SYMPATHEIA Qué necesario se vuelve apartarnos un momento de la actividad incesante y replantearnos el rumbo de nuestra vida, por qué hacemos lo que hacemos y cuál es nuestro rol en la sociedad.
Al hacer retrospectiva del último año seguramente vamos a identificar muchas cosas por las que estar inmensamente agradecidos. Al mismo tiempo, no será difícil entrever entre las escenas que se asoman a la mente, muchas oportunidades para hacer las cosas diferentes de cara a los días por venir. En este recorrido hacia atrás es posible percibir en ocasiones mucho ruido, distracciones y preocupaciones materiales. También, una prisa imperante y un “to do list” tan interminable y demandante como permanente, dejando poco si no es que ningún espacio para pensar en otra cosa que en lo que tenemos que hacer después. En este estado mental de prisa y dispersión, es complicado dar cabida a esas preguntas existenciales que deberían permear y empujar nuestros pensamientos, decisiones y comportamientos.
Este tema me hace remontar a cuando era niña e iba al mar con mi familia, en la tarde bajaba a la playa y hundía los pies en la arena que recién comenzaba a refrescar después del atardecer y contemplaba sin noción del tiempo la inmensidad e imponencia del mar, en el interminable ir y venir de las olas. En ese momento de silencio, soledad y contemplación, no había cabida para las preocupaciones; el momento presente, lo importante, era palpable. La grandeza e inmensidad de la naturaleza que contrasta tan drásticamente con nuestra pequeñez nos invita a envolvernos de una profunda humildad y a la vez esa conexión nos llena de la consciencia de nuestro valor infinito, como parte de algo mucho más grande. Un filósofo francés, Pierre Hadot, describía ese sentimiento de reflexionar y conectar con la inmensidad del mundo como un “sentimiento oceánico”. En ocasiones, únicamente inmersos en esos estados de reflexión es que se asoman a la superficie de nuestra mente esas grandes preguntas existenciales. ¿Quién soy? ¿Cuál es el sentido y mi misión en este mundo? Al respecto, cito una frase de Fyodor Dostoyevski: “El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para qué se vive”.
Qué necesario se vuelve apartarnos un momento de la actividad incesante y replantearnos el rumbo de nuestra vida, por qué hacemos lo que hacemos y cuál es nuestro rol en la sociedad. Al respecto, comenta Ryan Holiday en uno de sus libros: “Al silenciar el ruido que los rodeaba, podían finalmente oír la callada voz que necesitaban escuchar”. No es fácil silenciar ese ruido que compone nuestro día a día, pero es importante hacerlo cada cierto tiempo para alcanzar esa claridad mental que nos permita aprovechar nuestras capacidades al máximo y en la dirección que queremos. De igual modo, en palabras de León Tolstói, “en el nombre de Dios, deténgase un momento, cese su trabajo, mire a su alrededor más conscientes del momento que vivimos y cómo lo vivimos”.
Otro aspecto del cual podemos beneficiarnos al alejarnos un momento para abarcar estas consideraciones es reubicar nuestro ego para asegurarnos que no esté interfiriendo con nuestro propósito de vida, nuestras relaciones y nuestra imagen de nosotros mismos. Nuevamente cito a Ryan Holiday al respecto: “Debes practicar verte a ti mismo con un poco de distancia, cultivando la habilidad de salir de tu propia mente. El desprendimiento es un tipo de antídoto natural contra el ego. Es fácil estar emocionalmente involucrado y enamorado con tu propio trabajo. Cualquiera y todo narcisista puede hacer eso. Lo que es raro no es el talento crudo, la habilidad o la confianza en sí mismo, pero la humildad, la diligencia y la consciencia de sí mismo”.
Aprovechemos la oportunidad del comienzo de un nuevo año para asegurar esos espacios de silencio y recogimiento tan necesarios para volver a situar nuestra mente en el camino que queremos seguir.