DE LO QUE PODEMOS ESTAR CADA VEZ MÁS SEGUROS ES DE QUE UNA GUERRA COMO LA QUE VIVIMOS POR DOCE AÑOS NO SE REPETIRÁ
El tema lacerante de la confrontación bélica que vivimos como país allá durante la década de los años 80 del pasado siglo debe servirnos hoy más que como una conmemoración de la paz lograda como un recordatorio de la normalidad democrática que nos falta mucho por alcanzar. El caso nuestro es verdaderamente ejemplarizante en muchos sentidos, y en primer lugar en lo referente a la dinámica de los hechos fundamentales en el marco de nuestra compleja realidad. Esto no había pasado con tanta evidencia y tanta certeza a lo largo de los muchos años transcurridos a partir de nuestra Independencia de España, allá a comienzos del siglo XIX. Hubo, desde luego, experiencias muy valiosas a lo largo del camino, pero ninguna con la trascendencia de la que se concretó en 1992.
Hoy, estamos ubicados en un punto crucial de nuestro desenvolvimiento histórico, porque todos los datos que nos envía a diario la realidad están marcados por la evidencia de que si no se hacen las cosas bien y a tiempo, las vulnerabilidades toman la delantera. En otras palabras, una sociedad que ha llegado a un nivel como el que ahora nos toca asumir se halla ante la suprema responsabilidad de funcionar en todos los órdenes a la altura de las circunstancias, para que la sensación de seguir en las mismas de antes no vaya ganando más y más voluntades. Por el contrario, de lo que se trata es de que existan cada vez menos dudas de que la modernización responsable va afincándose de veras en el ambiente.
Para que todos podamos entender a cabalidad lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que más probablemente pasará entre nosotros resulta indispensable organizar el análisis con base clara en la realidad y con el uso de los instrumentos analíticos que se requieran para que el esfuerzo pueda tener los resultados requeridos. Las especulaciones sueltas pueden ser útiles, pero nunca serán suficientes. Este es un caso clarísimo en el que la ciencia y la experiencia tienen que ir disciplinadamente de la mano en todo momento, pues se trata de construir conclusiones que permitan ir procediendo de reanimador del proceso.
En definitiva, de lo que en verdad se trata en este momento tan complejo que nos toca vivir es de saber balancear creativamente lo esencial y lo circunstancial, para que nada se quede fuera. En el pasado, nada de eso se hizo y por eso fueron aquí en adelante con realismo quedando tantos cabos sueltos, que luego se transformaron en reclamos y frustraciones, de los cuales surgió este imperativo de imponer novedades, al costo que sea. Ante eso, hay que insistir en que la disciplina y el orden deben convertirse en los factores determinantes de esa nueva normalidad que tanto necesitamos.
El hecho de que nos hallemos constantemente inmersos en una serie de conflictividades tanto políticas como socioeconómicas es, en el aspecto positivo, una muestra cada vez más elocuente de que los riesgos de caer desde ahí hacia los despeñaderos de la violencia bélica no se repetirán. Esto tendríamos que tenerlo muy en cuenta al valorar lo que pasa y lo que puede seguir pasando. No es cuestión de conformarse con lo que ocurre, sino de recoger las lecciones cotidianas presentes para evolucionar bien.
Como venimos diciendo insistentemente, lo más determinante para el país y para su sociedad es que todo lo que pasa se enmarque sin excepción ni vacilación en el ideario concreto de la democracia, porque esa es la única garantía de que podremos continuar por la buena ruta. Los salvadoreños necesitamos prosperar en seguridad y sostenibilidad, y hacia ahí deben apuntar todos los esfuerzos y las acciones. Antes de la guerra, nuestra realidad sociopolítica estaba marcada por el predominio de las ideologías extremas, que parecía que ya todo lo tenían definido y calculado. Llegó así el momento en que la hegemonía plena tenía que definirse, y entonces se pasó a la lucha armada. Nadie pudo ganar militarmente, y la democracia quedó como la única salida.
Desgraciadamente, los partidos que respondían al modelo ideológico no fueron capaces de entenderlo, y así llegamos a este momento, en el que estamos sobrecargados de inseguridades y ubicados en una coyuntura histórica en la que todo parece estar por hacer. ¡Vaya tarea!
En contraste con lo que pasa en otras zonas del mundo, en nuestro país el hecho de que la ciudadanía haya escogido a las autoridades actuales y responda a su desempeño evita estallidos de violencia.
Eso hay que recalcarlo, para que podamos poner en perspectiva realista lo que está ocurriendo entre nosotros y lo que puede ocurrir.
Sin duda, El Salvador va hacia adelante, y el aporte de todos es crucial.
Una sociedad que ha llegado a un nivel como el que ahora nos toca asumir se halla ante la suprema responsabilidad de funcionar en todos los órdenes a la altura de las circunstancias, para que la sensación de seguir en las mismas de antes no vaya ganando más y más voluntades.