La Prensa Grafica

HISTORIA DE DOS CIUDADES

- José Miguel Fortín-magaña Leiva Twitter: Drfortinma­gana

Desde la ventana de mi estudio, acá en la Colonia Escalón, donde yo vivo, alcanzo a ver el árbol de mango del jardín frontal y me imagino que próximamen­te, el jardinero lo cosechará por mí. Y como al pensarlo, se me apetece un refresco de esa fruta, me lo tomo mientras disfruto del ambiente climatizad­o que proporcion­a el aire acondicion­ado, y sin preocupaci­ones, veo pasar el resto del día.

Pero, en el otro lado de la ciudad, allá donde la DOM no arregla las calles, y donde lo más cercano al temporizad­or del aire es un ventilador destartala­do y dejar abierta la ventana, pidiéndole a Dios que los mosquitos respeten el tóxico repelente en espiral, para no amanecer con medio litro de sangre menos; allá, donde las pandillas siguen extorsiona­ndo, pero hoy además la gente se debe cuidar de la policía, que les mira con desconfian­za, y si alguien se atreve a sostenerle­s la mirada, le “llevan” por sospechoso, y su familia no vuelve a verlos más; allá, es la otra ciudad.

Esa dicotomía, ambivalenc­ia terrible de este empobrecid­o país, está presente en toda la república, donde coexisten los más privilegia­dos (desafortun­adamente una muy pequeña minoría) y la gran masa, desprotegi­da socialment­e y sin muchas esperanzas. Ellos no tienen acceso a una buena educación, y su salud es precaria. Hace dos años todavía existía el Seguro Social que por lo menos contaba con alguna medicina, pero con la pandemia, bukele saqueó esos hospitales y hasta sus camas arrancó, dejando a esa institució­n, y por supuesto al “Rosales”, sin medicinas, o planta hospitalar­ia.

Y así es este país, como tantos otros tercermund­istas. Son dos mundos que se desconocen entre sí. Los de “arriba”, que ven con indiferenc­ia y gran temor a los otros, y los de “abajo” que han aprendido a odiar y que ven con gran recelo a los demás. Y en tanto todos se ven como enemigos, con la bandera de que ha construido el país más seguro del planeta, el dictador se ufanaba hace un par de días, por el centro de la capital. No lo hacía en bicicleta, como Boric en Chile, ni llegó en un vehículo simple, como el presidente tico, o algún jefe de cualquier país europeo. No. Llegó, como es su costumbre, rodeado de cien guardias, francotira­dores, soldados, guardaespa­ldas, ambulancia­s, carros blindados, tanquetas y hasta un helicópter­o... Sí, en el país más seguro del mundo.

Llegaba casi a burlarse de aquellos a quienes les arrebató el pan de cada día, y de aquellos que perdieron a sus hijos por el régimen, o por los pandillero­s que él liberó y mandó a México, o quien sabe dónde. Llegó, como el dictador que gusta representa­r, con irreverent­e gorra, calado hasta las orejas, para ver la fachada de una iglesia, a la que nunca había entrado, y que está desde hace muchos años, pero * *

Lo que nunca hemos podido averiguar es el verdadero domicilio donde el sol se va a reposar cada día después de su jornada.

Después de realizar la compra cotidiana hay que romper el recibo de lo pagado para que los productos adquiridos puedan tratarse entre sí como iguales. de cuya existencia no tenía idea; aun cuando hoy la mancilla, convirtién­dola en un circo barato, llena de colores chillantes y con luces fingiendo ser un Cristo psicodélic­o y afín al régimen.

El Salvador es un pequeño país, lleno de desigualda­des y problemas, que estos han empeorado, aunque prometiero­n todo lo contrario. Políticos corruptos que se contentan con la fachada de las cosas, sin importarle­s resolver el problema estructura­l, sacando a la gente de sus ventas, pero sin ofrecerles otra forma de ganarse la vida.

Dicen haber limpiado el país de pandillero­s, pero solo los han metido bajo la alfombra, capturando además a cientos de inocentes, a quienes les han robado la vida, manteniénd­olos ilegalment­e detenidos.

Dicen luchar contra la migración forzada, pero obligan a los desesperad­os a huir de una tierra sin futuro. Pregonan 300 días sin homicidios, pero saben que están mintiendo, y los esconden, con la venia de la genuflexa Fiscalía, la Corte y la vendida Medicina Legal. Y así, en medio del hambre y la desesperan­za de esa mayoría silenciosa, se pavonean en el centro de la ciudad.

La vida sigue, los nombres y las personas desaparece­n con el tiempo, pero Dios es eterno, y Él, que todo lo sabe, conoce el fondo del alma de los hombres; y sabe quiénes actuaron bien, sin importar si eran pobres o ricos, y quiénes se aprovechar­on de su puesto, llamaron a la división e intentaron destruir a aquellos que por ley estaban obligados a proteger.

A los falsos gobernante­s, a los falsos profetas y pastores, que aplauden la maldad del abusivo, les recuerdo que no hay nada oculto bajo el sol, y que de nuestras acciones daremos cuentas al Altísimo. Y lo mismo digo, exactament­e, a los que cumplen con su deber y son justos. A todos ustedes, les repito, ¡no tengan miedo!, pronto estos malvados perderán el poder y la justicia brillará.

Que Dios nos bendiga a todos.

Y en tanto todos se ven como enemigos, con la bandera de que ha construido el país más seguro del planeta, el dictador se ufanaba hace un par de días, por el centro de la capital.

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MÉDICO PSIQUIATRA

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