ANIVERSARIO DE LOS ACUERDOS, BAJO DISCUSIONES SUPERFICIALES
a conmemoración de la firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec se ha enrarecido con discusiones que si bien tienen un fondo revisionista siempre válido y necesario se extravían en superficialidades o peor aún, derivan en menospreciar la importancia de aquel hecho fundacional de la democracia salvadoreña.
Entre otras ideas, el oficialismo plantea que ese sea un día de homenaje a las víctimas del conflicto y no una reivindicación de los firmantes del armisticio: sí, los héroes de aquella guerra civil fueron los ciudadanos y las ciudadanas que pese al fragor, a las amenazas, a los abusos y al terror de tantos años sacaron adelante familias, empleos y sueños. No todos lo consiguieron, decenas de miles emigraron y otros tantos se fueron a la clandestinidad o colaboraron de alguna manera indirecta en la conflagración, pero la mayoría pudo respirar aliviada en su terruño, en enero de 1992.
Pero la creencia de que recordar aquel hito de la historia republicana salvadoreña equivale a enaltecer a los protagonistas es un error de comprensión y de lectura. Lo que lleva a la población a celebrar el 16 de enero es el alivio. Y sólo las generaciones que sufrieron en carne propia el terror de los atentados, la persecución, la represión cotidiana y los secuestros, de una convivencia en la que los tiroteos eran ingrediente cotidiano, pueden dar fe de ese alivio y de la alegría con la que El Salvador abrazó un futuro que no conocía: un futuro en paz.
Con el paso de los años y la apertura democrática, la ciudadanía comenzó a tejer nuevas aspiraciones y a exigir del futuro todas sus potencialidades, no sólo el silencio de los fusiles: desarrollo humano, a educación y salud públicas de calidad y mejor cobertura, a convivencia pacífica, a libertad de expresión, asociación y movimiento. El principal avance en esas décadas fue que se construyó suficiente institucionalidad y legislación para llevar a una nación herida y convaleciente a nuevos grados de civilidad, pero en esa ruta hubo cada vez más corrupción y la política se desnaturalizó rápidamente.
Que no todos los protagonistas de la vida política hayan estado a la altura en ese primer cuarto de siglo posterior a Chapultepec ha dado pie a un oportunista discurso de menosprecio por lo que aquella generación
Pero la creencia de que recordar aquel hito de la historia republicana salvadoreña equivale a enaltecer a los protagonistas es un error de comprensión y de lectura. Lo que lleva a la población a celebrar el 16 de enero es el alivio. Y sólo las generaciones que sufrieron en carne propia el terror de los atentados, la persecución, la represión cotidiana y los secuestros, de una convivencia en la que los tiroteos eran ingrediente cotidiano, pueden dar fe de ese alivio y de la alegría con la que El Salvador abrazó un futuro que no conocía: un futuro en paz.
Lconsiguió. Y la referencia no es sólo al documento de paz como herramienta novedosa y casi imposible después de la locura de la guerra; lo más importante que aquella generación consiguió fue obligar a las fuerzas en contienda a sentarse a conversar.
Tan consciente era la población acerca de que el desenlace del conflicto no pasaba por las armas sino por la concertación y apertura de unos espacios democráticos suficientes como lo fue después, al sucesivamente entregar el poder a nuevas fuerzas políticas, transigiendo en paz de una opción a otra. Y ese poder que ha ejercido no una ni dos sino tres veces en elecciones libres, ese derecho soberano que es el corazón de la vida democrática salvadoreña, le fue reconocido sin paliativos en Chapultepec, hace 31 años.
La fecha pues debe servir para reflexionar al respecto, no para vanagloria innecesaria de los hombres y mujeres que protagonizaron aquella época, sino para que los hombres y mujeres de este tiempo valoren la libertad y el derecho por el precio que su nación pagó por ambas.