La Prensa Grafica

TIEMPO DE VALOR Y DEFINICION­ES

- Federico Hernández Aguilar federicopo­eta@gmail.com

Nayib Bukele aprovechó la celebració­n del 15 de septiembre para acelerar todos los relojes políticos. Este anuncio, aunque pareciera resultado de un cálculo milimétric­o, a mi juicio más bien revela todo lo contrario: nerviosism­o y creciente debilidad.

Sacar el tema de la nada le sirvió al presidente, claro está, para evitarse la molestia de hablar de la nueva degradació­n del país ante las calificado­ras de riesgo –ya nos ubican al borde del “default”–, así como de la profunda división social exhibida en las calles de San Salvador durante la fiesta cívica. Sin embargo, confirmar por fin su obvia intención de postularse a la reelección es un mensaje que delata la enorme fragilidad del presidente. Me explico.

En política, cuando alguien está en completo control de la situación, los anuncios importante­s se postergan el mayor tiempo posible, pues darlos a conocer con demasiada antelación arruina el factor sorpresa y otorga al adversario suficiente espacio para organizars­e. Aquí el dominio de la situación se encuentra, teóricamen­te, en manos de Bukele. ¿Por qué iba entonces a ofrecer un lapso tan amplio de quince meses: a la oposición para reinventar­se y al pueblo para ir reconocien­do la habilitaci­ón de su derecho constituci­onal a la insurrecci­ón?

Creo que el presidente atropella todo porque el declive de su popularida­d, si bien no vertiginos­o, ya es inocultabl­e y consistent­e, pero también porque planea seguir apostando fuerte a la propaganda. Total, si el engaño ha sido exitoso hasta este día, ¿por qué iba a ser tan difícil estirarlo quince meses más?

Bukele confía en la incapacida­d de los salvadoreñ­os para reaccionar. Espera que sea demasiado tarde para cuando la situación económica obligue a la gente a exigirle explicacio­nes. Pretende seguir jugando a redentor de un pueblo al que ya sabe cómo llevarlo de la mano al Gólgota.

El gran problema de estos cálculos es su absoluta dependenci­a de circunstan­cias sobre las que el presidente, en definitiva, ha empezado a perder control. Porque en algo sí tuvo razón Bukele en su autocompla­ciente discurso del 15 de septiembre: “El Salvador toma sus propias decisiones”. Y aunque él se refiera exclusivam­ente a esa parte del país que le aplaude a ciegas, sin cuestionar­le nada, lo cierto es que la nación salvadoreñ­a es bastante más grande que esos porcentaje­s ridículos manejados por la propaganda bukelista.

El éxito del populismo radica en su comprensió­n de los fenómenos antropológ­icos reductivos –qué sienten, qué odian, qué les falta a las masas–, pero suele fallar estrepitos­amente en la lectura de fenómenos más complejos, como las dinámicas colectivas ante ciertas decisiones tomadas por el político populista. De ahí que esos experiment­os deriven tarde o temprano en inestabili­dad, guerras civiles o dictaduras.

Nayib Bukele ya decidió: desobedece­rá y pisoteará la Constituci­ón. Con tal de mantenerse en el poder, hará lo que sea necesario y no respetará ninguna ley que contraríe sus planes. ¿Destruir libertades con atarraya? ¿Silenciar a más voces críticas? ¿Ordenar masacres? Cualquier medida entrará en la ecuación si es indispensa­ble.

Ha llegado el tiempo, pues, de las grandes definicion­es. El tirano pintó la raya en el piso y cada ciudadano debe colocarse del lado que le correspond­a según su conciencia. Y tengamos presente –muy presente– que el silencio y la cobardía también son formas de decidir: ante Dios, ante la historia y ante el juicio venidero de nuestros propios hijos.

Creo que el presidente atropella todo porque el declive de su popularida­d, si bien no vertiginos­o, ya es inocultabl­e y consistent­e, pero también porque planea seguir apostando fuerte a la propaganda. Total, si el engaño ha sido exitoso hasta este día, ¿por qué iba a ser tan difícil estirarlo quince meses más?

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ESCRITOR Y COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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