NADA QUE CELEBRAR A UN AÑO DE LA BITCOINIZACIÓN
La misma corte de funcionarios, diputados y evangelistas a sueldo que defienden las ocurrencias del presidente y le sirven como guardia pretoriana ante las críticas y emplazamientos ciudadanos sostenía hace un año que El Salvador se volvería un milagro financiero, que los inversionistas extranjeros harían fila para entrar a este mercado, que la democratización financiera era una realidad pese a la campaña de desinformación de los poderes fácticos y del etcétera en que suelen incluir a medios de comunicación independientes.
Ayer, el presidente de la República compartía en sus redes sociales, en la autocelebración que le caracteriza, los mensajes y felicitaciones que un sector de la comunidad bitcoiner le daba en el primer aniversario de la aprobación de la ley que volvió a ese activo digital una moneda de curso legal en El Salvador. Pese a que es la más impopular de las medidas que ha asumido en su poco más de medio término en el poder, Bukele considera que esa publicidad es suficiente argumento para el festejo. Como contrapeso, muchos economistas y analistas dentro y fuera de El Salvador criticaban también ayer que desde hace un año la economía nacional juega a los dados por una medida mal estudiada, discutida en privado por una cúpula interesada en ese giro por razones desconocidas para el público, puerta de acceso a peligrosos actores del lavado de activos.
La misma corte de funcionarios, diputados y evangelistas a sueldo que defienden las ocurrencias del presidente y le sirven como guardia pretoriana ante las críticas y emplazamientos ciudadanos sostenía hace un año que El Salvador se volvería un milagro financiero, que los inversionistas extranjeros harían fila para entrar a este mercado, que la democratización financiera era una realidad pese a la campaña de desinformación de los poderes fácticos y del etcétera en que suelen incluir a medios de comunicación independientes.
Es el mismo escudo propagandístico que ha rodeado al mandatario luego de sus diatribas contra algunos funcionarios, de sus declaraciones contra el gobierno de los Estados Unidos de América, de sus filípicas contra el periodismo independiente, contra las organizaciones de derechos humanos que según él “conspiran junto a las pandillas“, y otros apetitos mal disimulados. Y el método, la dinámica y el manual están tan aprendidos, son un automatismo de tal calibre que se ha echado mano de ella incluso en la política más errática de la administración, entiéndase la Ley Bitcóin.
En algunos años, cuando esta iniciativa haya sido derogada por obra de la presión de los organismos multilaterales, se haya escuchado finalmente a la población en alguna de las consultas ciudadanas prometidas por el vicepresidente durante su kermés constitucionalista, será recordada como un ejemplo de todo lo que está mal en este gobierno. Resumida, la Ley fue un ejemplo de cómo la política pública puede convertirse en tragicomedia, en una chanza contra los intereses de las mayorías cuando no se dictan desde el conocimiento, la discusión democrática y la lógica histórica sino desde el capricho, la intuición o la pretensión de una minoría burócrata, de algunos o de uno.
Puede creerse que con un manual de marca, con un buen manejo de la imagen, con un músculo de producción audiovisual potente y un despilfarro en propaganda basta para mantener distraída a la población. Puede creerse que la distracción satisfaga durante mucho tiempo los deseos de la gente de entretenimiento y que una narrativa, aun si está llena de falacias, haga las veces de sustituto de la realidad conectando emocionalmente con las mayorías. Pero creer que el artificio, las exageraciones y los fuegos artificiales se impondrán de manera permanente sobre la realidad es un error; si quienes incurren en esa equivocación gobiernan a un país pobre y desesperado, esa creencia deriva en tragedia.