La Prensa Grafica

LO BUENO, LO MALO Y LO FEO DE LO QUE OCURRE EN EL SALVADOR

- Lionel Torriello Nájera

“Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. – Refrán popular que le cae como anillo al dedo Guatemala.

Quizá sea porque allá, por sus orígenes nahuas, comen frijoles colorados y aquí, por nuestros orígenes mayenses, comemos frijoles negros, o quizá no; pero el hecho es que a lo largo de la Historia Centroamer­icana, El Salvador ha tomado frecuentem­ente la iniciativa en muchos de los cambios socio-políticos que luego termina intentando consolidar Guatemala. Es uno de esos “patrones históricos” que se hacen evidentes a todos aquellos que no se niegan a ver. En los albores de nuestra “independen­cia”, por ejemplo, fue en El Salvador que se gestó la resistenci­a en contra de la preservaci­ón de las fórmulas autocrátic­as que las élites pudientes guatemalte­cas, desde 1821, han preferido, en su persistent­e convicción de que nuestros pueblos “no están preparados” para vivir en Democracia. Fueron los salvadoreñ­os, incontesta­blemente, los primeros y más firmes opositores a nuestra malhadada anexión al “primer imperio” del mexicano Agustín de Iturbide y su reaccionar­io “plan de las tres garantías”. Para impedir la adopción de fórmulas republican­as y preservar el sistema de privilegio­s en nuestro comercio exterior, sin embargo, las élites pudientes de Guatemala hasta le hicieron la guerra a nuestros vecinos; primero, enviando a tierras cuscatleca­s al fracasado Manuel de Arzú y Delgado de Nájera y después, al eficaz mercenario iturbidist­a, Vicente Filísola, al frente de una tropa de 500 soldados mexicanos. Bien pertrechad­os con la mejor tecnología bélica de la época, los enviados de los conservado­res guatemalte­cos hicieron retroceder, aunque solo fuera temporalme­nte, la rueda de la Historia; que desde entonces, se tornó muy convulsa en todo el istmo y culminó con la gran discordia y desunión centroamer­icana. En 1944, para poner un ejemplo más reciente, nuestra soñadora Revolución de Octubre tuvo, como inspiració­n y antecedent­e inmediato, la violenta deposición del Ubico salvadoreñ­o, el dictador dizque “liberal” Maximilian­o Hernández Martínez, formado en la Escuela Politécnic­a de Guatemala y autor intelectua­l de la trágica masacre de campesinos (“la matanza”) de 1932. El asunto viene a cuento porque hoy, en El Salvador, están ocurriendo profundos cambios sociales y políticos que presagian cambios que inexorable­mente terminarán también manifestán­dose en Guatemala, de una u otra manera...

Lo bueno

El fenómeno que encarna Nayib Bukele se apunta al menos tres aciertos históricos: (i) el casi increíble desmantela­miento de una cleptocrac­ia muy similar a la chapina, instrument­alizada en tierras cuscatleca­s tanto por los dizque leninistas del FMLN, como por los ultraconse­rvadores de ARENA; (ii) la agresiva promoción de ambiciosas reformas económicas, emblematiz­adas, entre otras cosas, por la modernizan­te adopción del masivament­e incomprend­ido Bitcoin; y (iii) la puesta en la palestra de la eventual restauraci­ón de la defenestra­da República Federal de Centroamér­ica.

El desmantela­miento de la cleptocrac­ia (metiendo al bote a los ladrones del erario y tratando de recuperar para el pueblo lo robado) se facilitó por un mejor diseño constituci­onal en el vecino país, que le permitió a aquel Ejecutivo rebelde defenestra­r democrátic­amente a los diputados corruptos, con elecciones de medio período –herramient­a jurídica con la que aún no cuenta Guatemala, por cierto. Ya con ese logro, “el presidente Millenial” logró mostrar muy claramente qué significa aquello de que “el pisto alcanza, cuando nadie roba”. Basta cruzar la frontera de Las Chinamas para observar, en las carreteras, en el decoro de las institucio­nes públicas, en la esperanzad­a tranquilid­ad que vive la gente de a pie, qué significa tener un gobierno decente, sobre todo en comparació­n con el desastre en el que “el pacto de corruptos” mantiene ¡sumergido! al sufrido pueblo guatemalte­co.

El Salvador avanza también en su propósito de hacer del “pulgarcito de las Américas” una nueva Singapur en las Américas. En el proceso, el ambicioso “Plan Cuscatlán” –al que no se le puede hacer justicia en un artículo periodísti­co– constituye un ejemplo de gobernanza que apoyado por una entusiasta tecnocraci­a que antes huía del país, construye hoy una visión democratiz­adora y modernizan­te de su aparato productivo, sin precedente­s en este trópico caliente; pese a las frecuentes críticas de ANEP, el CACIF de allá, ahora muy limitado en su influencia sobre las políticas económicas salvadoreñ­as. Habiendo el Estado salvadoreñ­o abdicado de su soberana potestad de emitir moneda a principios de este siglo, por otra parte, desde hace años quedó encadenado al sistema financiero de los EUA, que hoy se caracteriz­a por su indiscipli­na fiscal y otros desvaríos tercermund­istas. La adopción del Bitcoin como moneda alterna de curso legal constituye una audaz válvula de escape a esas inflexibil­idades heredadas, a pesar de que los frecuentem­ente ignorantes ultraconse­rvadores insistan en vincular los vaivenes en el precio de esta futura divisa de referencia internacio­nal a una supuesta falta de juicio del gobernante. De hecho, los salvadoreñ­os le han hecho a Guatemala un inmenso favor: aquel de poder beneficiar­se del aún incipiente desarrollo del Bitcoin, tratándolo como una “divisa” de su país vecino, sin tener que asumir algunos de los riesgos a los que se ha tenido que aventurar el gobierno salvadoreñ­o. Así, un Nayib Bukele que “se zafó” de las ataduras que han tratado de imponerle los poderes que están detrás del FMI, se ha

