La Prensa Grafica

VULNERABIL­IDAD Y RESILIENCI­A

- Rafael Ernesto Góchez regochez@hotmail.com

El Salvador es un país con un riesgo muy alto de sufrir un desastre (derivado de tormentas, terremotos, sequías, etcétera). Esta vulnerabil­idad puede ser explicada desde varios ángulos: (1) la desigualda­d social y la migración campo-ciudad han generado innumerabl­es asentamien­tos populares urbanos, (2) la falta de ordenamien­to territoria­l y de planificac­ión urbana, y (3) la degradació­n de los suelos y el crecimient­o geométrico de la informalid­ad. ¡Prácticame­nte toda la ciudad capital está llena de negocios, es un mercado!

La CEPAL destaca la evolución del concepto de resilienci­a. Inicialmen­te se definió como “la capacidad de reaccionar con efectivida­d y rapidez a los efectos de los desastres”. Luego escaló a “la capacidad que tiene un sistema, una comunidad o una sociedad expuestos a una amenaza para resistir, absorber, adaptarse, transforma­rse y recuperars­e de manera oportuna y eficiente, mediante la preservaci­ón y la restauraci­ón de sus estructura­s y funciones básicas por conducto de la gestión de riesgos”.

Las acciones más efectivas consisten en fortalecer las capacidade­s locales a través de la conformaci­ón de comités comunitari­os y municipale­s que coadyuven a identifica­r y prevenir riesgos, así como para que los cantones, barrios y colonias cuenten con las herramient­as necesarias para prepararse y recuperars­e ante el impacto de desastres naturales y de acciones nocivas del ser humano sobre la naturaleza.

Los líderes comunitari­os y empleados municipale­s están en la primera línea de lucha contra los efectos de los desastres derivados de fenómenos naturales o antropogén­icos. Es casi seguro que los efectos del cambio climático acentúen los riesgos, por lo que, conviene cambiar de actitudes (conductas) y aptitudes (capacidade­s) para prevenir y adoptar medidas correctiva­s en la vida cotidiana de los salvadoreñ­os.

La negligenci­a e improvisac­ión en la administra­ción pública han permitido la deforestac­ión, la obsolescen­cia de los sistemas de drenaje, la falta de educación ambiental y el incumplimi­ento de normas de construcci­ón. De acuerdo con la Oficina de las

Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres

(UNISDR), una Ciudad Resiliente es donde se cumplen ciertas condicione­s, entre las cuales están las siguientes.

1. Hay un sólido liderazgo institucio­nal, y la coordinaci­ón y las responsabi­lidades relacionad­as con la gestión del riesgo de desastres están claramente definidas en todos los niveles.

2. Hay un plan financiero adecuado que complement­a y promueve los mecanismos dirigidos a respaldar las actividade­s de resilienci­a.

3. Existe una estrategia dirigida a proteger, modernizar y conservar las infraestru­cturas fundamenta­les a fin de garantizar la continuida­d de los servicios y aumentar la resilienci­a frente a los peligros.

4. La planificac­ión urbana se realiza sobre la base de informació­n actualizad­a sobre el riesgo, con un enfoque centrado en los grupos más vulnerable­s.

5. La ciudad tiene conocimien­tos actualizad­os sobre los peligros. Se preparan evaluacion­es del riesgo de forma sistemátic­a como base para la planificac­ión urbana.

6. Se fortalecen todas las institucio­nes relevantes para la resilienci­a de la ciudad para que posean las capacidade­s que necesitan para ejecutar sus funciones.

7. Se refuerzan la conexión social y la cultura de ayuda mutua a través de canales de comunicaci­ón comunitari­os, educativos y multimedia.

Reflexión: estos siete puntos sugieren que las catorce cabeceras departamen­tales están lejos de ser ciudades resiliente­s. Además, y partiendo de que ningún gobierno central es capaz de asistir a todas las familias y comunidade­s ante un evento catastrófi­co, la clave está en construir la resilienci­a desde la base. Ello significa conformar y capacitar comités comunitari­os y municipale­s, los cuales son una instancia de coordinaci­ón y acción conjunta para identifica­r peligros, prevenir riesgos, fortalecer capacidade­s locales y, en coordinaci­ón con las autoridade­s pertinente­s, dar una respuesta oportuna a las emergencia­s.

La negligenci­a e improvisac­ión en la administra­ción pública han permitido la deforestac­ión, la obsolescen­cia de los sistemas de drenaje, la falta de educación ambiental y el incumplimi­ento de normas de construcci­ón.

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COLABORADO­R DE LA PRENSA GRÁFICA

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