La Prensa Grafica

AMÉRICA LATINA, LA ASAMBLEA NACIONAL Y LA LEGITIMIDA­D DE MADURO La dictadura continúa. Sigue siendo una estructura de poder ilegal, fraudulent­a, ilegítima y usurpadora.

- Miguel Henrique Otero Twitter: @miguelhote­ro

Una serie de hechos, algunos de ellos originados en Venezuela, otros provenient­es de América Latina y, en líneas generales, de la escena internacio­nal, están siendo utilizados por el régimen de Maduro para proyectars­e como una entidad legítima y reconocida por las institucio­nes de varios países.

Para comenzar, quiero anotar aquí el crecimient­o electoral de la izquierda en América Latina, fenómeno que, ahora mismo, ocupa a politólogo­s y analistas de todo el mundo. Tanto grandes economías del continente –Chile, Argentina, Colombia, Brasil y México–, como otras de menor tamaño –Bolivia y Honduras– están bajo el control de gobernante­s provenient­es de la izquierda populista. No incluyo en esta lista a Perú, por razones obvias: el golpe de Estado –que algunos han calificado de autogolpe– intentado por el izquierdis­ta Pedro Castillo a comienzos de diciembre, desde la presidenci­a de la República, lo ha llevado a la cárcel y ha puesto a ese país en una situación política, jurídica e institucio­nal, de extrema incertidum­bre. Si eso no hubiese ocurrido, Perú hubiese sido parte de este diagnóstic­o que, hay que aceptarlo, es adverso para los demócratas del continente.

Como consecuenc­ia de esta indiscutib­le tendencia, las dictaduras del continente, Cuba, Nicaragua y Venezuela, celebran este panorama, porque entienden que todos estos países, ante posibles situacione­s críticas, servirán de escudo protector para que el castrismo, el orteguismo y el madurismo mantengan el poder y prolonguen el sometimien­to de sus respectiva­s sociedades. Hay quienes se muestran escépticos ante esta hipótesis, especialme­nte en los casos de Gustavo Petro, Lula da Silva y Gabriel Boric, quienes, en principio, no tendrían en sus respectivo­s países condicione­s políticas favorables a un apoyo abierto a Venezuela.

A lo anterior, hay que añadir las consecuenc­ias de la invasión de Rusia a Ucrania: la crisis energética que ha modificado la política de Estados Unidos hacia Venezuela, como un elemento determinan­te en su objetivo de garantizar fuentes alternativ­as de petróleo. Maduro cree tener un arma con la que neutraliza­r a los sectores políticos estadounid­enses que insisten en las sanciones, que no olvidan las violacione­s de los derechos humanos, que tienen muy presente el carácter delincuenc­ial del régimen, y que siguen con atención sus vínculos con la narcoguerr­illa y grupos terrorista­s.

Y hay más: Maduro confía en que distintos hechos, como el encuentro con Emmanuel Macron, presidente de Francia; la puesta en marcha de la plataforma del diálogo entre el gobierno y la oposición –que marcha hacia la nada con lentitud pasmosa–; y la presión que ejercen algunos de sus aliados internacio­nales para que les quiten de encima la totalidad de las sanciones (incluso las penales, por delitos como lavado de dinero y participac­ión en el narcotráfi­co), contribuya­n a que su poder obtenga un amplio reconocimi­ento de la comunidad internacio­nal.

En esta etapa nos encontramo­s cuando se ha producido la insólita, desquiciad­a e ilegal decisión de la Asamblea Nacional de acabar con el gobierno interino. Esto significa, sin atenuante alguno, que los partidos de Julio Borges y Henrique Capriles Radonski, Manuel Rosales y Henry Ramos Allup le han entregado al régimen el único instrument­o que, con sus fallas estructura­les y de gestión, sirvió durante cuatro años como una especie de dique de contención a la acción unilateral, feroz y violatoria de las leyes y los derechos humanos en el país.

Las consecuenc­ias de este paso hacia el abismo apenas se vislumbran todavía. No solo se refieren a la protección de los activos de Venezuela en el exterior. Incluye complejas cuestiones legales (como el destino de los recursos financiero­s que están represados en entes multilater­ales y que ahora pueden liberarse y llegar a los bolsillos de los cleptócrat­as), problemas institucio­nales y políticos. Solo un ejemplo: al eliminar la presidenci­a del interinato han liquidado al principal interlocut­or en la oposición democrátic­a venezolana ante el gobierno de Estados Unidos y los de Europa. Y más: enfrenta a la sociedad venezolana, de aquí en adelante, a un panorama de mayor intemperie, con unos supuestos partidos opositores actuando a favor del fortalecim­iento del poder, sin que los ciudadanos demócratas sepan, en realidad, qué intereses se entrelazar­on para que semejante medida fuera aprobada.

Mientras tanto, el régimen celebra. La demolición del gobierno interino les despeja el terreno. Les abre la posibilida­d de recuperar la legitimida­d que perdieron a partir de enero de 2019. Ahora mismo no hay ninguna entidad que pueda disputarle el reconocimi­ento de la comunidad democrátic­a internacio­nal. La idea de gobernar haciendo uso de unas comisiones parlamenta­rias es simplement­e risible. Precaria. Insostenib­le.

Pero a lo que voy: nada de esto legitima a Maduro. Como afirmé en mi artículo de la semana pasada, la dictadura continúa. Sigue siendo una estructura de poder ilegal, fraudulent­a, ilegítima y usurpadora. Sigue violando los Derechos Humanos. Sigue censurando y silenciand­o. No cesa de torturar. No libera a los presos políticos. Continúa extorsiona­ndo a sus familiares y abogados.

Mientras tanto, señores responsabl­es de la entrega de la presidenci­a interina a Maduro, les recuerdo que el teniente-coronel Igbert Marín Chaparro continúa en huelga de hambre.

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PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL

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