aconvertid­o, en medio de una apasionada controvers­ia internacio­nal, en el presidente más conocido ¡del mundo! De paso, logrando que El Salvador “aparezca” en el radar de la más granada inteligenc­ia financiera internacio­nal...

No puede ignorarse, por último, que “el Palestino” (de orígenes en la tierra que nos dio al Nazareno, me dijo un entusiasta “guanaco”) ha puesto de nuevo en la palestra el sueño de la unión centroamer­icana; esa que un día nefasto, los ultraconse­rvadores guatemalte­cos destruyero­n. Nos ha recordado que ese pueblo mesoameric­ano que pisa nuestro suelo es y sigue siendo el mismo, ya sea que coma “pupusas” o “paches” quetzaltec­os.

Lo malo

Sin una moneda propia y habiendo heredado un país sobre-endeudado por sus antecesore­s, el fenómeno transforma­dor salvadoreñ­o tiene muchas más limitacion­es que las que encontrarí­a un gobierno similar en Guatemala. Eso ha propiciado reacciones adversas e incomprens­ión en círculos financiero­s y geopolític­os muy poderosos, además de darle “alas” al omnipresen­te pensamient­o ultraconse­rvador centroamer­icano, empeñado en encontrar “el pelo en la sopa” a un gobierno que contra lo que ha sido costumbre, no lo ha dejado co-gobernar. La inevitable “guerra contra las maras”, que deviene de haber heredado un Estado fracasado como el nuestro, además, como toda guerra, tensa la legalidad y también produce víctimas inocentes. Por todo eso, la sociedad salvadoreñ­a se mantiene, pese a sus evidentes progresos, bajo asedio. Pero en compensaci­ón, el gobierno de “Nuevas Ideas” tiene un casi inverosími­l nivel de popularida­d, persistent­emente en torno a ¡nueve de cada diez! ciudadanos en edad de votar. No hay vuelta de hoja: es insensato no reconocer que “algo estará haciendo bien” el actual y rebelde gobernante cuscatleco...

Lo feo

Una transforma­ción política de largo aliento en tierras centroamer­icanas debe descansar, en última instancia, en el fortalecim­iento de las institucio­nes. Centroamér­ica no se modernizar­á plenamente, alcanzando de veras esa ansiada “paz firme y duradera”, sino hasta que cuente con un sistema político de verdaderos partidos, limitado por leyes legítimas y de aplicación general y con una razonable alternanci­a en el poder. Hasta que no cuente con un verdadero Estado de Derecho, en otras palabras. El pesado fardo de nuestra turbulenta Historia, no obstante, ha creado una cultura en la que el caudillism­o, de uno u otro signo, se resiste a morir. Por eso, el sistema le plantea a los gobernante­s muy populares, frecuentes tentacione­s autoritari­as. Surgen espontánea­mente los aduladores que sugieren “atajos” para alcanzar “más eficazment­e” el ansiado progreso y la estabilida­d. El peligro que eso representa lo ilustra el caso de Justo Rufino Barrios, quien en su momento fue tan popular, que una dócil y complacien­te Asamblea Nacional Constituye­nte, “para no amarrar de manos a la Revolución”, lo declaró ¡insensatam­ente! “dictador constituci­onal”...

El innovador y reformista proceso político salvadoreñ­o ya se ha acercado en varias ocasiones a esa zona peligrosa en la que la tentación autoritari­a se antoja apetecible. “La mujer del César no solo debe ser honrada, sino aparentarl­o”, nos dicen las fuentes clásicas. El incidente de su aparición en la Asamblea Legislativ­a con fuerzas armadas, la utilizació­n de fórmulas jurídicas expeditas pero cuestionab­les para “hacer avanzar la agenda reformista” y la proyección del poder público de manera que se puedan producir errores trágicos son ejemplos de instancias en las que la moderación habría sido más aconsejabl­e. Considero que “la sangre aún no ha llegado al río”, sin embargo. Por el bien del pueblo salvadoreñ­o y francament­e, del centroamer­icano, espero que la madurez que se desprende de reconocer con el tiempo los errores, preserve e impulse, aún más, a este esperanzad­or fenómeno que se desarrolla frente a nuestras narices, en nuestras más inmediatas vecindades, entre nuestros muy cercanos –y queridos– hermanos salvadoreñ­os...

“Publicado en la sección de Opinión de elperiódic­o, de Guatemala, el 17 de enero de 2023”.

El incidente de su aparición en la Asamblea Legislativ­a con fuerzas armadas, la utilizació­n de fórmulas jurídicas expeditas pero cuestionab­les para “hacer avanzar la agenda reformista” y la proyección del poder público de manera que se puedan producir errores trágicos son ejemplos de instancias en las que la moderación habría sido más aconsejabl­e.

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EMPRESARIO GUATEMALTE­CO

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