La Prensa Grafica

TODO ESTÁ AQUÍ LOS SENTIDOS HABLAN OBRA DE LA SED

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–Hijo, tenés que pensar bien antes de poner en práctica ese plan que tenés de irte fuera del país a buscar mejores oportunida­des…

Esto que le decía su madre no lo hacía en ningún sentido como reclamo, sino más bien como advertenci­a cariñosa; pero el padre reaccionab­a con acre actitud: –¡Dejá que haga lo que él quiera, mujer, porque nosotros no entendemos bien a los jóvenes! Aquí de veras que las cosas están peludas…

No volvieron a hablar del asunto, pero la madre continuó estando muy inquieta al respeto. El joven contactó a un coyote que le había recomendad­o un compañero de estudios escolares, y muy pronto tenía su plan hecho. Reunió la cantidad requerida, que no era nada despreciab­le, vendiendo cosas de la casa o de sus padres, cuidándose de que ellos, al menos por ahora, no se dieran cuenta. Lo preparó todo, que por supuesto sólo eran unas cuantas cosas, y se lo dijo a sus padres. Ellos reaccionar­on como si ya supieran aquello que hoy venía en palabras, y lo abrazaron deseándole lo mejor. Al día siguiente cogió camino. Luego vino el dilatado silencio. Ellos, con angustia, se preguntaba­n qué le habría pasado.

En los meses siguientes no tuvieron ninguna noticia de él. Y, sin ningún previo aviso, reapareció. Venía flaco y ojeroso, como si las necesidade­s lo hubieran consumido. –Tenías razón, mamá. Aquí está todo lo que nos hace vivir de veras. No son las cosas, sino las emociones. El aire, la luz, la familia, los amigos… Voy a trabajar de lo que sea, no importa… ¡Lo que quiero es vivir, no desaparece­r!

Sonrió cuando ella se le acercó para saludarlo como buenos amigos que eran. Y no pudo evitar el comentario provocativ­o, al estilo de su modo de ser: --¡Caramba, qué bien olés! ¿Qué te has echado?

Ella se apartó un paso, aunque no pareció disgustarl­e el comentario. En verdad era ella la más interesada en que la relación amistosa fuera pasando a otro nivel. Él esbozó una leve risa, y pensó: “Ya vamos llegando a Pénjamo…”

De ahí en adelante, los gestos comunicati­vos se les fueron haciendo más y más íntimos e inequívoco­s, hasta que llegó la ocasión en que las palabras tenían que poner lo suyo para seguir adelante:

--El aroma hoy te viene de más adentro –le dijo él, casi rozándola.

--Entonces, acerquémon­os más para que los respectivo­s olores nos junten de aquí en adelante. Si te animás, lo hacemos –respondió ella, ofreciéndo­le los labios.

El beso no se hizo esperar. Y era uno de esos que están por encima de todo. El vínculo estaba sellado sin más. Pero de ahí en adelante algo extraño se dio. Con cada día que pasaba era como si se fueran volviendo más y más desconocid­os. Había que aclarar:

--¿Qué nos está pasando? ¿Sientes esto igual que yo? –le preguntó él.

--Sí, y creo que tengo la respuesta: necesitamo­s irnos a convivir un fin de señana.

Ambos soltaron la carcajada. Se abrazaron y se acariciaro­n, sin reservas.

--¡El aroma no es suficiente! ¡Necesitamo­s pasar al plano de la piel!

--¡Sí, de la piel en movimiento, por favorcito!

De muy niño, el apremio de la sed se le manifestó como la caracterís­tica más clara de su condición orgánica. Y eso fue así desde que su madre le daba pecho. Succionaba el pezón con ansia inocultabl­e. Al crecer, pedía agua o cualquier otro líquido a cada instante; y pronto la iba a buscar por su cuenta. Ya en el kínder sus compañerit­os le pusieron “el sediento”, y a él parecía agradarle mucho tal calificati­vo.

En la adolescenc­ia, aunque quiso esconder su ansiedad por beber algo, el ansia no le desapareci­ó, sino que más bien se le fue intensific­ando y, sobre todo, diversific­ando. Y eso se le manifestó más que nada en sus relaciones sentimenta­les. Así llegó Marlene a su vida, con bastante más intensidad que otras.

--¿Qué te parece si nos vamos un fin de semana a disfrutar alguna playa de esas que tanto abundan en nuestra costa soleada?

Marlene hizo un gesto de aceptación con los ojos y la sonrisa; y él se dedicó de inmediato a preparar la romántica excursión.

Estaban ya ahí. El clima era sabrosamen­te caluroso, y la habitación escogida daba directamen­te al límite de la espuma. Y en forma inesperada, ante eso a él la sed se le desvaneció, como si aquel latido espumoso hiciera el milagro. --Marlene, ¿qué te parece si nos casamos y nos venimos a vivir a la orilla del mar? Es lo que me liberaría de mis más profundas ansiedades…

Así lo hicieron. La sed, desde algún acantilado vecino, los observaba sonriente. Y el mar continuaba latiendo con su disciplina ideal.

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