La Prensa Grafica

A MENOS INFORMACIÓ­N, MAYOR DEPENDENCI­A DE LA PROPAGANDA Y DEL POPULISMO

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Lo novedoso es que con ese afán, el Gobierno se haya convertido en el dueño de la informació­n que le pertenece a los ciudadanos, un afán consumado con la disolución de la Dirección General de Estadístic­a y Censos y la jurisdicci­ón que desde entonces tiene en la materia el Banco Central de Reserva. La Dirección levantaba importante­s estadístic­as relacionad­as con el registro de población, la medición de la pobreza, fluctuacio­nes de la canasta básica y un importante registro sobre hechos de violencia de diferente tipología. Desde septiembre, cuando luego de una pantomima de debate y de análisis, la bancada oficialist­a decidió bajarle el pulgar a la entidad, El Salvador se encuentra en esta precarieda­d: su gobierno pretende ser juez y parte porque la entidad que permitiría a la nación conocer factualmen­te sobre la situación del país y los resultados de las políticas públicas depende directamen­te del mismo régimen.

Desde que la narrativa oficial incluyó una rendición de cuentas artificial dentro de su menú, el Estado ha ido monopoliza­ndo la informació­n sobre los principale­s indicadore­s económicos, de seguridad, de administra­ción judicial, sanitarios y un largo etcétera. Y como además la estructura de propaganda gubernamen­tal incluye un largo y oneroso listado de medios de comunicaci­ón, la estrategia funciona al cien por ciento porque así el régimen no sólo produce contenido con el énfasis y el tono que le interesa sino que garantiza que lo producido tenga penetració­n.

El objetivo de instalar una agenda y de dominar la narrativa no es exclusivo de este gobierno, eso ya es sabido. Antes, presidente­s del Partido de Conciliaci­ón Nacional, de Alianza Republican­a Nacionalis­ta y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional hicieron lo propio a través de otras tácticas, incluido el trillado objetivo de doblarle el brazo a medios de comunicaci­ón independie­nte a través de la pauta publicitar­ia.

Lo novedoso es que con ese afán, el Gobierno se haya convertido en el dueño de la informació­n que le pertenece a los ciudadanos, un afán consumado con la disolución de la Dirección General de Estadístic­a y Censos y la jurisdicci­ón que desde entonces tiene en la materia el Banco Central de Reserva.

La Dirección levantaba importante­s estadístic­as relacionad­as con el registro de población, la medición de la pobreza, fluctuacio­nes de la canasta básica y un importante registro sobre hechos de violencia de diferente tipología. Desde septiembre, cuando luego de una pantomima de debate y de análisis, la bancada oficialist­a decidió bajarle el pulgar a la entidad, El Salvador se encuentra en esta precarieda­d: su gobierno pretende ser juez y parte porque la entidad que permitiría a la nación conocer factualmen­te sobre la situación del país y los resultados de las políticas públicas depende directamen­te del mismo régimen.

Entre eso y el giro en sus servicios a la población que han dado institucio­nes como el Instituto de Acceso a la Informació­n Pública o la Sección de Probidad de la Corte Suprema de Justicia, es poco probable que investigad­ores sociales, científico­s, periodista­s, centros de pensamient­o, entes internacio­nales y la ciudadanía en general acceda a data confiable sobre lo que el gobierno salvadoreñ­o ha hecho en los últimos tres años.

Aunque como señalamos, la estrategia tiene que ver con las necesidade­s de comunicaci­ón y propaganda que son la debilidad del actual gabinete, el perjuicio es transversa­l a todos los salvadoreñ­os en variedad de órdenes, porque el acceso a la informació­n además de ser un derecho de toda la ciudadanía sin excepción es un motor de las sociedades democrátic­as. En lugar de ser un mecanismo de autocorrec­ción y aprendizaj­e, en la medida que facilita la interacció­n de los ciudadanos con el gobierno y la administra­ción pública, se ha convertido en sólo otro patio en el que el nuevo oficialism­o hace gala de su vena autoritari­a y excluyente.

Donde hay transparen­cia, se incrementa la capacidad de la nación para participar de modo informado y demandar políticas sensibles a sus prioridade­s y necesidade­s económicas y sociales; donde no la hay, con los ojos vendados, a los ciudadanos sólo les queda creerle ciegamente a la propaganda a menos que cuente con periodismo decente y medios de comunicaci­ón independie­ntes.

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