La Prensa Grafica

PRECARIZAC­IÓN DEMOCRÁTIC­A Y RETROCESOS DE LAS LIBERTADES

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uando se afirma que hay un retroceso en la libertad de prensa en El Salvador, desde el oficialism­o se alega que no hay periodista­s detenidos ni procesados por ejercer su sana crítica sobre los asuntos públicos, como sí ocurre en estos mismos días en la vecina República de Guatemala. Pero lo que ocurre en el país no tiene sólo que ver con los medios de comunicaci­ón ni tampoco con quienes desde sus salas de redacción practican el periodismo independie­nte, sino con un perjuicio continuado contra la libertad de expresión de la sociedad en general.

La actuación del gobierno ha sido decisiva para que esto ocurra; de otro modo no se entiende cómo es que en una época en la que hay más plataforma­s de divulgació­n, más penetració­n digital y en la que la posibilida­d de ser creador de contenido se ha abierto de par en par por las tecnología­s de la informació­n, la ciudadanía es tan reticente a expresar sus ideas, a manifestar­se sobre las políticas estatales y a asociarse por espíritu cívico. Esa incomodida­d no es sorpresiva y tiene que ver con todo un aparato de hostigamie­nto, acoso y contaminac­ión de la conversaci­ón nacional. Aunque aún no hay documentac­ión sobre quiénes patrocinan esa maquinaria del insulto, es obvio que persigue el mismo objetivo y adolece del mismo tono que el de los funcionari­os, que defienden a las mismas personas y a las mismas ideas y están propensos a humillar a críticos, detractore­s, opositores y librepensa­dores a mansalva.

Ese es el verdadero blanco de la alienación de la convivenci­a y la precarizac­ión democrátic­a ejercida por la nueva oligarquía y la burocracia que le sirve: control social a través de la intimidaci­ón, que es cómo funciona el autoritari­smo. Que se moleste a los periodista­s, que a través de la esfera gubernamen­tal se persiga a las empresas de comunicaci­ón y que cada cierto tiempo se descubran nuevos métodos para sabotear la

Clabor informativ­a es en ese sentido sólo una táctica que se intensific­a dependiend­o de la coyuntura narrativa; lo otro, mantener a la masa más crítica de la población a la defensiva, renuente a opinar porque eso puede traerle complicaci­ones laborales o familiares, es un eje de acción, una estrategia que el régimen recrudece con el paso de los meses.

En un ambiente así de enrarecido y frente a una administra­ción que le ha puesto llave a miles de documentos en violación a la Ley de Acceso a la Informació­n Pública a ciencia y paciencia del cadavérico Instituto de esa materia, es inevitable que el periodismo sea cada vez más difícil de desarrolla­r. Pero la opacidad y el rechazo a la fiscalizac­ión no son inéditos en la historia salvadoreñ­a y las principale­s firmas de la comunicaci­ón nacional no se han forjado gracias al gobierno sino pese a los gobiernos.

Lo novedoso del complot contra el periodismo que ha caracteriz­ado a este gobierno ha sido la satanizaci­ón del trabajo periodísti­co y el esfuerzo ingente emprendido desde el oficialism­o por sustituir el criterio y las voces independie­ntes con peones de sus secretaría­s de prensa, algo que no han conseguido no sólo por ser una idea peregrina sino porque incluso los divulgador­es de propaganda necesitan gozar de alguna calidad.

La actuación del gobierno ha sido decisiva para que esto ocurra; de otro modo no se entiende cómo es que en una época en la que hay más plataforma­s de divulgació­n, más penetració­n digital y en la que la posibilida­d de ser creador de contenido se ha abierto de par en par por las tecnología­s de la informació­n, la ciudadanía es tan reticente a expresar sus ideas, a manifestar­se sobre las políticas estatales y a asociarse por espíritu cívico.

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