Con Estados Unidos nada menos anticipando una recesión, los empréstitos se han encarecido en todos lados y el estrés en las instituciones financieras, bancarias no bancarias, es cotidiano. Y resultado de esa fila de piezas de dominó, el rendimiento de los
empleados salvadoreños calificados.
Y no será suficiente mientras el gobierno no reduzca su tamaño, sus gastos operativos en áreas no fundamentales como la publicidad, los despilfarros en personal de seguridad, parque vehicular y otros. Esa es la gran contradicción, ya que mientras a los grupos de ingreso medio y alto se les exige disciplina y austeridad a través del aumento de la presión tributaria y la focalización de algunos subsidios, por el otro en la esfera pública el gasto corriente supera en ritmo y tamaño a la inversión estratégica. Por eso y por decisiones macroeconómicas erráticas de las que nadie se ha responsabilizado, la adopción del bitcóin como la más ostensible, no ha sido posible crear las condiciones de elegibilidad para que los organismos multilaterales abran al país el flujo de fondos y la reducción o reprogramación del endeudamiento actual.
Igual de cuestionable es que para hacer caja, el gobierno esté impulsando una concentración de la gestión pública en lugar de abrazar lo que se había avanzado en descentralización en décadas anteriores. El efecto es el de una mayor carga efectiva en el gasto del gobierno central, cero atención a las demandas de autonomía municipal que se suceden una tras otra por pura necesidad y pragmatismo de las alcaldías, y una presión abrumadora sobre las paupérrimas fuentes tributarias locales.
En resumen, que por un lado o por el otro, los que tendrán que cargar con la eventual quiebra de las finanzas públicas serán los mismos ciudadanos a los que el gobierno, para ahorrarse lo que no tiene, les está regateando calidad de servicios por ahora en el frente municipal y en algunas líneas de la seguridad y servicios sociales. A la postre, el discurso ya no será sostenible, en la medida que la realidad demuestre que la propaganda tiene unas patas muy cortas.