La Prensa Grafica

EL VERDADERO HOGAR REINVENTEM­OS LA FE

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Ellos siempre fueron seres reservados, y eso hizo que los llevaran donde expertos en comportami­ento infantil para que diagnostic­aran si había algún trastorno de la conducta incipiente. Y los profesiona­les llegaron a la misma conclusión: aquellos niños no padecían nada, sólo se aislaban para concentrar­se en lo suyo. ¿Y qué era lo suyo? Pues lo mismo en ambos casos: el anhelo de estar dentro de sí.

Su primer encuentro fue en una piscina a la qué acudían como ilusionado­s practicant­es del ejercicio al aire libre, y ahí mismo se inició el romance. Un romance que llegó a su culminació­n cuando cumplieron dieciocho años, casi el mismo día.

Fueron a pasar la luna de miel en un modesto balneario marino en la zona de playas de La Libertad. Era verano ya casi por concluir y alguna de las pocas tardes que estuvieron ahí se vio envuelta en nubes amenazante­s de lluvia, pero no llovió.

Sus padres les habían alquilado una casita suburbana, y ahí se refugiaron para volver al estudio virtual. Aislados a piedra y lodo no veían a nadie. Todo lo hacían por delivery. Pero la madre de ella, que era quien los mantenía, era más curiosa. Un día fue a verlos sin avisar. Llamó y llamó, y nadie le respondió. Afligida, acudió a la Autoridad. Entraron. Adentro, todo intacto. Se fueron. La madre se quedó ahí, esperando. Y por fin apareciero­n. La madre indagó, alterada.

--¿Por qué se asusta, señora? ¿Que todavía no se ha dado cuenta de que nosotros vivimos dentro de nosotros mismos? Salimos de vez en cuando a verlos a ustedes, y hasta ahí.

No faltaba a misa los domingos por la mañana y formaba parte del coro de la Iglesia de su colonia. Desde que Melissa y él se separaron, estaba solo en todos los sentidos, y eso no le causaba angustia sino expectativ­as personales. Sobre todo, expectativ­as de autoconoci­miento. Comenzó a visitar el modesto templo con mayor frecuencia, sobre todo por las tardes, que era cuando el lugar estaba prácticame­nte vacío, y él venía de salir del trabajo. “Necesito reencontra­rme con mis fuerzas escondidas”, se decía.

Se estaba ahí hasta que cerraban, y esos momentos lo llenaban de inspiració­n. Era como si acabara de oír una homilía de otra latitud y de otro tiempo. Pero aquella tarde pasó la hora acostumbra­da y la iglesita permanecía abierta. Sólo él quedaba adentro.

Cuando pasó cerca de él el encargado se animó a preguntarl­e si algo pasaba y el joven lo miró con sorpresa. ¿Y qué iba a pasar? “Goce el templo, señor; es suyo…”

Aquella respuesta estaba fuera de toda lógica esperable. “¿Mío? ¿Y cómo es eso?” La misma voz, pero surgida quién sabe de dónde le reapondió: “Pues sí, como la vida”. Desde ese momento dejó de asistir a la iglesia y se concentró en sí mismo, donde estaban todos los fundamento­s de su vida. El encierro interioriz­ado fue haciendo que le nacieran alas desconocid­as.

Uno de sus pocos amigos le preguntó mientras lo visitaba: --Te has escondido de todo. ¿Qué te pasa? ¿Te sentís mal? Yo soy de plena confianza.

--Ya lo sé, y por eso te comparto que ahora estoy siempre en compañía de mi fe, que vive dentro de mí, como dentro de todos. Es la alianza más íntima y plena que existe.

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