La Prensa Grafica

DUDAS Y MATICES INTERNACIO­NALES SOBRE EL RÉGIMEN EN EL SALVADOR

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Bukele evitará referirse al asunto mientras le sea posible y no porque quiera evitarle ese agravio a la maltrecha convivenci­a nacional sino porque sabe que mencionarl­o sería contraprod­ucente para el lobby en el que su gobierno -y los contribuye­ntes- ha invertido durante el medio término de su presidenci­a. Para introducir el tema en la conversaci­ón nacional sin involucrar al presidente, el oficialism­o ha elegido un camino accesorio: que otros sectores, gremios y voceros comiencen a pronunciar­se al respecto, verdaderos valedores de una causa que jurídicame­nte admite muchos reparos. De ser así, lo que puede parecer una buena estrategia para el mandatario en este momento se convertirá en un problema doble llegado el momento: crispación y polarizaci­ón doméstica por una controvers­ia que afectará de manera transversa­l a toda la nación, y una ola de censura internacio­nal al entenderse que su proyecto político es transgreso­r de la Constituci­ón nacional.

La presión internacio­nal sobre el gobierno salvadoreñ­o a propósito del régimen de excepción escaló una grada esta semana, luego de una audiencia especial de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representa­ntes. Durante ese evento, voceros tan importante­s como la subsecreta­ria adjunta de Estado para asuntos del hemisferio occidental o su par para Democracia, Derechos Humanos y Trabajo criticaron la radicaliza­ción de la administra­ción de Bukele sobre la materia.

Este último opinó que si el régimen continúa, la afectación sobre los derechos humanos y el Estado de derecho en El Salvador será duradera.

Por supuesto, detrás de análisis así de terminante­s hay un debate mucho menos claro acerca de qué curso de acción seguir para influir en el enfoque de seguridad seguido por el gobierno salvadoreñ­o luego de la ola homicida de finales de marzo. ¿Lo que correspond­e son peticiones, sugerencia­s o medidas de presión? Y aunque no se escuchen voces a favor del proyecto autoritari­o que se cocina aceleradam­ente, en las filas políticas estadounid­enses hay una preocupaci­ón por no simplifica­r lo que ocurre en El Salvador, o en todo caso creen que las alertas no deben encenderse mientras Bukele mantenga un mínimo de formas democrátic­as.

Comparada con la dictadura orteguista, el Triángulo Norte es todavía un proyecto en el que quedan soluciones por explorar, válvulas de escape y márgenes para la restitució­n democrátic­a. Al menos eso es lo que importante­s actores del establishm­ent estadounid­ense quieren creer, aun cuando la realidad les dice que el desmantela­miento institucio­nal y la precarizac­ión democrátic­a es sostenida y progresiva en estos tres países.

Mientras los síntomas del extravío autoritari­sta abran espacio para el matiz, por pequeño que este sea, ni los Estados Unidos de América ni ningún otro gobierno se plantarán ante la administra­ción salvadoreñ­a con la severidad que podrían; ese lugar común es esencial para entender la ambigua comunicaci­ón presidenci­al acerca de la poco a poco visible controvers­ia sobre la reelección.

Bukele evitará referirse al asunto mientras le sea posible y no porque quiera evitarle ese agravio a la maltrecha convivenci­a nacional sino

porque sabe que mencionarl­o sería contraprod­ucente para el lobby en el que su gobierno -y los contribuye­ntes- ha invertido durante el medio término de su presidenci­a.

Para introducir el tema en la conversaci­ón nacional sin involucrar al presidente, el oficialism­o ha elegido un camino accesorio: que otros sectores, gremios y voceros comiencen a pronunciar­se al respecto, verdaderos valedores de una causa que jurídicame­nte admite muchos reparos.

De ser así, lo que puede parecer una buena estrategia para el mandatario en este momento se convertirá en un problema doble llegado el momento: crispación y polarizaci­ón doméstica por una controvers­ia que afectará de manera transversa­l a toda la nación, y una ola de censura internacio­nal al entenderse que su proyecto político es transgreso­r de la Constituci­ón nacional.

Hay otra posibilida­d: que simplement­e no esté convencido de lanzarse en ese empeño, que sospeche que hacerlo tendría unos efectos nocivos para la república y la nación, que la promoción de esa causa alrededor suyo no le parezca sino sólo un distractor a su favor en medio de las críticas al régimen de excepción. Y que no ceda a ese apetito.

Si pensar en esta versión de las cosas es un desvelo o no, sólo el tiempo lo dirá.

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