NUESTRA SEGURIDAD INTERNA SE DESFIGURÓ TANTO QUE HOY TOCA HACER GRANDES REAJUSTES PARA PODER ENTRAR EN UNA NORMALIDAD EFECTIVA
Antes, cuando se hablaba de seguridad nacional inmediatamente surgían las imágenes de la conflictividad militar por choques o trastornos del poder entre grupos o países. Es lo que pasó, para el caso, con la llamada Guerra con Honduras y con la lucha entre el Estado y la guerrilla. Pero después de concluido este último conflicto, que duró en el terreno más de una década, el problema crítico de la seguridad pasó de los niveles estatales a los ámbitos ciudadanos. Esto no había pasado antes, y tuvo como origen la falta de responsabilidad de las fuerzas políticas actuantes protagónicamente en la posguerra –es decir, en primer término ARENA y el FMLN–, que no asumieron en la forma y en la dimensión debidas el compromiso de impulsar la democratización del país sobre todo en lo referente a los derechos y a las necesidades de la ciudadanía. Esto hay que subrayarlo sin falta para entender el proceso.
Desde 1992 hasta nuestros días, es decir durante alrededor de 30 años, el surgimiento y la expansión del fenómeno pandilleril fueron tomando dominio del ambiente, sin que se hiciera nada significativo para frenar dicha peste social, que fue dominando comunidades hasta un punto que parecía sin retorno. Y como las pandillas ganaron más y más terreno, hasta límites inimaginables, la ciudadanía, y en especial la más desprotegida, quedó inmersa en una inseguridad que día tras día iba traspasando sus propios límites. Esto detonó la necesidad de emigración y mantenía a la población expuesta a los peores males, entre los cuales la extorsión y la muerte estaban en primera línea. La lucha contra un mal de ese tipo en ningún sentido puede ser fácil y llevadera. Hay que sacrificar mucho porque fue mucho lo que se dejó crecer.
Todo esto tenemos que reconocerlo y analizarlo para darles a las complejidades de la realidad los enfoques que esa misma realidad reclama. La Administración actual del país ha emprendido una tarea compleja y discutible en todos los sentidos, y por la naturaleza misma de las cosas que nos envuelven en el día a día tenemos que hacerle frente al fenómeno en su integridad, con sus diversos matices y sus múltiples aristas. La conflictividad política, que responde siempre a una multiplicidad de intereses casi siempre encontrados, no debería ser el eje de este complejo proceso, porque lo que los salvadoreños necesitamos hoy más que nunca es reorientar nuestras conductas nacionales para que el país aproveche sus logros y corrija sus insuficiencias.
Pongámonos todos en perspectiva realista, para poder entender sin distorsiones obsesivas o interesadas que El Salvador se halla en una nueva ruta de avance hacia el progreso, en la cual todos tenemos que sumarnos a la lógica de los aportes realistas e innovadores, para que nuestro país sea cada día más un ejemplo de proporciones globales, como ahora mismo está llamado a ser. Y este llamado a la sensatez analítica se dirige tanto al interior del país como al exterior del mismo, porque en ambas dimensiones se están dando las distorsiones del juicio y de la valoración, ya que hoy la dinámica globalizadora se hace sentir en todos los niveles, para bien y para mal.
En ese sentido, el recurso de tratamiento contra la inseguridad pandilleril encarnado en el Régimen de Excepción es un esfuerzo orgánico que tiene sus pros y sus contras, como todos los dinamismos de este tipo, en los que la legalidad normal está en juego. Esto hay que implantarlo y practicarlo en su justa dimensión y con las debidas precauciones, para que en definitiva el remedio no vaya a salir peor que la enfermedad. Y en nuestro caso concreto, como la inseguridad llegó a ser algo fuera de serie por el creciente imperio de las pandillas criminales, el desafío se vuelve superior.
Tomando acciones esporádicas y limitadas no se llega a nada, como quedó comprobado durante tantos años, lo cual condujo a una especie de pasividad institucional que llegó a parecer una fatalidad sin retorno. Eso fue propiciando que los remedios factibles fueran cada vez más desafiantes y complejos, como lo es la lucha frontal contra las estructuras terroristas de las pandillas, que llegaron a asentarse cada vez más en los territorios como si fueran la verdadera autoridad.
Hoy, lo que al respecto se da en nuestro país está siendo crecientemente visualizado desde afuera, porque el crimen organizado en sus expresiones más variadas se ha venido convirtiendo en un acaecer global, que no reconoce fronteras de ningún tipo. En El Salvador la lucha contra el mismo ha saltado ya los límites de lo tradicional, y los resultados son percibidos cada día más como una estrategia sin precedentes.
Es cierto que hay que ir teniendo mucho cuidado para no sobrepasar los límites de la legalidad ni vulnerar los esquemas de la libertad, porque si no es el sistema democrático el que queda al borde del caos. La inteligencia responsable es, pues, la que debe ir al frente de todo este proceso para lograr que avance como debe ser.
Entramos ya en la segunda fase del año, y sin duda irán surgiendo muchas cosas en el día a día, en dirección a 2024. Lo que el país más necesita y reclama es certidumbre y confianza, y hay que hacerlo todo para que se afiancen y prosperen.
Si no se consolida la seguridad ciudadana no puede haber progreso y mucho menos prosperidad. Esto es lo que enseñan los hechos desde siempre.
No hay que perder tiempo en ningún sentido, porque eso es perder vida.
Es cierto que hay que ir teniendo mucho cuidado para no sobrepasar los límites de la legalidad ni vulnerar los esquemas de la libertad, porque si no es el sistema democrático el que queda al borde del caos.