GIRANDO EN EL TIEMPO
El tiempo es esa medida democrática que nos aplica a todas las personas por igual. Es un simplificador para el entendimiento de las diferentes circunstancias que nos rodean: ¿hace cuánto trabaja en esa empresa? se preguntan en medio de una café la naciente pareja que tiene poco tiempo de conocerse. Tras tres semanas de frecuentarse y al volverse un hábito (¿o vicio?) el de estar juntos, sus amistades empiezan a preguntarles por “su historia”; lo primero que viene al tema (para que la mente pueda analizar de manera preliminar, si se trata de una relación seria) es la pregunta de ¿hace cuánto tiempo salen? Como si el tiempo fuera un factor cualitativo, o como si la intensidad, la calidad y la multiplicidad de experiencia surgiera por el mero paso del tiempo, sin tomar en cuenta el esfuerzo, creatividad, intención con lo que se comparte.
Es que el tiempo, al fin y al cabo, es como una suerte de riel sobre el cual nuestros vagones se encadenan hacia una dirección. Es curioso saber que el tiempo, sin embargo, no avanza en la misma dirección, ni a la misma velocidad para todas las personas. Por eso hay quienes explican (el astrofísico Rovelli por ejemplo) que el tiempo es elástico. Hay quienes sufren del alargamiento de los minutos, mientras que hay otros que disfrutan cada segundo. Es un hecho científico, que el tiempo pasa más lento a medida nos acercamos al nivel del mar, y por consecuente, el tiempo camina más rápido en la montaña. Como dice la canción “en el mar, la vida es más sabrosa” y también –le agregaría– pasa más lento, dando la oportunidad para saborear, entre otras cosas, ese sol que llena de vitamina D el cuerpo. Por si no lo sabían, en la parte norte de Europa, donde los inviernos se acompañan de tan solo 2-6 horas con una leve luz solar, las personas toman suplementos de la vitamina D para evitar caer en depresión, pues el sol que le regala la comida a las plantas, a los humanos nos nutre el espíritu, con esa vitamina para que nos sintamos un poco más en sintonía con nuestra realidad. Así que si siente un poco triste, un poco decaído, no le caerá nada mal parar unos minutos y salir a tomar el sol. Cerrar los ojos y disfrutar un tiempo en el calor, sentir cómo le abraza y continuar con el día que marca el calendario.
Y hablando de calendarios, ¿cómo sería un mundo sin un calendario? ¿Cómo sería el mundo sin el acuerdo del contenido de los segundos, de las horas, de los días, de las semanas, de los años? Vemos que se acerca la festividad del año nuevo chino; mientras que hace unas semanas, tuvimos vacaciones por el “año nuevo” en nuestro calendario, en esas épocas, por el mero hecho de que el acuerdo social nos indica que estamos por finalizar un nuevo año, se activa un frenesí colectivo que crea una suerte de espíritu festivo. Esa energía arquetípica da una luz verde para romper dietas, aceptar invitaciones, pedir perdón, buscar excusas para gastar en la tarjeta, vacía los gimnasios, activa el turismo y en general, inyecta una energía de conciliación, de una suerte de armonía, de tregua y relajación. Finalizado ese período de tiempo, reinicia el calendario y volvemos a la espera de nuevas fechas festivas para recordarnos activar nuestras mejores energías: aniversarios de vida, de relaciones, fechas para expresar afecto, para celebrar momentos. Y así, poco a poco, entramos a un nuevo año de vida, girando en el tiempo. Carpe Diem.
Es que el tiempo, al fin y al cabo, es como una suerte de riel sobre el cual nuestros vagones se encadenan hacia una dirección. Es curioso saber que el tiempo, sin embargo, no avanza en la misma dirección, ni a la misma velocidad para todas las personas.