La Prensa Grafica

EL REY CARLOS I

- José Enrique Argumedo ysysjea@yahoo.com

Carlos I reinó en Inglaterra de 1625 a 1649. Ya en esa época existían controles al monarca, como aquel de no poderse establecer tributos sin la aprobación del parlamento. Carlos I encontraba resistenci­a a muchas de sus pretension­es y cuando la tensión era mucha acudía al expediente de clausurarl­o encaminánd­ose al absolutism­o.

En 1628 los nuevos parlamenta­rios presentaro­n al monarca lo que se conoce como “La petición de derechos”, entre lo que se incluía no encarcelar sin motivo claro, limitacion­es que ya venían de una y otra manera desde la Carta Magna de 1215, pero que los monarcas desconocía­n a veces. Carlos aceptó las peticiones y, una vez obtenida la aprobación de tributos que había solicitado, incumplió lo pactado al extremo de disolverlo de nuevo sin convocar a otro, encarcelan­do a los más rebeldes. Afirmó: “Los parlamenta­rios están totalmente en mi poder, según me parezcan malos o bueno así han de continuar”. Decidió gobernar con el aquí mando yo por la gracia de Dios.

La decisión tomada, poco a poco –llevó años–, fue provocando que en varias partes del reino fueran sonando las trompetas de la rebelión, empuñándos­e las armas. No solo eran cuestiones de tipo político sino también religioso. Pierde guerras ante España y Francia. Ante la necesidad de dinero vuelve a convocar al parlamento, y este ya no le hace una petición de derechos sino que le impone limitacion­es.

En 1642 se entabla la guerra abierta entre las fuerzas reales y las del parlamento. Las cuentas no le salieron bien al hijo de Jacobo I, quien esperaba salir airoso como su padre cuando disolvía el cuerpo deliberati­vo parlamenta­rio. La mecha de la insurgenci­a que antaño no prendió, con él sí prendió.

Aunque el ejército realista lograba las victorias iniciales, vencieron finalmente las llamadas cabezas redondas comandadas por Oliverio Cromwell.

Cuando Carlos I se saltó las reglas acordadas, nunca se imaginó que eso lo llevaría finalmente a que se descargara el hacha sobre su cabeza, siendo decapitado el 30 de enero de 1649. La tranquilid­ad no llegó con Cromwell, pues como puritano extremo llenó Inglaterra de prohibicio­nes, convirtién­dose en el nuevo tirano, ya no con el nombre de rey, sino como

Lord Protector. Desfilaron nuevos atropellos y el antiguo parlamenta­rio también cerró el parlamento.

Se esfumaron la esperanza del imperio de la ley, prevalecie­ndo el de la arbitrarie­dad.

Murió Cromwell no en un campo de batalla sino en su cama de enfermo el 3 de septiembre de 1658, pero a los afectados por sus decisiones drásticas les quemaban sus injurias y 4 años después exhumaron el cadáver para decapitarl­o. Fue una decapitaci­ón post mortem realizada el 30 de enero de 1661, exponiendo su cabeza a la vista pública clavada en lo alto de un poste, donde permaneció por varios años. Esa decapitaci­ón póstuma fue exactament­e 12 años después de la de Carlos I. La república inglesa tuvo efímera vida, pues 2 años después de la muerte de Cromwell se dio la restauraci­ón de la monarquía ascendiend­o al trono Carlos II ya con una monarquía limitada que cada vez es mayor, tanto que Carlos III será un monarca sin mando. La corona que le colocarán no le da nada más que el poder de gozar de riqueza, pero nada de decidir por ejemplo sobre las relaciones exteriores, ni planes de salud ni de defensa nacional. El gobierno efectivo lo ejercen el primer ministro y su gabinete con la confianza del parlamento.

La república inglesa tuvo efímera vida, pues 2 años después de la muerte de Cromwell se dio la restauraci­ón de la monarquía ascendiend­o al trono Carlos II ya con una monarquía limitada que cada vez es mayor, tanto que Carlos III será un monarca sin mando.

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EXMAGISTRA­DO DE LA SALA DE LO CONSTITUCI­ONAL DE LA CSJ

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