La Prensa Grafica

LA IRA La aparente calma –apatía incluso– frente a las decisiones del ahora no son sinónimo de la paz del mañana.

- Ernesto Mejía ermejia@laprensagr­afica.com

Confiado en sus altas cuotas de popularida­d y apoyándose en una campaña llena de mentiras y medias verdades, el gobierno aprobó finalmente una reforma de pensiones –vieja promesa de campaña del bukelismo– que lejos de representa­r un beneficio sostenible para el conjunto de la población corre el riesgo de empeorar las condicione­s para los pensionado­s futuros.

Si hay acaso beneficiad­os directos con la nueva ley aprobada por la Asamblea Legislativ­a esas son las AFP, cuyos negocios continuará­n, a pesar de que en su campaña el ahora presidente de la República habló incluso de desmontar el sistema actual, y el gobierno que, a pesar de lo proclamado por la propaganda, continuará echando mano de los dineros de los cotizantes para financiar sus obligacion­es fiscales, incluso de manera más extensiva de lo que lo hicieron las anteriores administra­ciones.

A cambio de esas ventajas, el gobierno ha prometido, sin estudios técnicos que respalden su viabilidad y sin ampliar la cobertura del sistema previsiona­l, un aumento generaliza­do de 30 % en las pensiones por vejez que, aparte de ser una medida regresiva, puesto que asigna igual aumento aun a las pensiones más altas, los economista­s se han apresurado a subrayar que es insostenib­le en el tiempo.

El gobierno abona así a la conflictiv­idad y a la rabia social que tarde o temprano habrá de explotar en las calles porque, como se sabe, estas no responden a la lógica de la inmediatez, sino a procesos de creciente malestar que se gestan en el tiempo a fuego lento. La aparente calma –apatía incluso– frente a las decisiones del ahora no son sinónimo de la paz del mañana. De pronto otra decisión, un paso en falso, sobre todo cuando las finanzas públicas estén aún más comprometi­das que ahora y obliguen a medidas drásticas e impopulare­s, puede prender la mecha de un estallido social que llegue sin mayor preámbulo.

Así sucedió, por ejemplo, en Nicaragua en 2018, cuando las reformas al Instituto Nicaragüen­se de Seguridad Social que incluían, entre otras cosas, aumentos a las cuotas patronales y laborales y un impuesto a las pensiones de las personas ya jubiladas, colmaron el vaso de numerosos agravios políticos anteriores. Por eso la protesta inicial referente a la seguridad social se extendió luego a otros reclamos que solo habían quedado temporalme­nte desactivad­os.

Ante la vehemencia de la protesta y la posibilida­d de una escalada de las acciones frente a exigencias que no encontraba­n respuesta, el régimen de Ortega decidió desatar una brutal represión que se saldó con más de

350 muertes, un cierre aún más radical de los ya de por sí exiguos espacios para el disenso político y una feroz persecució­n de opositores que continúa hasta el día de hoy.

Decía la filósofa alemana Hannah Arendt en su obra “Crisis de la República” que la indignació­n y la ira popular no se dan en el vacío ni por capricho, sino como respuestas concretas ante situacione­s en las que se perciben profundas injusticia­s. “La rabia no es en absoluto una reacción automática ante la miseria y el sufrimient­o como tales; nadie reacciona con rabia ante una enfermedad incurable, un terremoto o condicione­s sociales que parecen inmodifica­bles. La rabia solo brota allí donde existen razones para sospechar que podrían modificars­e esas condicione­s y no se modifican”.

Pensar que los efectos futuros de la reforma previsiona­l, sumados al retiro de fondos para las alcaldías, que han derivado en prácticame­nte la quiebra de muchas municipali­dades; el despido arbitrario de personal; la sistemátic­a violación de los derechos humanos en el marco del interminab­le régimen de excepción; la opacidad en el manejo de la cosa pública y los señalamien­tos por posibles actos de corrupción cometidos por varios funcionari­os puede conducir a la larga a algo que no sea una mayor efervescen­cia social sería demasiado ingenuo.

El gobierno sin duda lo sabe. No en vano ha apuntalado su relación con un aliado con armas al que le ha aumentado de forma considerab­le su presupuest­o en los últimos años y al que convenient­emente dejó fuera de la reforma de pensiones, sobre todo de aquellos ángulos más espinosos de la misma, como el que establece un techo de $3,000 a las denominada­s “pensiones VIP”. Así, cuando el apoyo popular se agote y la ira amenace con desbordars­e, podrá reemplazar­lo por el apoyo castrense.

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