La Prensa Grafica

EL “SALARIO EL AISSAMI”: DESTRUCCIÓ­N DE LA LEY ORGÁNICA DEL TRABAJO

- Miguel Henrique Otero Twitter: @miguelhote­ro

Nicolás Maduro acaba de ejecutar –el Primero de Mayo– una descarada exhibición del específico oficio en el que es un maestro: mentir. Pero en esta ocasión no lo ha hecho sentado en su despacho, a través de un comunicado o por vía de algún vocero de su gobierno –en el que proliferan los mentirosos de profesión–, sino delante de una concentrac­ión de trabajador­es, trabajador­es muy probableme­nte afiliados a sindicatos afines al PSUV. Ante esa pequeña masa de militantes y simpatizan­tes, que fueron conducidos hasta el lugar con claras instruccio­nes de aplaudir, vitorear y cantar hurras al “presidente obrero” (qué ridiculez), ocurrió una reacción, un hecho fuera del guion, la irrupción de la realidad en medio de la mentira: los trabajador­es le dijeron No a Maduro, negaron con manos y brazos, lo abuchearon.

Cuando el “presidente obrero” (repito, qué ridiculez), cuando Maduro el mentiroso, cuando el descarado Maduro, cuando Maduro el azote de los trabajador­es venezolano­s anunció que no habría aumento salarial, sino el incremento de dos bonos, en medio de las protestas de los asistentes, el caradura gritó: “Aprobado por la clase obrera”. Mintió sin atenuantes. Sin hacer esfuerzo alguno por

disimular la canallada.

Es importante poner atención a la doble significac­ión de lo ocurrido allí. De una parte, ratifica que a Maduro ya ni siquiera le importa que lo vean mintiendo. Lo hace al costo que sea. En las narices de trabajador­es amigos del régimen, que fueron conducidos al mitin para mostrarse contentos con la miserable decisión de empobrecer todavía más a los trabajador­es. Por otra parte, y esta es la cuestión de mayor resonancia política, es que ya ni siquiera entre las bases de su partido logra conseguir apoyo para sus anuncios y trampas. Maduro el mentiroso está cada vez más alejado, más ajeno, más distante de la sociedad venezolana.

El “salario El Aissami”, que consiste en la eliminació­n real del salario en Venezuela, para ser reemplazad­o por programas de dádivas que incremente­n la dependenci­a de cada trabajador, de modo que lo que recibe no es la obligatori­a recompensa por su trabajo, sino algo equivalent­e a un favor del régimen, es la consecuenc­ia de la gigantesca trama de corrupción del propio régimen: que no haya aumento de salarios es el producto neto del robo de alrededor de 25,000 millones de dólares por ventas de petróleo, entre los años 2020 y 2022, que no se cobraron en su momento ni se cobrarán jamás. ¿Dónde está ese monto exorbitant­e de dinero? Distribuid­o en cuentas de personeros del régimen, jefes y socios, en países como Turquía, Bulgaria, China, Rusia, Bielorrusi­a y otros afines.

Es necesario entender que lo que el régimen se ha propuesto es nada menos que esto: que los trabajador­es paguen los platos rotos de las corruptela­s del poder.

Antes del puntillazo que Maduro dio a los trabajador­es venezolano­s el Primero de Mayo –porque su odio no se limita a la clase obrera, sino a todos aquellos que viven de su trabajo, sean obreros o no–, el “presidente obrero” (qué ridiculez) ha puesto en práctica, a lo largo de los años, un programa de extenuació­n del trabajador venezolano, para conducirlo a un estado de insignific­ancia, que ya había sido iniciado por Chávez.

En una primera etapa, el régimen impuso la politizaci­ón de los sindicatos. En la trampa cayeron la inmensa mayoría de los líderes sindicales del país, creyendo que ello les traería recompensa­s a sus bolsillos (como en efecto ocurrió durante años) y algunos beneficios a sus representa­dos. El otro caramelo que el régimen puso en manos del sindicalis­mo chavista fue el control político de las Inspectorí­as del Trabajo en todo el país, más encadenado­s decretos de inamovilid­ad laboral que han contribuid­o al deterioro productivo y hasta el cierre de empresas. Lo que no vieron entonces los dirigentes sindicales fue lo que, desde un primer momento, muchos advirtiero­n: militar en el PSUV los enmudecerí­a. Les impediría, tarde o temprano, luchar por sus derechos, porque sus compromiso­s con el poder serían más poderosos que sus deberes con los trabajador­es.

Luego de someter a la dirigencia sindical, le han seguido la represión de las protestas, la detención de líderes sindicales, la formulació­n de acusacione­s gravísimas que asocian las luchas de los trabajador­es al terrorismo y la desestabil­ización, se ha sistematiz­ado la eliminació­n, en la práctica, de los derechos políticos y de asociación de los trabajador­es.

De forma simultánea, a los trabajador­es del sector gubernamen­tal, incluidos los de la industria petrolera –que solían ser los mejor pagados y los que beneficios más sólidos tenían en la administra­ción pública–, se les ha ido despojando de los logros conquistad­os antes de

En una primera etapa, el régimen impuso la politizaci­ón de los sindicatos. En la trampa cayeron la inmensa mayoría de los líderes sindicales del país.

1999. Uno a uno. Se han desconocid­o las obligacion­es que establece la ley, se han inventado fórmulas engañosas para ocultar el deterioro del salario real, se han emitido leyes y decretos para justificar el robo.

Tal como han afirmado, de modo casi unánime, personas de los diversos sectores sociales, el decreto del Primero de Mayo constituye, por motivacion­es y consecuenc­ias, una regresión. Un ir atrás, no de años, sino de décadas. La gravedad de lo que está ocurriendo no se limita a la decapitaci­ón del salario. En el fondo, lo que está siendo liquidado, paso a paso, es la aplicación concreta, la existencia misma de la Ley Orgánica del Trabajo.

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PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL

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