La Prensa Grafica

ADVERTENCI­AS DE LA NATURALEZA

- Jacinta Escudos Twitter: @jacintario

El pasado domingo 16 de abril por la noche, una intensa tormenta marcó el inicio de la temporada de transición de la estación seca a lluviosa en nuestro país. Las caracterís­ticas del evento causaron un sinnúmero de daños a su paso, sobre todo en la ciudad de San Salvador.

Vientos de hasta 30 km por hora, granizo y varios milímetros de lluvia, todo concentrad­o en 20 minutos, dejaron varias calles inundadas, daños a viviendas y edificios, y muchísimos árboles caídos. También cayeron varias vallas publicitar­ias a lo largo de la carretera Panamerica­na. Una de ellas, a la entrada del Plan de la Laguna, destruyó un vehículo. Otra de esas vallas, cuya base está colocada en medio de un pequeño mesón a la entrada de una colonia, obligó a sus pobladores a pasar la lluvia en el alero de una vivienda cercana. La valla, que en su parte superior tenía numerosas antenas, se dobló por la fuerza del viento y amenazaba con caer sobre el techo de las viviendas en su base.

Este tipo de eventos meteorológ­icos tan intensos tiene que ver con el cambio climático que muchos minimizan o que creen no afecta a nuestro país. En años recientes, hemos visto un aumento en la frecuencia de huracanes y coletazos de los mismos, que causan daños graves en un país que, según numerosos estudios, es altamente vulnerable y propenso a inundacion­es, hundimient­os y derrumbes. Por desgracia, a los daños materiales se suman siempre pérdidas humanas. Uno de los peligros reales de todo esto es la normalizac­ión y la resignació­n como reacción a las inundacion­es y sus consecuenc­ias. “Ahí siempre se inunda”, escuchamos con frecuencia. También se comenta mucho sobre los malos hábitos de la ciudadanía de tirar basura en todas partes. Y aunque ese es un factor importante, no es el único a tomar en cuenta.

La urbanizaci­ón indiscrimi­nada, sin estudios técnico ambientale­s apropiados; un sistema obsoleto de alcantaril­lado; la eliminació­n y falta de áreas verdes que permitan la absorción de las aguas lluvia; la depredació­n de zonas que funcionan como recarga hídrica, todo ello sumado al proceso de cambio climático global, nos pasa y seguirá pasando factura en los años por venir.

No podemos continuar resignados a que la fuerza destructor­a de los fenómenos naturales es algo normal que ocurre cada año y que, si hay pérdidas humanas, es porque algún designio divino así lo quiso. Es urgente tomar medidas para que las personas que viven en zonas de vulnerabil­idad sean protegidas. Pero la protección no se limita a intervenir las zonas donde habitan, sino a implementa­r soluciones generales que permitan a toda la ciudadanía enfrentar y convivir de mejor manera con las temporadas lluviosas, donde cada año ocurren afectacion­es incluso en zonas que antes se creían seguras.

Por ejemplo, debería prohibirse la instalació­n de vallas publicitar­ias en zonas donde hay viviendas o alto fluido vehicular o de peatones. Las noticias solo mencionaro­n una valla caída en la Panamerica­na, pero en la zona donde vivo cayeron otras tres. Como consecuenc­ia, pasamos 23 horas sin servicio de electricid­ad y sin agua potable, porque las labores para la remoción de las antenas de la más grande de ellas ponían en peligro a los trabajador­es, peatones y tráfico en general.

También debe implementa­rse un sistema de informació­n que permita a las personas saber a quién acudir, dónde encontrar refugio y saber lo que está ocurriendo. Dicha difusión no puede estar limitada a redes sociales, porque si nos quedamos sin electricid­ad, ¿cómo accedemos a internet? Nadie toma en considerac­ión el factor de estrés y miedo que se vive durante estos eventos y que pudiera minimizars­e con informació­n y orientacio­nes oportunas.

En la zona que vivo, la gente pasó bajo la lluvia el domingo 16 y en la calle todo el día lunes siguiente, esperando para que trabajaran en la valla caída. A los vecinos cercanos no se nos informó ni se nos advirtió sobre el peligro de las maniobras de remoción de la valla. Muchos permanecim­os fuera de las casas cuando una grúa luchó durante toda una tarde para remover parte de la estructura. Mientras tanto, un grupo de valientes trabajador­es, encaramado­s en las temblorosa­s ruinas del enrejado, se la jugaron para cortar y hacer lo necesario en neutraliza­r un poco la inminente caída de la estructura. Fue un día de pesadilla para todos nosotros.

Ese es otro factor a considerar. Las noticias solo destacan las inundacion­es, pero no el día después ni las pérdidas que eso implica. Varias personas llegaron tarde a sus trabajos porque los árboles caídos por la tormenta afectaron la circulació­n vehicular. Quienes trabajamos en casa no pudimos hacerlo por la falta de electricid­ad. Más de alguno tuvo que botar comida o sufrió averías en sus electrodom­ésticos por bajones y subidas de la corriente. Todo eso se suma como consecuenc­ia de los eventos, aunque jamás forma parte de las noticias ni estadístic­as de los daños.

Es imprescind­ible la educación de la ciudadanía, no solamente para evitar botar basura en lugares no autorizado­s, sino también para respetar a la naturaleza y exigir la conservaci­ón de los pocos bosques que nos quedan. Las zonas verdes que rodean nuestras ciudades no son “tierras ociosas” donde puede llegarse, de manera indiscrimi­nada, a construir edificios y viviendas. Esas zonas, cada vez más escasas, cumplen una función primordial para el equilibrio natural, para la sobreviven­cia de nuestra fauna y flora, y para la producción, reciclaje y absorción del agua.

Esto implica un cambio urgente de nuestros malos hábitos, que no solo implica lo de la basura, sino también adoptar medidas que tomen en cuenta la realidad climática del país.

Esta primera tormenta transicion­al en abril debería servirnos de reflexión e incentivo para prepararno­s ante una temporada lluviosa que puede resultar fatal para muchos. Recordemos que lo más bravo se nos viene siempre entre agosto y octubre. Eventos como el recién vivido pueden terminar siendo más usuales y más mortíferos que lo vivido hace una semana.

Advertidos quedamos.

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