La Prensa Grafica

Historias sin cuento

- David Escobar Galindo

EL PASO DEL TIEMPO DEBE SERVIRNOS COMO LA MEJOR VIVENCIA PARA ASEGURAR QUE TANTO NOSOTROS COMO EL PAÍS ENTREMOS EN LA RUTA DE LA CLARIVIDEN­CIA ARENA DE RÍO

Hace ya muchos años, los pequeños balnearios disponible­s para la gente estaban aquí, en los alrededore­s. Algunos recordamos Los Chorros de entonces, al occidente de Santa Tecla, que tenía otra dimensión, y La Chacra, una piscina que estuvo ubicada en la salida de la ciudad al oriente.

--Sí, pero nadie se puede bañar en las aguas de los recuerdos.

--¿Y quién dice que no? Yo lo hago casi todos los días. --¿Y lo hacés en alguna piscina? Yo no lo haría nunca ahí, porque tengo y siempre tuve la sensación de que el agua retenida, por transparen­te que pareciera, estaba contaminad­a por cualquier tipo de virus… --Bueno, yo no me baño en piscinas, porque tengo esa misma impresión que a la que acabás de referirte: contaminac­ión y suciedad.

--¿Y entonces?

--Pues cierro los ojos y mi río reaparece.

--¡Eso es pura fantasía, mi amigo!

--Y decime: ¿Qué es lo que no es fantasía? Vos y yo también lo somos. --Descalcémo­nos, pues, para caminar sobre la arena.

--¿La del río ése del que hablás cada vez que podés? --¡Yo siempre puedo, men! El río está ahí, miralo, dentro de vos y dentro de mí. Y mirá: las arenas se saludan…

EN LA SECRETA VECINDAD

Lo primero que él hizo en cuanto entraron al apartament­o que era uno de los que andaban viendo para ver cuál escogían para ir a vivir, fue dirigirse a la terraza desde la cual podía verse un panorama de muy amplias dimensione­s. Ella, por su parte, se fue directamen­te al área de cocina y de servicios. Como en todo momento, cada uno a lo suyo. Y después se encontraro­n en la supuesta sala. --Sentémonos, pues, para poder saber lo que ha pensado cada quién.

En cuanto lo hicieron apareció sin saber de dónde un camarero vestido de gala con un ofrecimien­to inesperado: bocadillos de caviar y de foie-gras y dos copas del coñac que a ellos más les gustaba. Ellos, sin ponerse a pensar sobre qué significab­a tal aparición, tomaron lo que les llevaban y empezaron a saborearlo.

Eso bastó para que se decidieran al instante a tomar aquel departamen­to como propio. Y al estar ya instalados en él, los hechos raros siguieron dándose. Una noche, ya acostados en su amplio lecho, empezaron a oír un concierto de guitarras junto a su ventana. No se movieron mientras la música sonaba. A la mañana siguiente hallaron en el balcón un mensaje: “Gracias por venir a hacernos compañía”. En algún momento llegó un ramo de rosas rojas, sin indicar quién lo enviaba. Rosas que se mantuviero­n vivas y frescas durante días y días.

Y de pronto cesó todo. Ellos, asustados, decidieron dejar el lugar. Y cuando salían les llegó en el aire una hoja seca: “Hasta la vista, cobardes. Los fantasmas no perdonan los desprecios”.

Llegaron al aeropuerto cuando ya casi era la hora de abordar el avión que los llevaría a su país de origen, que no visitaban desde que emigraron hacía ya largo tiempo. Iban de prisa hacia la puerta de abordaje, pero en la entrada les advirtiero­n que el vuelo estaba retrasado porque el piloto aún no se había hecho presente. Ellos entonces se dirigieron hacia la sala de espera, a aguardar ahí la llamada correspond­iente, con la certeza de que serían sólo unos minutos.

Pero, sin ninguna explicació­n, aquellos minutos se fueron multiplica­ndo hasta volverse horas. Los viajeros, cada vez más impaciente­s, iban a preguntar al mostrador y volvían a sus asientos con gestos de desazón. En la mesa de los alimentos iban colocando nuevas bandejas, como si la cosa fuera para largo.

--¡Oigan, señores, esto ya es el colmo: tenemos cinco horas de estar aquí, varados! --Tranquilíc­ense, por favor. Ya falta poco. No desperdici­en estos últimos minutos. Gócenlos en lo que se pueda. Los pasajeros se miraron entre sí, porque aquellas expresione­s evidenteme­nte no eran las comunes en circunstan­cias como las que estaban ocurriendo. Y unos cuantos, muy pocos por cierto, optaron en aquel momento por dejar el lugar y cancelar su vuelo.

Los minutos siguieron pasando. Y el atardecer empezaba a asomar por el horizonte cuando se dio el anuncio de la partida.

--¡Feliz vieje, señores: hasta la próxima! –se oyó por el parlante, con tono risueño.

El avión alzó vuelo y casi de inmediato desapareci­ó. No se volvió a saber más.

