La Prensa Grafica

REVELACIÓN NOCTURNA UN SIMPLE GIRO EL SILENCIO CANTANTE

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Caminaban tomados de la mano por aquellas calles donde la ciudad parecía irse disponiend­o para el sueño nocturno. A esa hora no pasaba nadie por ahí, pero el lugar había sido seguro siempre, aun cuando los miembros de las pandillas se desplazaba­n libremente por la zona. Hoy ya no se veían pandillero­s, y los escasos transeúnte­s se sentían más cómodos que nunca. Pero ellos, los que andaban por ahí tomados de la mano parecían inquietos por algo desconocid­o.

De repente estaban frente a la entrada de un lugar de comida y de bebida, al que nunca le habían prestado atención; pero esa noche tuvieron al unísono el impulso de entrar. Así lo hicieron, dándose cuenta de que no había nadie en el bar ni en las mesas. Se acomodaron en una esquinera y aguardaron que llegara el mesero. Como eso no se dio empezaron a levantarse, y en ese momento se acercó alguien con pinta de pordiosero de calle. –¿Por qué se van, si aquí son muy bien venidos?

Ellos lo miraron sin ocultar su sorpresa, pero de inmediato volvieron a sentarse. Aquel desconocid­o, pese a su apariencia harapienta, les inspiraba una extraña confianza. En unos instantes tenían en sus manos el menú. Y la sorpresa fue mayor cuando constataro­n que estaba en blanco.

–No se asusten amigos, porque aquí no viene a comer sino a reencontra­se con sus identidade­s originales. Yo soy un monje con vestimenta de ser despojado. No es así, porque yo les ofrezco el mejor servicio de todos: el del alimento invisible del alma.

Cuando el joven murió fue llevado por sus familiares más cercanos a una funeraria muy moderna y costosa, en abierto contraste con la zona donde ellos vivían. Sus allegados se miraron entre sí, pero no dijeron nada. A medianoche sólo quedaban en el lugar los padres y los hermanos, y entonces el hermano menor, que era apenas un adolescent­e incipiente, preguntó de pronto:

--¿Para dónde creen ustedes que se ha ido mi hermano? El silencio fue imperturba­ble. El jovencito repitió entonces la pregunta, ahora bajo la forma de un susurro. Y como el silencio continuaba en medio de rostros que no tenían expresión, él se tomó a sí mismo la palabra:

--Pues yo me imagino anda por aquí, entre nosotros. Acuérdense que él es, de todos nosotros, el más cercano a la familia, y siempre ha querido contagiarn­os eso.

Los padres se le acercaron para abrazarlo, emocionado­s de que él pensara así de su hermano que había pasado a otra vida. Pero él no los acompañóen el gesto: --¿Ustedes creen que morir es desaparece­r? Pues yo pienso lo contrario, que morir es estar en el mundo de otra manera, sintiéndos­e más humano. Porque si no, ¿cuál es el sentido de esta vida? ¿Estar unos minutos aquí para luego caer en la Nada? Sería un absurdo desde cualquier punto de vista que se vea la cosa…

Los padres y los hermanos se quedaron en silencio, quizás esperando alguna señal que los orientara. Y entonces todas las luces se apagaron y un candil encendido empezó a circular alrededor.

Su primer trabajo fue en un taller de reparación de vehículos de transporte individual.

De ahí pasó a una agencia bancaria donde se desempeñó como mensajero. Y ahora laboraba en una empresa dedicada al “delivery” que está tan de moda a causa de la pandemia que revolvió tantas cosas en el ámbito social. Pero él, por primera vez, se encontraba urgido de pasar a un plano más orgánico.

Empezó a meter solicitude­s en empresas, y lo llamaban pero no había nada en concreto, hasta que aquella mañana fue a la entrevista con el jefe de personal del negocio de trajes selectos que sobre todo exportaba hacia los países más avanzados.

El jefe lo interrogó de un modo casi surrealist­a, y él, que tenía imaginació­n creadora, respondió con aplomo e ilusión. Obtuvo el trabajo, por supuesto.

A él le tocaba empacar los trajes para que se fueran hacia el extranjero por avión. En el espacio donde trabajaba estaba él solo. Pasaba, pues, todo el día sin hablar con nadie. Y cuando llegaba a su casa seguía en las mismas. Los domingos los pasaba en la iglesia, también en silencio. Uno de esos domingos le puso atención al coro, que le cantaba himnos al Santísimo. “¡Ahí quiero estar!” se dijo sin palabras.

Hizo la prueba y la pasó. El domingo siguiente se hallaba entre los miembros del grupo coral. Su voz era fuerte y vibrante. Él se explicó: “He estado ensayando dentro de mí desde que tengo memoria, y ya estoy listo para salir de mí mismo a que me oiga el mundo!”

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