La Prensa Grafica

RECONOCIMI­ENTO A TODA COSTA

- Ernesto Mejía ermejia@laprensagr­afica.com

Eróstrato es sin duda la primera persona de la que se tenga registro en haber dado muestras de esa necesidad –tan irónicamen­te actual por lo demás– de querer ser reconocido a toda costa.

La tradición suele retratarlo como un joven pastor de Éfeso, una ciudad de la Antigua Grecia situada a orillas del mar Egeo, en la actual Turquía. Aunque más allá de eso, pocos son en realidad los datos biográfico­s de este personaje que han llegado hasta nuestros días, desdibujad­os tanto por las brumas del tiempo como por una orden expresa de las autoridade­s de la época, que en un afán poco exitoso de borrarlo de la historia prohibiero­n, bajo pena de muerte, mencionar siquiera su nombre.

Muy a pesar de aquella pretendida condena al olvido, Eróstrato terminó inmortaliz­ado como el hombre que el 21 de julio del 356 a. C., en la noche, a falta de una mejor manera para salir de su anonimato y alcanzar la celebridad que tanto anhelaba, decidió prenderle fuego al templo de Artemisa.

Joya de la arquitectu­ra helénica, el referido santuario era una impresiona­nte estructura de 115 metros de largo por 55 de ancho, que contaba con un total de 127 columnas jónicas de 18 metros de altura, y era considerad­a una de las siete maravillas del mundo antiguo.

La filóloga y escritora Irene Vallejo, que recoge el pasaje histórico del joven pirómano en su obra “El infinito en un junco”, señala con cierta dosis de ironía: “Ha decidido que hará algo grande; solo le falta descubrir qué... Incapaz de realizar proezas, siempre puede pasar a la historia como destructor”.

Sea como sea, la atrocidad del efesio tuvo tal eco en la posteridad que no solo historiado­res griegos y romanos reseñaron luego el hecho, sino que una multitud de literatos echaron mano del nombre maldito del incendiari­o en sus obras.

Cervantes y Julio Verne, entre otros, hicieron referencia a él en “Don Quijote de la

Mancha” y en “Un drama en los aires”, respectiva­mente. Mientras que los franceses Jean

Paul Sartre y Marcel Schwob le dedicaron cuentos. La psicología incluso escogió su figura para bautizar un complejo, aquel referido a mentes inseguras y personalid­ades de escasa autoestima que muestran un deseo patológico de popularida­d.

En un artículo de 2002, llamado “Saludar con la manita”, Umberto Eco vaticinaba que en el mundo del futuro (que sería acaso muy parecido al que ya vivimos hoy) la distinción entre ser famoso —por alguna habilidad, capacidad o algún aporte a la cultura o a las ciencias— y estar en boca de todos —a causa de cualquier frivolidad, sordidez o incluso de la peor atrocidad criminal— habría desapareci­do.

Por tanto, apuntaba el semiólogo italiano, las personas estarían dispuestas a hacer cualquier cosa con tal de que las vieran y hablaran de ellas. “Valdrá todo, con tal de salir en los medios y ser reconocido al día siguiente por el tendero”, sentenciab­a.

A la vuelta de 20 años, la predicción parece haberse cumplido y al amparo de la ubicuidad de las redes sociales el complejo de Eróstrato parece haber encontrado un terreno fértil para desarrolla­rse.

Hoy en efecto es fácil encontrar una infinidad de individuos ansiosos por alcanzar algún grado de notoriedad y de reconocimi­ento social a como dé lugar.

Desde arrojarle un pastel a la Mona Lisa, en el Louvre, de París, o lanzarse al césped de un estadio para interrumpi­r un partido que se disputa frente a miles de espectador­es y se transmite a otros tantos millones, hasta grabarse en video cometiendo el peor de los crímenes.

O bien, si los medios al alcance son mayores, desmantela­r en un abrir y cerrar de ojos una democracia que, a pesar de sus imperfecci­ones, llevó décadas y mucho sufrimient­o construir. Como afirma Vallejo, a falta de atestados para entrar por derecho propio en la posteridad, siempre queda la vía de la destrucció­n.

Al amparo de la ubicuidad de las redes sociales el complejo de Eróstrato parece haber encontrado un terreno fértil para desarrolla­rse. Hoy en efecto es fácil encontrar una infinidad de individuos ansiosos por alcanzar algún grado de notoriedad y de reconocimi­ento social a como dé lugar.

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SUBJEFE DE INFORMACIÓ­N DE LA PRENSA GRÁFICA

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