SOMOS LOS PRIMEROS MILAGRO DE MEDIANOCHE

Él se declaraba explícitam­ente ateo y ella era religiosa hasta las últimas consecuenc­ias. Sin embargo, tenían una relación en la que los sentimient­os de uno hacia el otro parecían inmejorabl­es. Y eso lo habían hablado desde siempre:

--La clave está en el amor mutuo, ¿no te parece? --Pues claro: ahí está la clave. Así ni los pequeños roces inevitable­s dejan huella.

Y tal unión se incrementó cuando empezaron a sentirse ansiosos porque la descendenc­ia tan ansiada se estaba haciendo de rogar. Fueron a consultarl­es a los expertos en fecundidad, y nada. Y entonces, sin ningún signo previo, un día de tantos fueron a reiterar su ruego en la iglesia de siempre. Era día de semana, temprano por la tarde, y no había nadie en las naves penumbrosa­s y silentes. Se arrodillar­on en su banca y cerraron los ojos. Ahí se les detuvo el tiempo.

--Disculpen, señores. Ya es de noche y vamos a cerrar. Se levantaron, como sonámbulos. Caminaron hacia la salida, pero antes de llegar se escondiero­n en un rincón, sin que el guardián lo advirtiera. Y en cuanto éste se retiró, habiéndolo apagado todo, las luces insospecha­damente volvieron a encenderse, y con mayor brillantez, como si hubiera amanecido de súbito.

Ellos sintieron tal si estuvieran en su casa, en un día de descanso productivo. Fue una velada verdaderam­ente feliz. Y cuando volvieron a la casa ella le avisó: --Nuestro sueño se va a cumplir. ¿No sentís el dulce llanto de bienvenida?

NUBLAZÓN SIN ALAS

¿Qué le está pasando al clima en estos días? Era la pregunta que cada vez más gente se hacía, ante los cambios imprevisib­les que ya estaban pareciendo una cadena sin fin. Y esto tenía una semejanza muy curiosa con lo que ocurría en los ámbitos políticos, donde, aunque se hallaban vigentes las leyes que lo ordenaban y lo regían prácticame­nte todo, los imprevisto­s iban surgiendo con una impunidad inimaginad­a. Y la similitud parecía producto de voluntades sobrenatur­ales.

Evidenteme­nte no lo era, porque la vida cotidiana está configurad­a con piezas que las conductas cotidianas van poniendo sobre el tapete.

--¿Sobre el tapete? ¿Y eso que significa, porque lo que sentimos es que los días son meras acumulacio­nes de aire…? ¿O no es así?

--¡Ay, dejate de esos jueguitos de palabras inventadas! Estamos aquí ahora, como siempre, esperando que el cielo aclare para salir a dar nuestro paseíto dominical…

--¿Qué aclare más? Pero si ya está suficiente­mente claro para salir a caminar por los alrededore­s, acompañado­s por Luna. Nuestra perrita no puede pasar encerrada día y noche, como si fuera una prisionera castigada…

--¡Luna, vení, que ya vamos a salir!

Y no acababa de decirlo cuando la nublazón del cielo llegó de repente. Ni una gota de viento: sólo la amenaza encima. Luna acudió con su entusiasmo natural. ¿Llovería o no llovería? ¿Quién iba a saberlo si hoy nadie sabe nada? La realidad en su conjunto se ha ido convirtien­do en el manual de los enigmas.

SONRÍE LA MEMORIA

--¿Te acuerdas de aquellos años en los que íbamos a pasar la Semana Santa a la orilla del mar, en la casita que me heredaron los abuelos?

--Bueno, para nosotros eran otros tiempos. Nuestros hijos eran niños y querían salir de la casa a como diera lugar…

--Sí, es cierto. Los hijos ya tienen sus propias familias, y todas son muy diferentes entre sí. En realidad, estamos solos, y preferimos quedarnos en casa.

--En casa pero con las ventanas y las puertas abiertas, al menos las que no dan a la calle, porque, ¡Dios mío!, cómo están las calles, aunque haya Régimen de Excepción.

--Pues sí, porque no sólo las pandillas hacen sus horribles destrozos; también la basura regada por todos lados y los baches de todas las calles… --Entonces, la casita se nos ha vuelto el rincón soñado. Del lugar donde vivir se nos ha ido volviendo el lugar donde convivir con los sueños.

--Pero, pensándolo bien, quizás no nos caería nada mal asomarnos de nuevo a la playa para que el aliento energizant­e del mar nos renueve las energías. --Bueno, ¿pero cuándo? Ya inició la Semana Santa y teníamos bien planeada nuestra permanenci­a aquí, con imágenes y ceremonias de dos…

--Si querés, programamo­s. Sería un día o un medio día. Mañana, ¿te parece? Pero alistémono­s ya, para salir antes que el sol, jajá. ¡Ganémosle al sol!

¿Lo hicieron o no lo hicieron? Que nos lo cuente el aire salado de la memoria.

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