¿POR QUÉ SON NECESARIOS LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN?
Hace pocos días hubo mucho revuelo cuando el presidente de la Asamblea Legislativa invitó y recibió a “youtubers” e “influencers” para que den cobertura al quehacer legislativo. Por sí solo, dicho acto es una más de las ocurrencias a que ya nos tienen acostumbrados los funcionarios de gobierno. Obviamente aprovechó para defenestrar en contra de los “medios tradicionales” que no informan de todo lo bueno que el gobierno hace y piensa hacer. Por supuesto, quedó en el ambiente la idea de que hoy día no se necesitan periodistas profesionales para informar, y que basta un youtuber con su teléfono celular para hacerlo, con un plus adicional: resultan entretenidos y con habla “popular”.
No se puede negar que, desde hace una década, y cada vez más, los medios tradicionales de comunicación enfrentan un ambiente complejo y retador. Los avances en las telecomunicaciones y los formatos disponibles han minado y subvertido en espacios que antes eran dominados por la radio, la televisión y la prensa escrita. Es decir, enfrentan una creciente competencia. En principio esto es bueno, aumenta la oferta informativa y de entretenimiento. Y seguramente obligará a dichos medios a reinventarse para no quedar a la saga.
Las redes sociales ofrecen la oportunidad para que cualquiera que tenga tiempo, recursos y deseos cree sus propios espacios y divulgue los contenidos que quiera, ojalá con la calidad y ética propia de quien se considere un comunicador social. La realidad demuestra que ese “ojalá” no siempre se alcanza. En todo caso, funcionan amparados en la libertad de expresión, aunque seamos conscientes de que esos formatos comunicacionales se prestan a muchos abusos.
A título personal y condicionado por mi oficio de historiador, he de decir que no me imagino un mundo sin periódicos. En la investigación histórica, y para ciertos temas, la prensa y las revistas son fuente obligada. He pasado muchas horas en bibliotecas leyendo periódicos de los siglos XIX y XX, y con su ayuda he podido reconstruir y entender muchos procesos de nuestra historia. No importa si se trata de política, economía o temas socioculturales; periódicos y revistas son una especie de reservorio del quehacer de la vida de las sociedades del pasado y del presente.
La prensa ha jugado un papel muy importante en la constitución de la opinión pública y de eso que llamamos
“sociedad civil”. Obviamente no los estoy idealizando. Soy consciente de los sesgos político-ideológicos que pueden condicionar la línea editorial de un periódico. A los historiadores se nos forma para que seamos capaces de detectarlos. No hacemos una lectura ingenua o superficial; sabemos leer entre líneas, vamos más allá de lo evidente. Entendemos por qué en determinada coyuntura un medio destaca ciertos temas, minimiza otros, e incluso silencia algunos. Y por supuesto, en países como el nuestro, la prensa siempre es sujeta a las presiones del gobierno.
A pesar de lo antes dicho, un periódico es una mina de información y una tribuna de pensamiento. La última expresión la extraigo de esos periódicos que pulularon en el último cuarto del siglo XIX, cuando se puso de moda la prensa militante, es decir, periódicos que enarbolaban orgullosos una bandera política y salían a la palestra prestos a debatir con quienes pensaran diferente. La famosa contraposición de ideas y principios. Hubo debates intensos y hasta iluminadores: por ejemplo, sobre la laicización de la educación, sobre la educación de las mujeres. Y ello contribuyó a formar opinión pública.
A menudo, los gobernantes no han resistido la tentación de tener su propio medio. Algunos usaban abusivamente la Gaceta Oficial, en esta línea destacan Gerardo Barrios, Rafael Zaldívar, y más tarde Maximiliano Hernández Martínez. Otros crearon periódicos semioficiales. Por ejemplo, “El Faro Salvadoreño” en el gobierno de Francisco Dueñas, “El Salvadoreño” de Alfonso Quiñónez o el suplemento “La República” de Hernández Martínez. Más tarde se agregaron la radio y la televisión. La primera emisora de radio del país fue la “AQM”, justo las iniciales del presidente Alfonso Quiñónez Molina. Como en esos años no había suficientes receptores de radio, Quiñónez mandó a poner altavoces en los parques para que la gente escuchara sus mensajes. Por suerte, la televisión oficial nos llegó ligada al proyecto de reforma educativa de Walter Béneke y no se usó tan descaradamente en función de los intereses de casa presidencial, como se hace hoy en día.
La prensa independiente es necesaria porque los gobernantes tienen la posibilidad de tener medios a su servicio, y obviamente estos no se distinguirán por su objetividad. Son creados para proyectar una imagen positiva del gobierno y sobre todo del presidente. Pero siempre hay casos extremos. Este gobierno ha creado un medio de propaganda disfrazado de periódico y además usando fondos públicos. Tiene además un noticiero televisivo y un espacio de entrevistas. En sentido estricto estos medios funcionan bajo la lógica de comunicación institucional, es decir, pensados para proyectar una imagen de gobierno, lo más positiva posible. La objetividad, el contraste de fuentes y la verdad no les interesan. El contrapeso necesario a esos sesgos proviene esencialmente de los medios independientes. Por eso son necesarios, y por eso deben existir.
La prensa independiente es necesaria porque los gobernantes tienen la posibilidad de tener medios a su servicio, y obviamente estos no se distinguirán por su objetividad.