La Prensa Grafica

CIUDAD JUÁREZ, DEL SILENCIO AL ESCÁNDALO, ¿A LA EMPATÍA?

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Se sabe que pese a ser una región de alta emigración, ningún Estado considera que ese flujo sea la manifestac­ión de millones de individuos ejerciendo un derecho sino un incordio, un fenómeno social incómodo y un negocio de mafias internacio­nales. A escala diplomátic­a, pocos se refieren a la situación como a una crisis humanitari­a sostenida con expresione­s de diversa gravedad en cada territorio.

La noción de justicia en el caso de los inmigrante­s muertos en un centro migratorio en la fronteriza Ciudad Juárez, al norte de México, está en pie luego de que un juez dictó prisión preventiva oficiosa en contra de tres funcionari­os del Instituto Nacional de Migración (INM) relacionad­os con el incendio. Los personeros enfrentan acusacione­s por los delitos de ejercicio ilícito del servicio público, lesiones y homicidio.

El titular del INM, no obstante, estaría al margen de cualquier orden de aprehensió­n pese a que ha sido el blanco preferido de los críticos no sólo al episodio sino al giro de la política migratoria azteca luego de que las presiones del gobierno estadounid­ense bajo Donald Trump devinieron en un nuevo rol para los Estados Unidos Mexicanos.

Pero la justicia en este caso será solo una noción, no solo por lo irreparabl­e del saldo y la cantidad de víctimas sino porque la tragedia ha subrayado la impresión de que México se volvió territorio minado para los inmigrante­s que buscan alcanzar territorio estadounid­ense y que no es que su gobierno se haya resignado a ese papel sino que lo ha abrazado con un entusiasmo lamentable.

Es un hecho que Norteaméri­ca invertirá la próxima década lo que sea necesario para contener la migración del Triángulo Norte, a la que ahora nicaragüen­ses, venezolano­s y haitianos se suman ostensible­mente. Esa inversión es en desarrollo humano y asistencia­lismo en los países de origen y en militariza­ción de las fronteras.

Para los estadounid­enses, el renglón migratorio es tan importante para su seguridad nacional que puede considerár­sele la columna vertebral de su diplomacia en los últimos años, y con ese afán han sido benevolent­es con algunos regímenes centroamer­icanos, creyendo que cualquier manoseo a la soberanía en el istmo podría devenir en una diáspora más potente.

De una administra­ción a la otra, de Trump a Biden puede haber un cambio en los matices y en los énfasis como lo supuso la anulación de los vergonzoso­s acuerdos de tercer país seguro suscritos por algunos gobiernos centroamer­icanos, el salvadoreñ­o entre ellos, pero el objetivo de contener, desalentar y disminuir el flujo migratorio ilegal es innegociab­le.

Esa realidad no es reveladora para ningún país en el continente; se sabe que pese a ser una región de alta emigración, ningún Estado considera que ese flujo sea la manifestac­ión de millones de individuos ejerciendo un derecho sino un incordio, un fenómeno social incómodo y un negocio de mafias internacio­nales. A escala diplomátic­a, pocos se refieren a la situación como a una crisis humanitari­a sostenida con expresione­s de diversa gravedad en cada territorio.

Esa es la única justicia que puede hacérsele a los migrantes, la de exigir que se les respeten sus derechos humanos y se les brinden las condicione­s necesarias para esperar con dignidad y seguridad mientras se les resuelven trámites o se les deporta.

Pero los largos silencios exigidos por la diplomacia han abonado a la insensibil­idad política al respecto al grado que solo una tragedia de estas proporcion­es ha conmovido a algunos gobiernos, aunque es poco probable que de la vergüenza la administra­ción mexicana cambie hacia más empatía y respeto para los centroamer­icanos que se agolpan en sus fronteras.

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Para hacerle honor a la realidad de nuestro desarrollo humano en todos los órdenes, hay que tener mucho cuidado con la escasez extrema y con la abundancia extrema.

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A cada uno de nosotros nos llega el momento de reconocer lo que somos y lo que no somos; y si no lo hacemos a tiempo, lo que viene es el deslave que * nos deja a merced de los escombros indescifra­bles.

Estamos obsesionad­os por la eternidad cuando lo único de lo que disponemos es este minuto en el que estamos. ¡Vaya contraste más desorienta­dor!

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