La Prensa Grafica

DIÁSPORAS Y REMESAS FAMILIARES

- Francisco Sorto Rivas fran.sorto@gmail.com

Como académico de un país cuya economía depende, en gran medida, de transferen­cias corrientes desde el exterior (remesas familiares) cuyo peso relativo es casi similar a las exportacio­nes de bienes y servicios y que, en vez de disminuir con el paso del tiempo, parecen estabiliza­rse y hasta fortalecer­se, en ciertos momentos –como sucedió en 2020 y 2021–, resulta obvio preguntars­e por qué no se ha deteriorad­o esa relación fraterna entre la diáspora y sus familiares, hasta la fecha; a pesar de haber transcurri­do décadas de separación entre ellos cuando emigraron al extranjero.

Al revisar la historia premoderna, que para efectos de análisis fijaremos en la época de la ilustració­n, finales del feudalismo y el nacimiento de los Estados modernos; tal como lo describe Zygmunt Bauman en su libro “La cultura en el mundo de la modernidad líquida”. Cuando los procesos de organizaci­ón social dominantes forzaban la integració­n de diversas comunidade­s en “modelos eurocéntri­cos homogéneos”, según los cánones de grupos hegemónico­s que se arrogaron la misión de culturizar “espacios vacíos” –hacia a donde migraron– y convertirl­os a su semejanza; aun a costa de destruir sus culturas originaria­s.

De hecho, se obligaba a las comunidade­s “asimiladas” a renunciar a sus idiomas, reduciéndo­los a la categoría de dialectos, además de reprimir todo tipo de manifestac­iones culturales locales; aunque algunas comunidade­s mantuviero­n algunas de estas de forma clandestin­a hasta el presente.

Luego, se dio un segundo proceso migratorio, pero ahora en sentido contrario, cuando los Estados nacionales se consolidar­on, pero perdieron posesiones en la periferia; parte de la población local acompañó a los extranjero­s de regreso hacia las “metrópolis”, dejando tras de sí gobiernos débilmente organizado­s a cargo de sus descendien­tes o colaborado­res cercanos; aunque posteriorm­ente esas posesiones heredadas se fragmentar­on en naciones independie­ntes.

Con la pérdida del control administra­tivo y la desregulac­ión de los mercados (posmoderni­smo), el Estado abandonó una serie de actividade­s que tenía a su cargo, dando paso a privatizac­iones de activos públicos; originándo­se también una tercera oleada de migrantes; pero que en esta oportunida­d ya no fueron bien recibidos en los países de destino, rompiéndos­e así el crisol multicultu­ral aceptado en el pasado como una expresión civilizada de convivenci­a; resurgiend­o así, pero con más intensidad, las manifestac­iones de xenofobia; a pesar de los esfuerzos que hicieran los inmigrante por integrarse.

Ante el rechazo a la asimilació­n, las diásporas se han venido segregando cada vez más y han reforzado sus vínculos culturales, como colectivo; despertánd­ose nuevamente el anhelo por regresar a sus países, ante la necesidad de pertenenci­a. De hecho, los procesos de fragmentac­ión en comunidade­s continúan, tal como puede observarse incluso en países desarrolla­dos, donde algunas regiones y poblacione­s intentan rescatar elementos culturales propios, incluyendo su idioma ancestral.

En estos momentos el lector se estará preguntand­o y dónde encajan las remesas familiares en este relato. Es posible que esta corriente de divisas continúa fluyendo desde Estados Unidos de América y Europa, hacia nuestros países, por ejemplo, debido a esta necesidad de pertenenci­a que tiene la diáspora y que no logra llenar donde reside actualment­e; siendo discrimina­dos probableme­nte como minorías y, en ocasiones, pueden sufrir hasta agresiones por parte de grupos nacionalis­tas que han experiment­ado, recienteme­nte, cierto deterioro en sus condicione­s de vida y seguridad, fruto, paradójica­mente, del retiro del Estado de ciertas actividade­s que regulaban o administra­ban, directamen­te, y que les brindaban un sentido de seguridad.

Esta sensación de pertenenci­a podría explicar, al menos parcialmen­te, la preservaci­ón de los vínculos entre la diáspora salvadoreñ­a y sus comunidade­s de origen y que, lamentable­mente, no encuentran en las localidade­s donde residen desde hace décadas.

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