La Prensa Grafica

RECIBIR LA PAZ DEL ESPÍRITU SANTO El mismo día de su Resurrecci­ón, Jesús llega al Cenáculo y su saludo es: La paz esté con ustedes. Reciban al Espíritu Santo. Esta es la paz de Jesús: es una Persona, es un regalo grande.

- Rutilio Silvestri rsilvestri­r@gmail.com

Durante una de sus homilías, el Papa Francisco animó a los fieles a recibir la paz que brinda el Espíritu Santo con la sencillez y la alegría de los niños cuando reciben un regalo.

El Evangelio de Juan nos recuerda las palabras de Jesús antes de la Pasión, anunciando a sus discípulos: “la paz les dejo, mi paz les doy”, una paz completame­nte distinta a la que ofrece el mundo.

La paz mundana abarca caracterís­ticas que nos muestran que no es definitiva, como todo lo de la tierra: la de Herodes que acaba cuando los Magos le dicen que ha nacido el Rey de Israel, la de la vanidad que se tambalea según la persona se sienta apreciada o insultada. Sin embargo la paz que nos da Jesús es la del Espíritu Santo.

¡La paz de Jesús es una persona, es el Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad! El mismo día de su resurrecci­ón, Jesús llega al Cenáculo y su saludo es: La paz esté con ustedes. Reciban al Espíritu Santo. Esta es la paz de Jesús, es una persona, es un regalo grande. Y cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede arrebatarn­os la paz, ¡Nadie! ¡Es una paz definitiva!

El trabajo del cristiano es custodiar esta paz. Es una paz grande, una paz que no es mía, es de otra persona que me la regala, de otra persona que está dentro de mi corazón y que me acompaña toda la vida. ¡Me la dio el Señor!

Esta paz se recibe con el bautismo y con la confirmaci­ón, pero sobre todo se recibe como un niño recibe un regalo: sin condicione­s, con el corazón abierto, poniendo de relieve que hay que custodiar al Espíritu Santo, pidiéndole ayuda a este gran regalo de Dios.

Si tenemos esta paz del Espíritu, si tenemos al Espíritu dentro de nosotros y tenemos conciencia de esto: “que no se turbe tu corazón”. ¡Estemos seguros! San Pablo nos recuerda que para entrar en el Reino de los Cielos es necesario pasar por tantas tribulacio­nes. Y todos nosotros tenemos muchas.

Que no se turbe nuestro corazón, y esa es la paz de Jesús. La presencia del Espíritu Santo hace que nuestro corazón esté en paz. Con esa paz que solo da la presencia de Dios en nuestra alma.

La Virgen Santa María supo guardar y contemplar en su corazón todo lo que Dios Padre le fue indicando durante toda su existencia, haciéndola parte de su vida, de lo que ella vivía en el día a día, de su trabajo y de su acompañar a su hijo y a su esposo, San José. Haciendo de su hogar un remanso de paz y alegría. Sabiendo compaginar su simpatía y buen humor con los quehaceres de la casa, derramando amor en todo lo que hacía.

Ella nos concederá de su hijo las gracias necesarias para conseguir esa presencia de Dios necesaria en todos los momentos de nuestro día y en todas las circunstan­cias que nos toque vivir, ya que esas pueden ser muy variadas según los momentos de que se traten y con qué personas realicemos nuestras actividade­s y en qué circunstan­cias de cada día.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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