LA CRÍTICA REFLEXIVA HACE QUE LA REALIDAD SE VAYA PERFECCIONANDO; EN CAMBIO LA CRÍTICA PASIONAL LO QUE HACE ES PONERLE OBSTÁCULOS AL AVANCE
Cuando una sociedad se va habituando a funcionar en forma obsesiva y pasionista, lo que se construye en ella son las bases de su propio estancamiento, porque la evolución, desde cualquier ángulo que se mire, es una energía fluyente, que no debe perder en ningún momento los signos de su naturaleza y los componentes de su desempeño vital. Esto requiere, sin falta, que opere en todo momento la funcionalidad para que puedan activarse los ingredientes de una dinámica evolutiva que vaya acorde con lo que en cada momento se necesita y se habilita. En el caso específico de El Salvador actual, el hecho deplorable de que se haya instalado en el ambiente una especie de disfuncionalidad que es apremiante eliminar nos obliga a trabajar al respecto con lucidez y empeño sin alternativas. Pasó, y ojalá que para siempre, la posibilidad perversa de ir dejando las cosas para mañana. El cambio debe ser ya.
Nuestra problemática parece habérsenos venido encima sin aviso previo; pero en verdad señales de que la crisis de sostenibilidad podía aflorar inconteniblemente no faltaron. ¿De quién, pues, fue la miopía de no advertir que eso podría suceder en los hechos en cualquier momento? Pues en primer lugar de los liderazgos tradicionales, acostumbrados a manipular y sobre todo a interpretar los vaivenes históricos a su antojo y según su conveniencia. Pero ahí no queda la cosa: también la ciudadanía les rindió constante obediencia a los intereses del poder, y por eso el poder pudo hacer de las suyas. Todo esto puede verse ahora con gran claridad, y dicha claridad es producto de que la ciudadanía comenzó a salir de su letargo para ubicarse frente al poder a ejercer su normal liderazgo definidor y conductor.
Falta mucho por hacer, por enmendar y por recrear, pero evidentemente las vías hacia el mañana al menos ahora están cada vez más visibles en nuestro ambiente, y esto hay que valorarlo en lo que tiene de prometedor. Y entonces nos preguntamos, reiterando las interrogaciones sobre avances o retrocesos de nuestro devenir nacional: ¿Será posible que, dadas las condiciones actuales de nuestro proceso en marcha, podamos pasar definitivamente a una nueva dinámica de funcionamiento en todos los niveles de nuestra realidad? Y la respuesta se nos viene sin ninguna tardanza: No sólo es posible, sino que cada día es más factible, dados los componentes que se van imponiendo en esta etapa de nuestra autoconciencia nacional.
Los problemas, desde luego, están aquí, y continuarán estándolo, porque la vida jamás va a ser para nadie una simple vivencia teórica; pero el tratamiento de los mismos dependerá de cómo los enfoquemos y de cómo los procesemos. Hagamos, al respecto, causa común con la realidad, y de ahí tendrán que ir emergiendo las efectivas soluciones, que hay que trabajar sin reservas para que se concreten y se consoliden como debe ser. Y lo que sí, afortunadamente, ya no es ni podrá ser sostenible es la falsa y muy peligrosa noción de que las cosas se pueden dejar estar a nuestro arbitrio sin que se produzcan consecuencias muy destructivas.
Hay que aceptar que la practicidad es lo único que puede producir satisfactorios resultados de vida; pero en el entendido de que toda sana practicidad debe asentarse en bases teóricas debidamente procesadas. En otras palabras, la virtuosa interacción entre teoría y práctica es la fórmula que sustenta el buen vivir en todos los sentidos. Las ideologías son todas ellas reacias a someterse a estas sanas disciplinas, y por eso han venido fracasando cuando quieren imponerse como fórmulas consagradas que no respetan la lógica de la sana evolución.
El punto crucial de la crítica viene ganando intensidad dentro de la dinámica de cambio que se vive en prácticamente todas las latitudes; y esto pone a la vista que el dilema de fondo no sólo es entre crítica y sumisión sino también, y con gran vigencia en la contemporaneidad, entre crítica reflexiva y crítica pasional, como las calificamos en el título de esta Columna. Al tomar en cuenta este matiz del asunto asumimos un realismo analítico de significativa e inocultable trascendencia.
En el caso concreto de El Salvador de nuestros días, lo anterior se manifiesta de modo insoslayable. El hecho de que la fuerza que gobierna lo haga con el apoyo casi total del sentir ciudadano, y que las dos fuerzas tradicionales alternantes durante treinta años hayan quedado relegadas, crea un ambiente de alta tensión en la cúpula política. Esto sin duda repercute directamente en todo lo que pasa entre nosotros.
No es casualidad, entonces, que aspectos tan decisivos como la inflación, la inseguridad financiera y la crisis sanitaria, entre muchos otros, parezcan ir a la deriva, como si la realidad estuviera pidiendo a gritos más integración, más coordinación y más coherencia. A todo esto hay que ponerle una atención más comprometida.
El influjo globalizador está aquí para quedarse, y en lo que se refiere a una sociedad como la nuestra, esa es la mejor noticia que podemos recibir del dinamismo actual. Ser visibles al máximo impide que nos refugiemos en nuestras viejas disfunciones.
Una de las ventajas que trae este momento consiste en que hay mucha más predictibiidad que antes y esto permite una programación más eficaz.
Agradezcámosle, pues, a la época las aperturas que nos está posibilitando.
El dilema de fondo no sólo es entre crítica y sumisión sino también, y con gran vigencia en la contemporaneidad, entre crítica reflexiva y crítica pasional.