VALOR Y COBARDÍA
En pocos días, El Salvador y Centroamérica estarán celebrando otro año de independencia, pero como cada 15 de septiembre, las festividades serán diferentes en cada uno de los 5 países del istmo, e incluso cada cual recordará próceres distintos, por un proceso de deconstrucción histórica, que ha caracterizado a la región y que se produjo casi espontáneamente cuando los intereses del momento y de cada nueva república inventaron nuevos mitos y héroes para cantar hazañas que nunca ocurrieron.
Hoy a doscientos un años de esa independencia, la región evocará aquella gesta, con alguna indiferencia en Costa Rica, con los problemas sociales en Guatemala y Honduras, y con el dolor de una democracia perdida en Nicaragua y en El Salvador.
Pero hay que reconocer que también los comportamientos sociales de los Pueblos son hoy distintos. Si a los guatemaltecos no les gusta su gobierno, lo expresan claramente; lo mismo que lo han hecho, y con sangre, los hondureños y nicaragüenses; y los ticos, conscientes de una democracia histórica, se mantienen distantes de la región.
Pero El Salvador es otra cosa. Acaso por el aluvión de propaganda del gobierno, en donde vulgarmente engaña a los extraños y a los más sencillos, diciendo que sus maquetas animadas son proyectos ya realizados; acaso por los temores que imprime la dictadura al apresar a sus adversarios, inventando cargos e incluso delitos; o acaso por el simple desgano, lo cierto es que el salvadoreño promedio aparentemente se ha vuelto indiferente.
Desde hace meses he sido testigo del incremento en la inconformidad silenciosa de la mayoría de la gente; y he oído en mi consultorio y en la calle, cómo los que antes daban “el beneficio de la duda” al régimen, hoy advierten en voz baja sobre el inminente peligro de la dictadura. He sido testigo del apresamiento injustificado de los hijos de los salvadoreños con “carepobre”, y he visto a decenas migrar forzadamente porque “este país ya se fue al traste”. Pero también he sido testigo de la horrenda manipulación mediática de un gobierno autoritario y corrupto, y de la persecución descarada, por la cual han aumentado los presos políticos, mientras se mantienen en prisión por ya más de un año; otros que por valientes no huyeron del tirano, como mi amigo Calixto, a quien recuerdo siempre.
¡Qué sufrida es esta tierra!, que talvez por fuerza de costumbre, ya no ve extraña la tortura, ni la desaparición forzosa.
¿Cuánto debe pasar para que los salvadoreños despierten de este letargo desesperante, que los obliga a ver siempre hacia abajo? ¿Qué nos diferencia de los queridos guatemaltecos, que no tienen reparo en plantarse delante del presidente, * *
Nunca dejaré de agradecerle a don Saúl Flores que me enseñara a reconocer el arte poético como el mejor regalo de los dioses.
Los que estamos cruzando ya las últimas fronteras del tiempo vivible vamos aprendiendo a comprender que respirar es nuestro único patrimonio humano. cerrar las calles y pedir la destitución del mandatario, porque a su juicio ha roto la ley?
Creo que la respuesta la define una palabra: ¡Miedo! Todos los argumentos, incluso la pretendida indiferencia; las quejas en voz baja; la silente desesperanza, se resumen en esa palabra.
Pero ese sentimiento no debe ser visto como algo necesariamente paralizante. Mejor es recordar que el valor no es la ausencia del miedo, sino la capacidad de enfrentarlo y oponerse a sus efectos. Los valientes son los hombres y mujeres de bien, que saben el peligro que les conlleva hablar contra el tirano, pero que lo hacen porque es su deber, como en el libro de Cervantes.
A esos Quijotes modernos es a quienes me dirijo. A los que enfrentan sus pesadillas y sacan tiempo y fuerzas, de donde no alcanza. A aquellos que luchan contra la injusticia, no porque saquen raja, sino porque es lo correcto. A esos que este próximo día de la independencia dejarán la comodidad de sus hogares y sin buscar y encontrar excusa, marcharán.
Marcharán por la libertad, por los que la han perdido y no pueden por hoy hacerlo, marcharán por la democracia y contra la carestía de la vida, no por causa de una guerra distante, sino por la falta de políticas económicas y en alimentación. Marcharán, contra el espanto de un gobierno que no quiere que lo hagan, y que seguramente impedirá la entrada desde el interior del país, de los autobuses que transporten a quienes vengan a la concentración.
Solo hay dos caminos ante el miedo: el valor o la cobardía. Dejemos que esta última sea la bandera de los esbirros del régimen, mientras nosotros nos cobijamos con el blasón de la nación, y el 15 de septiembre gritemos a todo pulmón: ¡Dios, Unión, Libertad!
He sido testigo de la horrenda manipulación mediática de un gobierno autoritario y corrupto, y de la persecución descarada, por la cual han aumentado los presos políticos, mientras se mantienen en prisión por ya más de un año; otros que por valientes no huyeron del tirano.