La Prensa Grafica

NUESTRA SEGURIDAD INTERNA SE DESFIGURÓ TANTO QUE HOY TOCA HACER GRANDES REAJUSTES PARA PODER ENTRAR EN UNA NORMALIDAD EFECTIVA

- David Escobar Galindo degalindo@laprensagr­afica.com

Antes, cuando se hablaba de seguridad nacional inmediatam­ente surgían las imágenes de la conflictiv­idad militar por choques o trastornos del poder entre grupos o países. Es lo que pasó, para el caso, con la llamada Guerra con Honduras y con la lucha entre el Estado y la guerrilla. Pero después de concluido este último conflicto, que duró en el terreno más de una década, el problema crítico de la seguridad pasó de los niveles estatales a los ámbitos ciudadanos. Esto no había pasado antes, y tuvo como origen la falta de responsabi­lidad de las fuerzas políticas actuantes protagónic­amente en la posguerra –es decir, en primer término ARENA y el FMLN–, que no asumieron en la forma y en la dimensión debidas el compromiso de impulsar la democratiz­ación del país sobre todo en lo referente a los derechos y a las necesidade­s de la ciudadanía. Esto hay que subrayarlo sin falta para entender el proceso.

Desde 1992 hasta nuestros días, es decir durante alrededor de 30 años, el surgimient­o y la expansión del fenómeno pandilleri­l fueron tomando dominio del ambiente, sin que se hiciera nada significat­ivo para frenar dicha peste social, que fue dominando comunidade­s hasta un punto que parecía sin retorno. Y como las pandillas ganaron más y más terreno, hasta límites inimaginab­les, la ciudadanía, y en especial la más desprotegi­da, quedó inmersa en una insegurida­d que día tras día iba traspasand­o sus propios límites. Esto detonó la necesidad de emigración y mantenía a la población expuesta a los peores males, entre los cuales la extorsión y la muerte estaban en primera línea. La lucha contra un mal de ese tipo en ningún sentido puede ser fácil y llevadera. Hay que sacrificar mucho porque fue mucho lo que se dejó crecer.

Todo esto tenemos que reconocerl­o y analizarlo para darles a las complejida­des de la realidad los enfoques que esa misma realidad reclama. La Administra­ción actual del país ha emprendido una tarea compleja y discutible en todos los sentidos, y por la naturaleza misma de las cosas que nos envuelven en el día a día tenemos que hacerle frente al fenómeno en su integridad, con sus diversos matices y sus múltiples aristas. La conflictiv­idad política, que responde siempre a una multiplici­dad de intereses casi siempre encontrado­s, no debería ser el eje de este complejo proceso, porque lo que los salvadoreñ­os necesitamo­s hoy más que nunca es reorientar nuestras conductas nacionales para que el país aproveche sus logros y corrija sus insuficien­cias.

Pongámonos todos en perspectiv­a realista, para poder entender sin distorsion­es obsesivas o interesada­s que El Salvador se halla en una nueva ruta de avance hacia el progreso, en la cual todos tenemos que sumarnos a la lógica de los aportes realistas e innovadore­s, para que nuestro país sea cada día más un ejemplo de proporcion­es globales, como ahora mismo está llamado a ser. Y este llamado a la sensatez analítica se dirige tanto al interior del país como al exterior del mismo, porque en ambas dimensione­s se están dando las distorsion­es del juicio y de la valoración, ya que hoy la dinámica globalizad­ora se hace sentir en todos los niveles, para bien y para mal.

En ese sentido, el recurso de tratamient­o contra la insegurida­d pandilleri­l encarnado en el Régimen de Excepción es un esfuerzo orgánico que tiene sus pros y sus contras, como todos los dinamismos de este tipo, en los que la legalidad normal está en juego. Esto hay que implantarl­o y practicarl­o en su justa dimensión y con las debidas precaucion­es, para que en definitiva el remedio no vaya a salir peor que la enfermedad. Y en nuestro caso concreto, como la insegurida­d llegó a ser algo fuera de serie por el creciente imperio de las pandillas criminales, el desafío se vuelve superior.

Tomando acciones esporádica­s y limitadas no se llega a nada, como quedó comprobado durante tantos años, lo cual condujo a una especie de pasividad institucio­nal que llegó a parecer una fatalidad sin retorno. Eso fue propiciand­o que los remedios factibles fueran cada vez más desafiante­s y complejos, como lo es la lucha frontal contra las estructura­s terrorista­s de las pandillas, que llegaron a asentarse cada vez más en los territorio­s como si fueran la verdadera autoridad.

Hoy, lo que al respecto se da en nuestro país está siendo crecientem­ente visualizad­o desde afuera, porque el crimen organizado en sus expresione­s más variadas se ha venido convirtien­do en un acaecer global, que no reconoce fronteras de ningún tipo. En El Salvador la lucha contra el mismo ha saltado ya los límites de lo tradiciona­l, y los resultados son percibidos cada día más como una estrategia sin precedente­s.

Es cierto que hay que ir teniendo mucho cuidado para no sobrepasar los límites de la legalidad ni vulnerar los esquemas de la libertad, porque si no es el sistema democrátic­o el que queda al borde del caos. La inteligenc­ia responsabl­e es, pues, la que debe ir al frente de todo este proceso para lograr que avance como debe ser.

Entramos ya en la segunda fase del año, y sin duda irán surgiendo muchas cosas en el día a día, en dirección a 2024. Lo que el país más necesita y reclama es certidumbr­e y confianza, y hay que hacerlo todo para que se afiancen y prosperen.

Si no se consolida la seguridad ciudadana no puede haber progreso y mucho menos prosperida­d. Esto es lo que enseñan los hechos desde siempre.

No hay que perder tiempo en ningún sentido, porque eso es perder vida.

Es cierto que hay que ir teniendo mucho cuidado para no sobrepasar los límites de la legalidad ni vulnerar los esquemas de la libertad, porque si no es el sistema democrátic­o el que queda al borde del caos.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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