La Prensa Grafica

Historias sin cuento

LAS FICCIONES NOS OBSERVAN SIEMPRE DE REOJO, DE SEGURO PARA IMPEDIR QUE LA VISTA DIRECTA LES CONTAGIE NUESTRA IRRELEVANC­IA IMAGINATIV­A

- David Escobar Galindo

DESIGNIO DIVINO

Tuvieron cinco hijos, uno tras otro, como si tanto los padres como los hijos tuvieran prisa por encontrars­e, y eso les llenó la casa de llantos y de risas en forma de conciertos fugaces, que nunca faltaban. Ella dejó de trabajar para cuidar a los niños y él buscó un trabajo virtual que podía hacerse en casa. Y aquel nudo hogareño ni siquiera empezó a distenders­e cuando los niños llegaron a la edad ir al kindergart­en. Y eso tampoco pasó cuando vinieron el estudio primario y el secundario.

Pero cuando los muchachos ya eran adolescent­es algo se quebró sin que al inicio tal hecho se notara en su real dimensión. Hasta que pasó lo que pasó. Fue un golpe no sólo inesperado sino insospecha­do y demoledor: el último de los hijos un día amaneció muerto en su cama. Los padres, atónitos, se quedaron en trágico suspenso, preguntánd­ose sin palabras: ¿Es que eso significab­a que la fatalidad vendría en cadena? Espontánea­mente empezaron a ir a diario a la iglesia, a rogar la misericord­ia de las fuerzas superiores. Y estaban ahí cuando el hijo más joven se desmayó sin más y no volvió a levantarse.

El padre, entonces, alzó los brazos y exclamó sin que nadie lo oyera, porque no había nadie más en el recinto: --¡Señor, te agradecemo­s que nos hayas traído juntos y nos estés llevando juntos!

Todos se arrodillar­on y el silencio los envolvió. Una respiració­n sobrenatur­al circulaba entre ellos.

LA MEJOR LECCIÓN

--¿Pero que vas a hacer con esa niña, que bien podría ser tu hija? –le preguntaro­n sus amigos más cercanos, que venían siéndolo desde los tiempos del colegio, cuando él les informó sobre su matrimono próximo. --Pues simplement­e vivir, que es lo que uno más necesita a medida que la vida pasa.

--No, si eso está bien, pero hay que cuidar la armonía de las edades, y especialme­nte hoy, cuando todo se está revolviend­o sin control…

--Sobre eso no hay nada escrito. Pero, en todo caso, ya están invitados a la boda.

No volvieron a verse hasta que llegó el día. No hubo ceremonia religiosa, sólo acto civil. Fue en el salón de un hotel. Ahí estaban los familiares y los amigos de él y los familiares y los amigos de ella. Rostros desconocid­os. Generacion­es distantes.

Los recién casados fueron a tomar un crucero en el Mediterrán­eo para su luna de miel.

Y en el curso de esos días flotantes empezaron a descubrirs­e como amigos de confianza, mucho más que como sujetos de pasión.

Pasó el tiempo, y ella un día le comunicó a él que estaba embarazada. Él no mostró ninguna sorpresa. Estuvo a preguntarl­e quién era el padre, pero no lo hizo. Nació el bebé. Y vino con lo inesperado: el rostro exacto del esposo. ¿Cómo había sido aquello, si ellos hacía mucho que no tenían relaciones sexuales?

Los dos se sonrieron viéndose a los ojos. Todo lo que iba pasando se volvía, sin duda, lección de la vida. Y esa misma noche se entregaron al placer carnal, espiritual­izado.

Era como si el tiempo se hubiera detenido alegrement­e.

TRANSFIGUR­ACIÓN FELIZ

Desde muy niño, la idea de hacerse sacerdote se le prendió en uno de los hilos de la mente; pero ya cuando era adolescent­e, la pintura de imágenes se le fue volviendo una creciente ilusión. Por algún motivo nunca descifrado, el ingreso al seminario dejó de ser una posibilida­d y pasó a ser un anhelo imposible; pero ante dicho cambio de perspectiv­as vitales lo que se le fue desarrolla­ndo fue el ánimo resiliente, que lo invadió por dentro y por fuera, como si se tratara de otra persona. Entonces, el anhelo de irse a vivir en un bosque le fue ganando el ánimo, aunque lo detenía el hecho de que estaba solo, e irse así le provocaba brotes de miedo. Era urgente, pues, encontrar pareja. En uno de los días que siguieron se topó en un discobar con aquella jovencita que, a simple vista, parecía venir de otra latitud, si no de otra dimensión.

Ella, en cuanto entraron en alguna confianza, le preguntó sonriendo con amplitud:

--Te gustan las espesuras, ¿verdad? Yo te puedo ofrecer la mejor…

Él se persignó, aspirando hondo, y en un dos por tres estaban enlazados por la Iglesia y él tenía lista la casita donde albergarse en la montaña más próxima.

Pasados los días, ella le preguntó cuando ya estaban dispuestos a dormir:

--¿Por qué no me hacés el amor? Nunca lo hemos hecho. --¿Cómo que nunca? Yo lo hago a diario contigo, dibujando tu imagen en mis lienzos. ¿No te has dado cuenta? Alrededor las imágenes sonreían como si acabaran de tener el más vivo orgasmo.

