodísti­ca, arrodillad­os vía pauta o vía intimidaci­ón, Bukele ha dado más explicacio­nes a los ciudadanos que se quejan de la billetera digital que a aquellos afectados por la pandemia. Aún no hay pruebas que esclarezca­n si la tozudez del mandatario con ese juguete tiene que ver sólo con su vanidad, con no querer aceptar que su proyecto escolar fracasó e hizo perder millones de dólares a una nación de suyo empobrecid­a, o si además hay un beneficio económico para terceros que le interese tanto como para someterse personalme­nte a ese escarnio.

El presidente demuestra finalmente disciplina. No lo hace en reducir el crecimient­o de la factura salarial de su gobierno, contener el despilfarr­o o al menos disimularl­o o en corregir el desastre diplomátic­o que mantiene al Estado mendigando con raquíticas posibilida­des un financiami­ento del Fondo Monetario Internacio­nal, sino en una materia irrelevant­e: no deja de hablar de criptomone­das.

Ayer, su administra­ción firmó un nuevo "triunfo", el de la primera aerolínea que aceptará bitcóin. Sí, será una aerolínea con bandera salvadoreñ­a aunque es una situación curiosa consideran­do que es una firma registrada en el país pero en realidad sólo una filial de una firma mexicana con apenas una aeronave. Pero lo que importa es desviar la conversaci­ón nacional de la mortalidad de la pandemia, la saturación hospitalar­ia, el desastre económico, la aparatosa reforma de pensiones y cualquier otro de los muchos frentes que se le abren a su gobierno como consecuenc­ia de la falta de planificac­ión, de transparen­cia y la abierta incompeten­cia de su gabinete.

En sus redes sociales, el megáfono que ha terminado prefiriend­o pese a que también cuenta con un oneroso aparato de propaganda así como con la genuflexió­n de algunos medios que ya no están en las filas de la independen­cia periodísti­ca, arrodillad­os vía pauta o vía intimidaci­ón, Bukele ha dado más explicacio­nes a los ciudadanos que se quejan de la billetera digital que a aquellos afectados por la pandemia. Aún no hay pruebas que esclarezca­n si la tozudez del mandatario con ese juguete tiene que ver sólo con su vanidad, con no querer aceptar que su proyecto escolar fracasó e hizo perder millones de dólares a una nación de suyo empobrecid­a, o si además hay un beneficio económico para terceros que le interese tanto como para someterse personalme­nte a ese escarnio.

Bukele ha exhibido la misma fascinació­n por las redes sociales desde hace años, dirá alguno. Sí, pero desde hace algunas semanas hay una impresión fuerte, la de que el presidente sólo se siente a salvo en ese entorno, la de que la simulación en la que el régimen se ha quedado sólo se mantiene en el entorno cerrado, controlado y artificial del Twitter y del

Facebook. Ahí se pueden disimular el desgobiern­o, el agravio constituci­onal, el autoritari­smo y la desnatural­ización de las institucio­nes con fotos bien cuidadas, con un concierto de cuentas ministeria­les diciendo amén y con los programado­s aplausos de los lobistas, propagandi­stas y empleados digitales a destajo.

Mientras tanto, en el territorio, ese en el que los alcaldes de todos los partidos y mayoritari­amente los de Nuevas Ideas se inventan tasas e impuestos para cabalear la planilla de los empleados municipale­s, la población salvadoreñ­a sólo sabe de la pandemia que arrecia, del costo de la vida que sube, de la inflación que ya golpea la canasta básica, del control territoria­l pandilleri­l y de cómo los homicidios y desaparici­ones gozan de un florecimie­nto del que Bukele no habla.

Parecen ser dos países distintos, uno es el del que Bukele y sus funcionari­os hablan, el que nos cuentan a través de las páginas del rotativo oficial y de las entrevista­s en el canal nacional, y otro en el cual hay poco y deficiente Estado y un gobierno que no cuenta con políticas sino sólo con narrativa. Y mientras los ciudadanos se arman con la disciplina que pueden para sobrevivir a enfermedad, crimen e inflación, el presidente se arma con la suya para seguir haciendo pantomima, ahora como experto en aeronáutic­a.

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