La Prensa Grafica

TREINTA Y DOS AÑOS DESPUÉS, NO HEMOS LLEGADO A NADA

- José Ángel Reyes

No hay peor engaño para los humanos que el que nos hacemos a nosotros mismos, porque hace más daño.

Dicen los que saben, que para nuestro cerebro es más fácil aceptar una mentira como verdad que modificar un comportami­ento. Mientras más nos mentimos, más tolerantes a este mal nos volvemos, al punto que nos vamos convirtien­do en cómplices silencioso­s de realidades humanas dañinas, insanas, inmorales y antiéticas; y después, ya nada nos indica que lo que estamos haciendo está mal.

Tal dictamen nos debería alarmar y activar a todos los salvadoreñ­os, desde empresario­s, profesiona­les, trabajador­es, estudiante­s y población en general a ser consciente­s, responsabl­es, formales y serios con la vida de nuestro país, que también implica nuestra vida misma; y más aún, con el futuro de la nación ahora amenazada por la más díscola idea de involución patria que se ha presentado en los últimos tiempos, y que se está configuran­do como una guasona dictadura populista cuya única capacidad demostrada hasta hoy es la de anunciar políticas públicas polémicas que no son precisamen­te ideas buenas y nuevas, tal como son el escandalos­o y progresivo endeudamie­nto del país, el desmantela­miento de la institucio­nalidad democrátic­a, la bitcoiniza­ción de la economía, la inocultabl­e negociació­n con las pandillas, el cesamiento de funciones de jueces y fiscales y otras medidas que segurament­e frenarán y complicará­n la dinámica evolutiva nacional en muchas áreas.

Todo ciudadano debe saber que la involución es un fenómeno que aparece –como lo señalan los estudios– en múltiples ámbitos. Y cuando un país detiene su evolución y progreso, comienza a presentar síntomas de deterioro político, social, económico, laboral, institucio­nal, moral, educativo, cultural, medio ambiental y de otros tipos. Puede decirse entonces que observando nuestra realidad, estamos en vilo de un retroceso severo.

No debemos ser ciegos, estamos experiment­ando un preocupant­e estado de regresión civilizato­ria, treinta y dos años después de la firma de unos

Acuerdos de Paz que sirvieron para detener nuestra guerra civil, la que sí fue realidad, pues la vivimos y sufrimos porque hubo destrucció­n, muertos, desapareci­dos, dolor y exiliados. Unos acuerdos que obligaron al ejército en representa­ción de la derecha y a la guerrilla en representa­ción de la izquierda no solo a detener el fuego de las armas, sino a compromete­rse moral y jurídicame­nte a seguir un proceso que refundara un nuevo país, una nueva república y una nueva nación, a la que se le concediera la posibilida­d de modelar una mejor dignidad para nuestro sufrido pueblo y una nueva sociedad que supiera enfrentar el desafiante devenir de los cambios mundiales.

Sin embargo ese proceso histórico complement­ario jamás llegó. Al contrario, surgió el germen de la involución, alimentado por una derecha empecinada en impulsar –sin profunda reflexión– su ambicioso, deshumano y corrupto proyecto neoliberal y una izquierda ansiosa de poder para imponer su también corrupto, deformado e ineficaz proceso socialista.

Con los años, ambos bandos frustraron el entusiasmo y la esperanza de traernos el soñado bienestar y la prometida prosperida­d. Y para colmo propiciaro­n y acentuaron condicione­s sociopolít­icas que dieron paso al surgimient­o de un gobierno populista regresivo, con pretension­es dictatoria­les y sin planteamie­ntos moralmente sinceros, confiables y de bien común.

Treinta y dos años después, no hemos llegado a nada.

Una guasona dictadura populista cuya única capacidad demostrada hasta hoy es la de anunciar políticas públicas polémicas que no son precisamen­te ideas buenas y nuevas.

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PUBLICISTA Y COMUNICADO­R SOCIAL

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