DETRÁS DEL PERÍMETRO: EL OTRO CENTRO
Pese a sus remodelaciones, el centro de San Salvador, fuera del parámetro desalojado, sigue mostrando un rostro conocido. La pobreza, el deterioro y el abandono se ve en las calles a diario.
Sentada en unas gradas que soportan los pasos de cientos de personas diariamente, Alicia Lue carga con los huacales de su venta y con ello, los 72 años que cumplió a inicios de abril. Las personas suben y bajan las gradas del Portal Sagrera, caminan a su lado con tal rápidez, que apenas y notan su presencia.
Algunos hisopos, ganchos de pañales y dulces, para ella, son las columnas que sostienen su hogar: un pequeño cuarto que renta en un mesón del centro de San Salvador por $3 diarios. Alicia tiene 20 años de vender a los alredores del centro histórico. Con las ganancias de su venta crió a seis hijos. Ahora, vive sola y trabaja solo para ella; sin embargo, muchas cosas han cambiado desde abril del 2022, cuando iniciaron los desalojos masivos de parte de la alcaldía de San Salvador.
Su venta diaria no es algo delo que alicia quiere hablar, solo guarda silencio. Los hucales casi llenos de productos y la larga espera por cada cliente hablan por sí solos. Para ella y para las miles de personas desalojadas en los últimos meses, las remodelaciones ylo que la gentrificación ha significado perder un espacio de subsistencia. Las paredes recien pintadas y las calles más amplias no le brindan mayores oportunidades; al contrario, se las limita quitando de sus manos las pocas monedas que ganaba al día.
Los nuevos visitantes atraídos por las publicaciones de redes sociales no buscan al viejo centro histórico y con el cuento de lo nuevo se arrastran a quienes por años han comido y sobrevivido en las calles que para muchos hasta ahora existen.
La pobreza, el hambre bulliciosa transformada en los gritos de las ventas de productos, el abandono y la lucha de la tercera edad sin pensión que desea salir adelante persisten, arrinconados, en las sombras de las luces de las plazas remodeladas. El centro histórico, a un año del reordenamiento, es agradable para quienes lo visitan, pero es un constante recuerdo de la pobreza para quienes lo habitan a diario.