La Prensa Grafica

EL ARTE DE EMPEZAR

- Florent Zemmouche florentzem­mouche@yahoo.fr

La fuerza que tienen los –grandes– escritores es que logran desafiar a la muerte; por su escritura, estilo, sus ideas y fulgores siguen presentes incluso después de su desaparici­ón física. Javier Marías ha muerto y todos sus lectores, manteniend­o un movimiento perpetuo, volvemos a empezar su obra.

Y algo, entre muchas otras cosas, que sabía indudablem­ente hacer Marías es cómo empezar sus textos. Manejaba a la perfección el famoso y tan importante arte de las primeras frases que, según dicen, puede ser una de las caracterís­ticas –no suficiente pero necesaria– de las obras maestras. Las que tienen la prodigiosa capacidad de concentrar en pocas palabras toda la historia por venir y por contar, así como todo lo que ya ha pasado.

Basta con leer los incipit de Marías para darse cuenta de que tiene su puesto en el panteón de los mejores umbrales, ventanas o puertas de entrada de la literatura. Solo por placer: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamien­to, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” (Cien años de soledad); “Durante mucho tiempo, me acosté temprano” (En busca del tiempo perdido); “Llamadme Ismaël” (Moby Dick); “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor” (Don Quijote de la Mancha); “¿Encontrarí­a a la Maga?” (Rayuela); “La heroica ciudad dormía la siesta” ( La Regenta); “La cosa empezó así” (Viaje al fin de la noche ).

Y ahora las aperturas de Javier Marías. Su editora, directora de Alfaguara, Pilar Reyes, escribió hace unos días que si Marías “tenía un primer párrafo, tenía una novela”. Este elemento parece efectivame­nte coherente al apreciar sus inicios. Les dejo juzgar –y saborear– las primeras palabras que propone en lo que es sin lugar a dudas una gran novela, Un corazón tan blanco: “No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era tan niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados”. Resalta la maestría de un narrador que juega y sabe, que salta de un lado a otro, horizontal y verticalme­nte; da la impresión de estancarse cuando siempre sigue avanzando.

Esa sensación también es el fruto de este peculiar rasgo que consiste en empezar mediante una negación para crear a partir de lo negativo. Otro ejemplo elocuente es el magnífico incipit de Tu rostro mañana: “No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido”. Es el no para el sí. La insolencia de un narrador omnipotent­e que cuenta sin contar, o más bien que no cuenta contando. Y estas palabras toman por supuesto un sabor particular ahora que una parte de él se ha ido, sin irse.

Javier Marías ha muerto y todos sus lectores, manteniend­o un movimiento perpetuo, volvemos a empezar su obra.

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COLABORADO­R DE LA PRENSA GRÁFICA

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