CONTROL SOCIAL A PROPÓSITO DE LAS MARCHAS CIUDADANAS
ue los sindicalistas y movimientos sociales hayan marchado para protestar contra el gobierno y las medidas que ha tomado, entre ellas el régimen de excepción y la política de disminución del aparato del Estado, y que algunos activistas lo hayan hecho en apoyo al oficialismo y en reivindicación de sus banderas, entre ellas la de una eventual reelección, no debe representar una sorpresa ni inducir a lecturas apresuradas. Es simplemente una nueva expresión de la invasividad de la narrativa gubernamental y de cómo la principal guerra que libra la facción que administra el poder sigue siendo la de la percepción pública.
Hace poco menos de dos años, a propósito de un Día de la Independencia, el gobierno lució débil ante las marchas en las que los movimientos sociales y decenas de colectivos que nunca habían compartido espacio como uno solo protestaban contra el bitcóin, el agravio democrático supuesto por la destitución de magistrados y jueces, por las desapariciones ante las que la administración daba poca información y un variado etcétera de medidas que revelaban un progresivo germen autoritario.
La marcha de aquel 15 de septiembre no supuso la conformación de un frente opositor y muchos de los actores que se vieron caminando codo a codo no han compartido desde entonces plataforma, discurso ni objetivos. Aquella fue llanamente una válvula de escape de las insatisfacciones, preocupaciones y exigencias de la sociedad civil ante un régimen que exhibió desde su instalación un desdén por la organización ciudadana, mismo que concluyó ese día.
A partir de aquel momento, después de medir el impacto de las imágenes de ese río de inconformes protestando contra sus principales políticas, el régimen entendió que ignorar a las organizaciones no gubernamentales, a los defensores de derechos humanos, a los colectivos que defienden identidades específicas, a los sindicatos y en suma a la sociedad que ejerce de manera más consciente, crítica y activista sus garantías y libertades es una pésima estrategia.
Sin puntos de convergencia con la sociedad civil, renuente de tajo
Qa escucharla y a someter a debate sus programas de acción, el oficialismo eligió dos caminos ante la efervescente expresión ciudadana: un hostigamiento dosificado y la recreación de una sociedad artificial. Esto último es lo que se apreció ayer, el desarrollo de unas manifestaciones de trabajadores a favor del gobierno, del orden establecido y de las políticas nacionales que a leguas se nota que es sólo un hecho de comunicación, un evento producto de la propaganda para lanzar la línea, por demás poco creíble, de que el proletariado está de la mano con la cúpula oficial a la usanza de los viejos manuales del socialismo latinoamericano y de sus desviaciones al estilo del mexicano PRI.
Lo otro, el hostigamiento por gotas también ha podido verse y no sólo ayer sino en los meses del régimen de excepción. La principal herramienta para proceder en ese sentido no ha sido la represión cruda y directa sino la intimidación, la conciencia de que la defensa de algunas causas es imposible sin correr riesgos jurídicos y personales. Esa zozobra es más efectiva para los intereses oficiales que los retenes, y responde a un nivel de control social más profundo y ante el cual hay una poco consistente resiliencia.
Sin puntos de convergencia con la sociedad civil, renuente de tajo a escucharla y a someter a debate sus programas de acción, el oficialismo eligió dos caminos ante la efervescente expresión ciudadana: un hostigamiento dosificado y la recreación de una sociedad artificial. Esto último es lo que se apreció ayer, el desarrollo de unas manifestaciones de trabajadores a favor del gobierno, del orden establecido y de las políticas nacionales que a leguas se nota que es sólo un hecho de comunicación, un evento producto de la propaganda para lanzar la línea, por demás poco creíble, de que el proletariado está de la mano con la cúpula oficial a la usanza de los viejos manuales del socialismo latinoamericano y de sus desviaciones al estilo del mexicano PRI.