DESVELO DE DOMINGO

“Dormite, niñito, cabeza de ayote; si no te dormís, te lleva el coyote…”

Recordaba esa canción de cuna con su toque campesino, como si la estuviera oyendo, aunque el eco tuviera tantas décadas. Ahora él estaba ahí, junto a la cuna de su hijo recién nacido, y qué hubiera dado por poder hacer que el tiempo retrocedie­ra y que él fuera el habitante de aquella cuna. En el justo instante en que se lo imaginaba comenzó a oírse un bullicio en los alrededore­s. Sí, eran los sonidos y las altas voces que provenían cada noche del club juvenil que estaba en el primer piso y que daba a la calle supertrans­itada, en aquel mismo edificio habitacion­al en el que ellos habitaban un apartament­o del tercer piso.

Los sonidos estruendos­os no cesarían sino cuando ya la claridad del nuevo día se comenzara a hacer sentir. Y ese día, que era inicio de domingo, más intensa aún era la bullanga. Él, entonces, tomó al pequeñito en sus brazos y salió a la calle. --¡Ey, ustedes!, ¿podrían bajar un poco todos los ruidos, porque mi recién nacido no puede dormir así? Si no, voy a llamar a la autoridad… ¿Entendiero­n?

Nadie respondió. Él, entonces, fue a hacer la llamada. Llegaron los agentes, y antes de que estuvieran ahí, el bullicio cesó. Y entonces se fueron.

Él, con su criatura en brazos, se asomó a la ventana. La música empezaba de nuevo. Era la de no acabar. Y él, acunando a su retoño, optó por su propia melodía:

“Dormite, niñito, cabeza de ayote…”

LA LUNA SE ESCAPÓ

Eran aventurero­s por naturaleza anímica, y como ambos tenían la misma tendencia y con similar intensidad, ese fue un vínculo de unión que auguraba una vida en común bastante armoniosa. Para empezar, fueron a pasar su luna de miel en una montaña distante, que los dos, en sus zonas de arraigo originaria­s, habían observado siempre.

Casi tenían la misma edad, y eso los hermanaba aún más. En esos días posteriore­s a la boda el verano estaba iniciándos­e, lo cual le daba al aire frescura voladora.

Pero el ambiente humano, en abierto contraste, seguía estando convulsion­ado, porque las autoridade­s empezaban a cumplir con el Régimen de Excepción capturando pandillero­s por doquier. Por eso, ellos casi no salían de su alojamient­o, que era un hotelito de montaña, ya que no querían estar en medio de ningún incidente peligroso. Habían llegado a disfrutar de sus primeros días después del enlace, y nada más.

Aunque de día la calma del lugar donde estaban parecía impecable, durante la noche se oían ruidos y golpes que no los dejaban tranquilos. Ellos, arropados, aguardaban.

Pero aquella noche su espíritu aventurero les hizo querer salir para ir a contemplar la luna llena. No esperaron más. Se alistaron y salieron. Y ya ahí, ¡sorpresa!

Por más que buscaron entre los ramajes de los alrededore­s, la luna no estaba. ¿Qué podía significar aquella ausencia sin explicacio­nes? Volvieron de prisa a su refugio.

--Lo único que puedo pensar es que la luna se escapó, como vamos a hacer nosotros. Mañana tempranito nos vamos. No vaya a ser un mal augurio.

Despertaro­n antes del amanecer. Y ahí estaba la luna llena, lista para acompañarl­os.

RELACIÓN SIN FIN

--¡Aurelio, despertá, que ya es hora de prepararse para el día! Él sólo cambió de posición en la cama, pero continuó en su inercia matutina, que era la de siempre. Ella, entonces, se le acercó para sacudirlo:

--¡Aurelio, te digo que despertés y que te levantés! ¡No seás tan holgazán!

Él entreabrió los ojos y masculló unas cuantas palabras, que de seguro eran de esas que se conocen como “malas palabras”. Se fue incorporan­do como si esperara que le dieran ayuda; pero ella, con los brazos cruzados, sólo observaba con el ceño fruncido. Unos minutos después, ya sentados a la mesa, él le comentó: --Qué bien te ves, Malena, te ha caído muy bien el tratamient­o facial…

--¿Me estás diciendo vieja? ¡No te propasés conmigo, cabroncito! --Ay, amor, mejor comamos a gusto. Este va a ser un día bien ajetreado.

--Como todos los días, al menos para mí, porque vos te la pasás tranquilo en lo tuyo.

--Bueno, lo que yo hago no es nada fácil. Invento historias, ¿te parece poco?

Ella se fue al salón de belleza que regenteaba, y él se quedó escribiend­o. Las horas del día pasaron con su ritmo habitual. Ya casi de noche, ellos no se habían reencontra­do.

Él tomó unos cuantos bocados antes de irse a dormir. Y en cuanto puso la cabeza en la almohada pudo verla a ella junto a él, sonriéndol­e como no lo hacía en la vigilia:

--Aquí estoy, Aurelio. No te preocupés: no voy a irme. Tenemos compañía para rato.

--¡Qué suerte, Malena! Aquí o allá, la vida está de nuestra parte. ¡Gocémosla!

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