TIEMPO DE VALOR Y DEFINICIONES
Nayib Bukele aprovechó la celebración del 15 de septiembre para acelerar todos los relojes políticos. Este anuncio, aunque pareciera resultado de un cálculo milimétrico, a mi juicio más bien revela todo lo contrario: nerviosismo y creciente debilidad.
Sacar el tema de la nada le sirvió al presidente, claro está, para evitarse la molestia de hablar de la nueva degradación del país ante las calificadoras de riesgo –ya nos ubican al borde del “default”–, así como de la profunda división social exhibida en las calles de San Salvador durante la fiesta cívica. Sin embargo, confirmar por fin su obvia intención de postularse a la reelección es un mensaje que delata la enorme fragilidad del presidente. Me explico.
En política, cuando alguien está en completo control de la situación, los anuncios importantes se postergan el mayor tiempo posible, pues darlos a conocer con demasiada antelación arruina el factor sorpresa y otorga al adversario suficiente espacio para organizarse. Aquí el dominio de la situación se encuentra, teóricamente, en manos de Bukele. ¿Por qué iba entonces a ofrecer un lapso tan amplio de quince meses: a la oposición para reinventarse y al pueblo para ir reconociendo la habilitación de su derecho constitucional a la insurrección?
Creo que el presidente atropella todo porque el declive de su popularidad, si bien no vertiginoso, ya es inocultable y consistente, pero también porque planea seguir apostando fuerte a la propaganda. Total, si el engaño ha sido exitoso hasta este día, ¿por qué iba a ser tan difícil estirarlo quince meses más?
Bukele confía en la incapacidad de los salvadoreños para reaccionar. Espera que sea demasiado tarde para cuando la situación económica obligue a la gente a exigirle explicaciones. Pretende seguir jugando a redentor de un pueblo al que ya sabe cómo llevarlo de la mano al Gólgota.
El gran problema de estos cálculos es su absoluta dependencia de circunstancias sobre las que el presidente, en definitiva, ha empezado a perder control. Porque en algo sí tuvo razón Bukele en su autocomplaciente discurso del 15 de septiembre: “El Salvador toma sus propias decisiones”. Y aunque él se refiera exclusivamente a esa parte del país que le aplaude a ciegas, sin cuestionarle nada, lo cierto es que la nación salvadoreña es bastante más grande que esos porcentajes ridículos manejados por la propaganda bukelista.
El éxito del populismo radica en su comprensión de los fenómenos antropológicos reductivos –qué sienten, qué odian, qué les falta a las masas–, pero suele fallar estrepitosamente en la lectura de fenómenos más complejos, como las dinámicas colectivas ante ciertas decisiones tomadas por el político populista. De ahí que esos experimentos deriven tarde o temprano en inestabilidad, guerras civiles o dictaduras.
Nayib Bukele ya decidió: desobedecerá y pisoteará la Constitución. Con tal de mantenerse en el poder, hará lo que sea necesario y no respetará ninguna ley que contraríe sus planes. ¿Destruir libertades con atarraya? ¿Silenciar a más voces críticas? ¿Ordenar masacres? Cualquier medida entrará en la ecuación si es indispensable.
Ha llegado el tiempo, pues, de las grandes definiciones. El tirano pintó la raya en el piso y cada ciudadano debe colocarse del lado que le corresponda según su conciencia. Y tengamos presente –muy presente– que el silencio y la cobardía también son formas de decidir: ante Dios, ante la historia y ante el juicio venidero de nuestros propios hijos.
Creo que el presidente atropella todo porque el declive de su popularidad, si bien no vertiginoso, ya es inocultable y consistente, pero también porque planea seguir apostando fuerte a la propaganda. Total, si el engaño ha sido exitoso hasta este día, ¿por qué iba a ser tan difícil estirarlo quince meses más?