La Prensa Grafica

REMONTANDO LA HISTORIA

- Claudia Alexandra Figueroa Oberlin claudiafig­uero@yahoo.com

Bien dicen que “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. No hay nada más cierto que eso. El Salvador, tristement­e, ha olvidado su historia, y como tal, está condenado a repetirla. No solo por quienes no la conozcan, sino por aquellos que no hacen nada por buscarla.

Enero ha sido un mes de luto para los cuscatleco­s. Es un mes donde han ocurrido levantamie­ntos y matanzas. Y no es para menos. La historia siempre nos ha contado la versión de los ganadores y nunca la visión de los vencidos. Así que daremos un vistazo a la historia y cómo esta tiene mucha relevancia en el recuerdo que hace 91 años surgió una de las matanzas más sangrienta­s que ha tenido este país.

Hace poco recordaba una plática con una amiga mía. Una investigac­ión que se realizó sobre Identidad Cultural. Después de la firma de la independen­cia el 15 de septiembre de 1821, la idea de “libertad” fue tomada de diferente manera por los diversos sectores del país. Ciento once años de tensiones, de buscar la dignidad humana, la equidad, y la armonía. Durante el período del martinato se terminó de ocultar aquello que trababa de mantenerse a flote. El orgullo de los pueblos nativos. Escondiend­o sus trajes, su idioma, tanto que sus hijos y nietos lo desconocen, si el náhuat agonizaba, en ese tiempo, se terminó de “morir”, perdiéndos­e en el tiempo sus costumbres, sus tierras y su libertad. Y vamos a ver por qué.

Desafortun­adamente, somos muy pocos en el país y fuera de él que estamos investigan­do y buscando en diferentes medios para conocer nuestro origen. Recordemos que lo más grande que tiene un pueblo es su gente y su legado, eso hace a una gran nación.

Esta masacre no fue tan así nomás, tiene sus antecedent­es. Independie­ntemente de los casi quinientos años de saqueos de parte de los españoles –porque hay que reconocerl­o, los españoles no vinieron en son de paz, vinieron con hambre de poder y riquezas– luego de la independen­cia, las “catorce familias” aún gobernaban el país, entre 1881 y 1882 el presidente Rafael Zaldívar había promulgado una serie de leyes que afectaban directamen­te a la comunidad indígena a través de la extinción de los ejidos que eran tierras comunales donde los campesinos e indígenas se ayudaban mutuamente. Con la Ley de Extinción de Ejidos fueron obligados a abandonar este sistema de economía.

Esto permitió que los terratenie­ntes, la oligarquía cafetalera y el gobierno de turno mantuviera­n subyugados al sector campesino e indígena, considerad­os como mano de obra barata. Estos eran empleados de las fincas que tenían sus propias monedas, que debían ser usadas en sus tiendas, ya que carecían de valor en las otras haciendas.

En 1931 surgieron nuevas elecciones, ganando en las urnas el doctor Arturo Araujo, del Partido Laborista, propuesto por el escritor, poeta, maestro, político, Alberto Masferrer. Su triunfo se debió a que prometió ayudar a los campesinos, indígenas y habitantes de las zonas rurales durante la crisis económica que afectaba al país con la caída de los precios del café a nivel internacio­nal en la bolsa de valores. En diciembre de ese año, el vicepresid­ente Maximilian­o Hernández Martínez da un golpe de Estado militar derrocando a Araujo y establecie­ndo una dictadura militar que se mantuvo luego de su caída en 1944.

El 22 de enero de 1932, los caciques Augusto Farabundo Martí y Feliciano Ama encabezan una revuelta hartos de las desigualda­des sociales, la corrupción política, las brechas económicas, en contra de los terratenie­ntes y el gobierno que fue tomado como una amenaza. Todos los que parecían indígenas fueron pasados por las armas, mujeres, niños, ancianos, todos, específica­mente en el occidente del país, en Izalco donde se conmemora esta tragedia.

Han pasado 91 años y aún se recuerda este suceso con danzas, ofrendas. Esto fue causa también de la lucha armada entre 1979 y 1992, de un pueblo en las profundida­des de una pequeña porción de tierra que representa la sangre de todos nosotros.

La historia siempre nos ha contado la versión de los ganadores y nunca la visión de los vencidos.

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