LA INDEPENDENCIA DEBE SER MÓVIL DE REFLEXIÓN, NO DE PROPAGANDA
Aun cuando la Independencia supuso a efectos prácticos para el pueblo llano la continuidad del orden colonial, de una sociedad inmovilista y estratificada en la que el Estado ocuparía ante las emergentes oligarquías el mismo rol que los funcionarios peninsulares y criollos ante la Corona, el concepto ha sido asumido de un modo diferente por los ciudadanos, en especial en los últimos cien años.
Dos factores confluyeron para que el primer centenario de ese suceso, en septiembre de 1921, fuese utilizado como contenido propagandístico del gobierno de aquel entonces y adquiriera la relevancia que mantiene hasta la fecha como disparador del nacionalismo salvadoreño. Primero, la creciente influencia estadounidense en el istmo incentivó a los países centroamericanos a reivindicar viejos anhelos y firmar en ese año un Pacto de Unión que quizá hoy suene anacrónico pero que en aquella coyuntura motivó animadas discusiones y se instaló en el centro de la agenda política. Y segundo, el gobierno de Jorge Meléndez atravesaba una crisis y una inestabilidad oprobiosas; aun después de la frustrada revuelta liderada por Arturo Araujo, los rumores de golpe de Estado se sucedían mes a mes.
Ambas coyunturas, la de un renacido unionismo centroamericano y la debilidad de un régimen cada vez más impopular, coadyuvaron para que el gobierno abrazara los valores cívicos y un henchido nacionalismo; uno de los resultados fue que la lectura de los hechos de 1821, lejos del revisionismo que podía esperarse pasados cien años, tuvo estricto lirismo y apología castrense.
Ese contenido fue potenciándose con los años, vigorizado durante las décadas de militarismo e insuflado en el sistema escolar de tal modo que el alumnado, aun entendiendo que el orden colonial era injusto, desigual y sustentado en un despojo original, se abstrayera de la evolución del Estado y de la sociedad salvadoreñas y no cuestionara ni el proyecto de los independentistas ni si había resultado en mayores o menores cotas de desarrollo social, político y económico para la nación. Se invitó y sigue invitándose a las nuevas generaciones a evadir esa reflexión y consumir los hechos de 1821 de un modo superficial y antiséptico.
Así se llega al 201.º aniversario de esos sucesos, un momento en el que el oficialismo le dice al país que en los dos siglos anteriores lo que se celebró fue una farsa y que es hasta este momento, en un trance álgido para el republicanismo, con un deterioro democrático y del Estado de derecho que es motivo de preocupación internacional, que se ha conseguido una “verdadera independencia”.
Es el paroxismo de la historiografía: renunciar a cualquier pretensión académica, a las distintas aproximaciones intelectuales al proceso de formación de la construcción del Estado, de la configuración social y de la identidad nacional para hacer de la historia un ingrediente más de la propaganda, del ataque político partidario y de una narrativa infantiloide y megalómana.
En el bicentenario, el régimen evadió la oportunidad de convocar a la academia y a la ciudadanía a la reflexión y la educación sobre ese proceso; un año después, cree que puede reinventar la historia con viruta publicitaria.
Es el paroxismo de la historiografía: renunciar a cualquier pretensión académica, a las distintas aproximaciones intelectuales al proceso de formación de la construcción del Estado, de la configuración social y de la identidad nacional para hacer de la historia un ingrediente más de la propaganda, del ataque político partidario y de una narrativa infantiloide y megalómana.
En el bicentenario, el régimen evadió la oportunidad de convocar a la academia y a la ciudadanía a la reflexión y la educación sobre ese proceso; un año después, cree que puede reinventar la historia con viruta publicitaria.